lunes, 8 de julio de 2019

SATÁN: CUALQUIERA, TODOS Y NINGUNO


SATÁN: CUALQUIERA, TODOS Y NINGUNO
EDUARDO SANGUINETTI,
FILÓSOFO Y POETA.
El demonismo es una metáfora que por ello sólo puede declinarse en un sortilegio de metáforas, en las que la oscuridad refleje solo oscuridad. La metáfora del demonismo y el demonismo de la metáfora que se resiste a su propia certificación, a su propio lenguaje y también a la continuidad de la vida, creo así la denominábamos, en su propio lenguaje. En cierto sentido, entonces, la semiología se convierte en el mensajero de antiguas divinidades: significante y significado, cuerpo y espíritu, mundo, demonio y Dios.
Referir la situación actual de sobrevida a la metáfora del demonismo es una prevención, un aviso emergente de los que sabemos que asistimos al final de un tiempo, un paso más allá de ingenuas y absurdas soluciones reaccionarias, sin meta y sin finalidad alguna, en estado de desesperación inocultable, lanzando un silencioso alarido que llame a las deidades a producir un cambio milagroso, pues la resurrección de dioses y demonios crece, cuánto crece la incertidumbre. En ella afloran al mismo ritmo todo tipo de creencias y descreencias, que crecen en su propio ocultamiento.

Hablar de demonismo es hablar de la subida de la marea negra del ocultismo, trenzada con la oscura amalgama de las religiones clásicas, modernas y posmodernas, donde las ceremonias secretas de los oficiosos reptilianos antropófagos, se multiplican revisando juicios sumarios al disidente, coincidiendo con el tránsito en un tercer milenio de las grandes muertes, como anatemas y exorcismo de la incertidumbre, un principio de milenio perpetuo que consiste en ocultar la arbitrariedad del calendario, donde el áurea ha perdido la batalla.

Pues cada cultura comienza por inventar el desorden, proyectándolo sobre el orden anterior y fingiendo un principio. La moralidad de gobiernos satánicos y habitantes del planeta, no es ya doble o triple, sino infinita, y en ese juego sin fondo, sin gracia alguna, la mentira de ninguna verdad alumbra la falacia de cada moralidad oculta en su negación. Se trata de una nueva treta que exige una nueva sensibilidad, una nueva lógica, una gonia.

"Cualquiera, todos y ninguno" son las entidades de una nueva trinidad, cuyo imperio sacrifica simbólicamente a "cada uno" y en su nombre. "Cualquiera, todos y ninguno", es el lugar de una nueva legitimación, el número y el numen de Satán Trimegisto, elevado a ley.

A la pasión y muerte del autor-dios, anunciada por Roland Barthes en 1971 en su publicación "Fom Work to Text", que completaría en su ensayo de 1977 "The Death of the Author", continúa entonces su resurrección en un nuevo y peligroso "Mesías Inverso", que no dice hablar ya en nombre de los dioses - como el mesías clásico -, ni en nombre de la historia o el progreso - como el mesías moderno-, sino en nombre de una nueva Autoridad, una divinidad que apenas hemos identificado: cualquiera, todos y ninguno, juntos en su desapasionamiento hacia todo lo que es, indiferente a la diferencia, frívolo en sus formas y dogmático en sus actitudes. Es ese hombre pervertido y perverso, que habita en el santuario sacralizado de este tiempo luciferiano por el que transitamos.

Quizá sea difícil encontrar una imagen más perfecta de espectáculo abierto, multidimensional, real, frívolo y profundo que el imperio de simulación, donde se debaten las realidades argentinas, incluidas campañas eleccionarias, fundidas en la representación y máscaras satánicas, basta visualizar los rostros de los invitados al espectáculo de la moralina donde cada personaje juega su libreto sin necesidad de una conciencia macroscópica de la escena, sin existir un director local que asigne los papeles y que pague la comisión de un espacio donde la ceremonia se consume.

Descubrir, a pesar de todos los que pueden horrorizarse de mi visión, que nuestras instituciones, nuestra vida cotidiana, nuestros sistemas de interpretación, están sometidos al imperio de la simulación, es poco más que descubrir que el modelo humanista de la vida en estado natural, es poco más que un modelo olvidado, hoy un recuerdo escindido.

Este es el estado artificioso y continuo que como paisaje recibimos. Lo que resultaría aún más ingenuo sería elevar al terreno del deseo justo lo que ya existe como realidad. Porque aunque el conocimiento implique responsabilidad, la irresponsabilidad de los ignorantes que rigen en esta tierra, no va a curarnos del conocimiento, ni de la incapacidad de funcionarios, para asumir responsabilidades, que hagan de precisa su permanencia en la función para la que no están capacitados, pero la máscara del simulacro impone criterio.

Mientras siglos de valores construidos con la sangre de infinidad de generación de seres humanos, nos contemplan, predestinan holocaustos cotidianos, frente a los que la indolencia de la nueva civilización que se cocina en las pistas de información de las redes de la web, descree lo que supone superado, permaneciendo inerte, congelada, al pie de alguna página que aún no ha sido escrita.

El demonismo es una transición a lo falaz, al desvalor, al desvanecimiento de la armonía, a la materialización del alma devenida en producto a consumir, el advenimiento de las sombras, de los sombríos personajes que todo lo aniquilan en nombre de ningún sentido, la simulación de un simulacro y la metáfora de una metáfora, en un pliegue de espectáculo cual germen de discontinuidad. Y lo que ha sido útil para hacer, equivale para deshacer, aniquilar y eliminar: un delito de lujo, promocionado y anunciando por eunucos sin cabeza que reptan hacia la cima de la pirámide de Ex nihilo.

Desde la dialéctica de la soledad, disfrutando del juego solipsista, afirmo que la vida en libertad y verdad, sin eufemismos ni metáforas demónicas, es la reivindicación de muy pocos, extraña paradoja cuyo anclaje es indefinido, una barrera fundamental que logra más allá de cualquier intento fundacional que la identidad deje de multiplicarse, proyectándose en espejos cóncavos y convexos, donde nadie sabe ya quién mira a quién, ya no hay por qué, ni para qué, sólo sexo, sangre y soplo, escrituras rituales, cifras de un sentido.

(*) Filósofo y poeta




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