EDUARDO SANGUINETTI,
FILÓSOFO Y POETA.
El demonismo es una
metáfora que por ello sólo puede declinarse en un sortilegio de metáforas, en
las que la oscuridad refleje solo oscuridad. La metáfora del demonismo y el demonismo
de la metáfora que se resiste a su propia certificación, a su propio lenguaje y
también a la continuidad de la vida, creo así la denominábamos, en su propio
lenguaje. En cierto sentido, entonces, la semiología se convierte en el
mensajero de antiguas divinidades: significante y significado, cuerpo y
espíritu, mundo, demonio y Dios.
Referir la
situación actual de sobrevida a la metáfora del demonismo es una prevención, un
aviso emergente de los que sabemos que asistimos al final de un tiempo, un paso
más allá de ingenuas y absurdas soluciones reaccionarias, sin meta y sin
finalidad alguna, en estado de desesperación inocultable, lanzando un
silencioso alarido que llame a las deidades a producir un cambio milagroso,
pues la resurrección de dioses y demonios crece, cuánto crece la incertidumbre.
En ella afloran al mismo ritmo todo tipo de creencias y descreencias, que
crecen en su propio ocultamiento.
Hablar de demonismo
es hablar de la subida de la marea negra del ocultismo, trenzada con la oscura
amalgama de las religiones clásicas, modernas y posmodernas, donde las
ceremonias secretas de los oficiosos reptilianos antropófagos, se multiplican
revisando juicios sumarios al disidente, coincidiendo con el tránsito en un
tercer milenio de las grandes muertes, como anatemas y exorcismo de la
incertidumbre, un principio de milenio perpetuo que consiste en ocultar la
arbitrariedad del calendario, donde el áurea ha perdido la batalla.
Pues cada cultura
comienza por inventar el desorden, proyectándolo sobre el orden anterior y
fingiendo un principio. La moralidad de gobiernos satánicos y habitantes del
planeta, no es ya doble o triple, sino infinita, y en ese juego sin fondo, sin
gracia alguna, la mentira de ninguna verdad alumbra la falacia de cada moralidad
oculta en su negación. Se trata de una nueva treta que exige una nueva
sensibilidad, una nueva lógica, una gonia.
"Cualquiera,
todos y ninguno" son las entidades de una nueva trinidad, cuyo imperio
sacrifica simbólicamente a "cada uno" y en su nombre. "Cualquiera,
todos y ninguno", es el lugar de una nueva legitimación, el número y el
numen de Satán Trimegisto, elevado a ley.
A la pasión y
muerte del autor-dios, anunciada por Roland Barthes en 1971 en su publicación
"Fom Work to Text", que completaría en su ensayo de 1977 "The
Death of the Author", continúa entonces su resurrección en un nuevo y
peligroso "Mesías Inverso", que no dice hablar ya en nombre de los
dioses - como el mesías clásico -, ni en nombre de la historia o el progreso -
como el mesías moderno-, sino en nombre de una nueva Autoridad, una divinidad
que apenas hemos identificado: cualquiera, todos y ninguno, juntos en su
desapasionamiento hacia todo lo que es, indiferente a la diferencia, frívolo en
sus formas y dogmático en sus actitudes. Es ese hombre pervertido y perverso,
que habita en el santuario sacralizado de este tiempo luciferiano por el que
transitamos.
Quizá sea difícil
encontrar una imagen más perfecta de espectáculo abierto, multidimensional,
real, frívolo y profundo que el imperio de simulación, donde se debaten las
realidades argentinas, incluidas campañas eleccionarias, fundidas en la
representación y máscaras satánicas, basta visualizar los rostros de los
invitados al espectáculo de la moralina donde cada personaje juega su libreto
sin necesidad de una conciencia macroscópica de la escena, sin existir un
director local que asigne los papeles y que pague la comisión de un espacio
donde la ceremonia se consume.
Descubrir, a pesar
de todos los que pueden horrorizarse de mi visión, que nuestras instituciones,
nuestra vida cotidiana, nuestros sistemas de interpretación, están sometidos al
imperio de la simulación, es poco más que descubrir que el modelo humanista de
la vida en estado natural, es poco más que un modelo olvidado, hoy un recuerdo
escindido.
Este es el estado
artificioso y continuo que como paisaje recibimos. Lo que resultaría aún más
ingenuo sería elevar al terreno del deseo justo lo que ya existe como realidad.
Porque aunque el conocimiento implique responsabilidad, la irresponsabilidad de
los ignorantes que rigen en esta tierra, no va a curarnos del conocimiento, ni
de la incapacidad de funcionarios, para asumir responsabilidades, que hagan de
precisa su permanencia en la función para la que no están capacitados, pero la
máscara del simulacro impone criterio.
Mientras siglos de
valores construidos con la sangre de infinidad de generación de seres humanos,
nos contemplan, predestinan holocaustos cotidianos, frente a los que la
indolencia de la nueva civilización que se cocina en las pistas de información
de las redes de la web, descree lo que supone superado, permaneciendo inerte,
congelada, al pie de alguna página que aún no ha sido escrita.
El demonismo es una
transición a lo falaz, al desvalor, al desvanecimiento de la armonía, a la
materialización del alma devenida en producto a consumir, el advenimiento de
las sombras, de los sombríos personajes que todo lo aniquilan en nombre de
ningún sentido, la simulación de un simulacro y la metáfora de una metáfora, en
un pliegue de espectáculo cual germen de discontinuidad. Y lo que ha sido útil
para hacer, equivale para deshacer, aniquilar y eliminar: un delito de lujo,
promocionado y anunciando por eunucos sin cabeza que reptan hacia la cima de la
pirámide de Ex nihilo.
Desde la dialéctica
de la soledad, disfrutando del juego solipsista, afirmo que la vida en libertad
y verdad, sin eufemismos ni metáforas demónicas, es la reivindicación de muy
pocos, extraña paradoja cuyo anclaje es indefinido, una barrera fundamental que
logra más allá de cualquier intento fundacional que la identidad deje de
multiplicarse, proyectándose en espejos cóncavos y convexos, donde nadie sabe
ya quién mira a quién, ya no hay por qué, ni para qué, sólo sexo, sangre y
soplo, escrituras rituales, cifras de un sentido.
(*) Filósofo y
poeta
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