QUE 'JAGA' LA 'CALÓ' QUE QUIERA
La
costumbre establece que los veranos no sean peligrosos. La playa es amable.
Algunos ponen cara de refugiados climáticos. Se ven más móviles que libros en
las toallas y butacas, más morenos de nacimiento que canasteros de camarones
JAVIER AROCA
Playas sin olas para combatir la ola de calor en Córdoba
Un verano feliz, bueno para el cuerpo, mente y moral, fresco de amigos, lecturas y conversación; podrido sí, con la información, pero la distancia aligera el jedó a atarjea mediática que ni en verano descansa de mentir burdamente.
La costumbre establece que los veranos no sean peligrosos. La playa es amable. Algunos ponen cara de refugiados climáticos. Se ven más móviles que libros en las toallas y butacas, más morenos de nacimiento que canasteros de camarones. Los tiempos cambian, pero no desaparece el veraneante depredador, la horda dorada, horda chillona que arrampla en las playas con todo ser viviente con sus rastrillos, talones y redesitas de aterrizaje.
Los veraneantes de
repetición coinciden con los temporeros (los nuevos jornaleros) y, de tanto,
terminan en una cierta familiaridad. En la conversación han estado presentes.
La gran renuncia se ha notado, muchos temporeros no han venido, apenas los de
bajura. Dicen que algunos han decidido que no los exploten más o que los
exploten menos pero en otros lugares. Ciertos empresarios han tenido que ceder,
otros esperan que sea una cuestión pasajera y se mantienen. Siempre hay
explotables.
Este verano se han
echado de menos a esos jornaleros de la familia. Al viento, no: cuando er señó
don Levante salta majestuoso ahuyenta a
los viajeros estivales y se agradece. Nuestro viento padre es regenerador, es
sano, el único cuidado es no pisar un rascachocho en las caminatas casi en
solitario por la playa.
En el sosiego notas
que el pasar de los años te da perspectiva. Este año ha sido con la caló o las
digresiones sobre la caló. La primera es que hace más calor cuando más se habla
de ella, por eso el titulo de esta columna. Escribo entre pregones callejeros
de ¡María, papas colorá! ¡Qué melone, niña! un grito emancipador frente a las
grandes superficies que a mí me suena a
canzona napolitana.
Pensaba en mis
agüelos: uno, de Sevilla, de la Puerta la Carne, callejón de Dos Hermanas; el
otro, de Cañete la Real, Huerta del Parque. Los dos por encima del 1,90,
abrochaos hasta el último botón de sus camisas de tirilla blanca como el
albayalde y planchás ar carbón, sin perder la compostura, chorreando de sudor.
El primero salió p’alante de dos guerras; el segundo progresó en el ascensor
social porque él solito se echaba a cuesta los sacos de harina, sin ayuda. Un
chollo, uno por el jornal de dos: a más
de cuarenta grados. Que jaga la caló que
quiera. No sabían de ansiedad térmica, no les cabía otra.
Y cada día al tajo,
no fallaban ni uno: Juan, en la ciudad, Frasco, en el campo. En su siglo ya
hacía caló, mucha caló, pero no estaba
en el vocabulario disponible eso del estrés térmico. Eran para los otros
sólo unos vagos que trabajaban quejándose y bebían gazpacho, un brebaje
avinagrao pa aliviarse, según la literatura capitalina. Ni aire acondicionado
ni aventilaó ni polla ni ná que dicen aguas arriba el Guadalquivir. Sombrita,
un búcaro de agua, mucho patinillo, parral, acera regá, picú y azotea con la
fresquita, zaguán, casapuerta; ahora le dicen alivio térmico.
¿Filomena de caló?
Home, como to los años. Que llevamos décadas avisando del cambio climático
desde aquí, sin cámaras, con el solo acompañamiento de las chicharras. Cuando la
caló llega a Madrid (pobres alemanes, palabra de Carlos Cano), entonces sí, es
ola de calor -repica la radio- que lo de Andalucía debe ser una pertinaz resaca
del oleaje térmico que asoma cada verano y te arrastra pa lo jondo. Caló a mí
-reinaba al ponientito en una terraza jandeña ya con el saquito puesto-, que he
estado en Bagdad un 18 de julio con los termómetros sin más rayitas que subir.
Pero claro, esas calores eran de los otros.
Caló, mareas de
postín con aires de tsunami, sequía, ríos secos, campos de golf amarillentos y
huevos fritos en la baranda de un puente de Sevilla. Todo muy televisivo. Hasta
en el fútbol se para ahora pa beber- hidratación dicen-. Serán flojos ¿Y antes?
Este verano, cosas nuestras, el Cachón lleva más agua que el Rin. Valiente
cachondeo.
Con el frío veremos
echar por ahí arriba sal en el asfalto, cuando se derrite no se echa agüita
fresca, no hay serpentín, te pegas, te pringas la suela de los botines y vas
dejando una ristra pegajosa por la acera o en la raya blanca del paso cebra.
Recuerdo los autobuses de Sevilla en su centro de control (es un decir fino) de
la Puerta Osario o de la Pasarela cuadrando horarios. Jadeaban los grises
pegasos como paquidermos, con todo abierto, sin aire acondicionado, mientras
que el personal esperaba fuera hasta que
el sufrido chófer a más, mucho más de
27°, daba la voz de salir.
Ya en 2022,
seguimos desde que se asoma mayo con nuestros niños asaos en los colegios e
institutos, nuestra gente sigue echando alquitrán en las carreteras, faenando
en los tajos y talleres, en las calicatas y los andamios. ¿Para cobrar el PER,
queridos? A los norteños se les nota un cierto aire de solidaridad con retraso
con los hijos de la caló aunque me temo que será pasajero. Ahora la están
sufriendo ellos, la socialización del calor, y se ablandan las seseras.
Queda un largo
camino que es urgente recorrer, mucha tarea contra el cambio climático, el apeo
de púlpito de árboles trianeros, el negacionismo, rebatir a los primos y cuñaos
propios y a los ajenos. Quizá toque ya comprender las razones del otro, a los
hijos de la caló. Por ahí arriba andan más sensibles con esta oleá de calor, lo
echábamos de menos, por aquí abajo seguimos abrochaos hasta arriba.
N.B. A los turbados
por la forma de transliterar nuestra manera de hablar, les recomiendo que lean
a Andrea Camilleri, un gran literato siciliano. No se olviden de Leonardo
Sciascia por lo mismo.
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