UNOS PRIVILEGIADOS
ANITA BOTWIN
En Sevilla existía una sala
asociada al hospital Macarena en el que mientras realizaban investigaciones con
los pacientes, también llevaban a cabo rehabilitación con ellos. Había máquinas
de lo más variopintas, cachivaches extraños en los que las afectadas pasaban
horas mientras sonreían, compartían, hablaban de lo que a cada una le iba mejor
o peor. De todo ello, la sonrisa y el compartir parecía la mejor medicina. No
obstante, comentaban la importancia de esos espacios para el colectivo de
enfermedades neurodegenerativas. Al final, se mantenían en forma, recuperaban
musculatura, equilibrio. Muchas comentaban la diferencia que habían notado
desde que se encontraban allí.
Me quedé bastante alucinada
porque no había conocido una experiencia similar. Es más, yo nunca había tenido
rehabilitación por parte de la sanidad pública después de ningún brote. Por su
parte, las fundaciones y asociaciones hacen lo que debería hacer la sanidad
pública. Con precios más asequibles, ponen a disposición de los pacientes algo
más de calidad de vida. Desde mi punto de vista, insuficiente, pero no creo que
les corresponda a ellos suplir las carencias que deben cubrirse por otro lado.
Es más, creo que con una sanidad pública de calidad no deberían ser necesarias,
más allá de la puesta en común entre pacientes con situaciones similares.
Algún día escuché o leí al genial
Bob Pop –afectado por Esclerosis Múltiple- hablar sobre sus privilegios a la
hora de poder ir a rehabilitación, denunciando que otros no podían hacerlo. No
recuerdo dónde lo vi –y que me perdone si me equivoco-, pero recuerdo que me
conmovió enormemente, por su empatía con otras personas y por visibilizar lo
que es una realidad. Sin embargo, es curioso que podamos llamar privilegios a
algo tan básico como sanar nuestros cuerpos. Yo también me considero una
privilegiada, puedo hacer deporte, tengo a mi familia como apoyo si tengo un
problema de salud, pero ¿no debería ser universal algo como poder ir a
rehabilitación cuando fuera necesario? Existen muchas personas olvidadas en sus
casas, abandonadas como juguetes viejos que no quieren ser reparados. No
cuentan, no existen, no funcionan. Se acabaron las pilas.
Aceptamos que las cosas son así
porque “es lo que hay” o porque hay demasiados frentes abiertos. Mientras el
Estado de bienestar se ha desmantelado, llevamos como podemos nuestras propias
tragedias. Y algo tan básico como la fisioterapia o la rehabilitación se
convierten en privilegios o en gastos excesivos para los que tenemos que hacer
un gran esfuerzo, quitándonos de otras muchas cosas también necesarias. Y me
pregunto, ¿cómo hemos llegado hasta aquí, en general? Y también sé, y no puedo
ni debo olvidarme, que otros muchos ya estuvieron aquí, en otros lugares,
mientras nosotros supuestamente gozábamos de ese Estado de bienestar, que no
era más que algo más de justicia social, educación y sanidad pagado por todos,
nuestros padres y nuestros abuelos con todo el sudor y el esfuerzo de sus
vidas.
He visto a gente que apenas podía
moverse. Una joven en una piscina con su madre. Ella con una enfermedad de las
que llaman raras. La madre contándome que todo el dinero iba a su hija, a
ayudar a su rehabilitación, a su vida. Una madre trabajando a destajo, con su
hija y en el bar con su marido. “No sabemos lo que son unas vacaciones”, me
dijo. Y aún así sonriendo, viendo a su hija en la piscina haciendo movimientos
en el agua, sonriente también. Y un poco esta es la política neoliberal y la vida
en la que nos encontramos, unas peor otras mejor, pero al final sorteando cada
obstáculo como podemos, sin demasiada o ninguna certeza de si seremos capaces
de hacerlo.
Esa unidad de Sevilla en la que
pacientes mejoraban sus vidas gracias a profesionales valientes que llevaron a
cabo la iniciativa y, en concreto, el doctor ya jubilado Guillermo Izquierdo.
Esa unidad es lo que debiera existir en cada uno de nuestros hospitales. Que es
mucho pedir, me consta, pero es que hablamos de derechos que conquistaron en
algún momento personas valientes y luchadoras. Derechos que nos pertenecen.
Sin embargo, el deterioro y el
expolio de la sanidad siguen siendo imparables. Este verano, nos quedaremos con
12.000 camas menos de hospital, según SATSE (Sindicato de Enfermería) y es que
debe ser que por eso de las vacaciones, las enfermedades ponen freno a su
curso. Además, amanecíamos con la noticia del fin de la sanidad universal por
parte del PP y C´s en la Comunidad de Madrid. Si es que eso de universal
existió en algún momento. Como si las personas, en función de su origen o su
dinero tuvieran más derecho a ser y a estar.
Y así, poco a poco, van cerrando
puertas y nosotros somos los espectadores que, vulnerables y maniatados
pareciera que poco pudiéramos hacer para frenar el Estado del malestar. Debe ser que somos unos privilegiados…
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