LA VERDAD SOBRE CIUDADANOS
Y EL ORGULLO
JUAN CARLOS ESCUDIER
La verdad no es
matizable ni puede trocearse al gusto del consumidor para que éste elija la
parte más digerible. No puede tomarse por la mitad e ignorarse en su conjunto,
porque las verdades a medias son mentiras completas. A nadie, por tanto, le
deberían doler prendas en reconocer que lo ocurrido con la comitiva de
Ciudadanos en la marcha del Orgullo en Madrid fue impresentable. El acoso y la
violencia no pueden ignorarse como si de una anécdota irrelevante se tratase.
Es injustificable desde cualquier punto de vista. Pero no es la verdad
completa.
Forma parte también
de la verdad que Ciudadanos practica la provocación para tener presencia
mediática y que usa el victimismo para obtener réditos políticos. No es una
impresión obtenida de la observación de su conducta sino una realidad a la
vista de sus propios informes internos que ayer mismo fueron revelados por
varios diarios. Tal es así que los de naranja no han dudado en felicitarse del
éxito obtenido en “actos especiales” como los que protagonizó en Rentería y
Miraballes (el pueblo de Josu Ternera), de los que presume no tanto por el
mensaje lanzado sino por los titulares cosechados y por haber atraído la
atención hacia el partido durante varios días seguidos. Tan cierto como que
Ciudadanos tiene derecho a dar mítines donde le venga en gana es que los de
Rivera planifican sus acciones para buscar las portadas y las aperturas de los
telediarios. A buen seguro, en el próximo documento se calificará éxito sin
precedentes que de una manifestación de centenares de miles de personas en
defensa de sus derechos civiles sólo se recuerde el episodio de Arrimadas y su
grupo escoltado por la Policía.
Hay más verdades.
Una es que la Marcha del Orgullo no es sólo un espectáculo colorista, por mucho
que entre sus participantes predomine el espíritu festivo, sino una
manifestación reivindicativa que tiene sus convocantes y su manifiesto, al que
parece lógico adherirse para participar. Una cosa es que no esté reservado el
derecho de admisión y otra muy distinta que pueda denunciarse discriminación
porque los organizadores no permitan a Rivera poner su cara en una carroza.
Puede que
Ciudadanos no se sintiera aludido cuando se hacía una referencia a los que se
enorgullecen de su machismo y de su homofobia y a los que “les apoyan directa o
indirectamente”, pero bastaba una mínima comprensión lectora para verse
reflejados en el primer punto del decálogo: “No valerse de los votos de los
partidos que defienden una ideología de extrema derecha para gobernar”. Sólo
alguien muy cínico es capaz de argumentar que se niega a firmar el manifiesto
porque se trata de un documento político. ¿Qué ha de ser entonces? ¿El pregón
de unas fiestas patronales?
Como la verdad es
poliédrica, es obligado reconocer que el ministro del Interior, Fernando
Grande-Marlaska, no estuvo afortunado al afirmar horas antes de la Marcha en
referencia a Ciudadanos que sus pactos con quienes tratan de limitar los derechos
LGTBI deberían tener consecuencias (políticas, obviamente). Acusarle
directamente de provocar los incidentes es un dislate sin pies ni cabeza. La
encendida defensa que el PSOE hizo del ministro hasta presentarle como un
referente del movimiento sólo cabe calificarse de exageración o de
descubrimiento.
La última parte de
la verdad tiene mucho que ver con la primera. Las agresiones –se habla de
escupitajos y lanzamiento de botellas de plástico- a quienes piensan diferente
son del todo censurables, pero forma parte de la libertad de expresión
recriminar a los políticos sus acciones. Les va en el cargo y en el sueldo.
Puede que entre los que rodearon a Arrimadas y a su séquito hubiera
energúmenos, que no fascistas como llegó a tildarles la portavoz. El fascismo
es algo muy diferente y Arrimadas lo sabe muy bien porque Ciudadanos pacta con
sus herederos o se aprovecha de sus votos con absoluta hipocresía.
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