ESPAÑA 78: DEL LUTE AL COLETAS
Prefacio del
director de CTXT al libro ‘Medios y cloacas’, de Pablo Iglesias
MIGUEL MORA
Eleuterio
Sánchez, El Lute, detenido en 1973 en Sevilla tras su fuga del penal del Puerto
de Santa María
Si es usted una persona afortunada y todavía no ha cumplido cuarenta años, probablemente se estará preguntando quién demonios es El Lute. Por si acaso, pasen los viejunos al siguiente párrafo y hagamos un poco de memoria: Eleuterio Sánchez fue un delincuente mítico que copó titulares, portadas y programas de radio en los años sesenta y setenta. Nacido en 1942 en una chabola de Salamanca, hijo de una mujer sorda, El Lute fue un paupérrimo robagallinas de la etnia de los mercheros que se hizo célebre no tanto por sus robos o asesinatos (mató al vigilante de seguridad durante un atraco a una joyería en Madrid) como por su amor a la libertad. Condenado a muerte por el franquismo, mostró una insólita capacidad para escapar de calabozos y cárceles y para escabullirse de la Guardia Civil y de la Policía, y eso le convirtió en el enemigo público número uno, hasta el punto de que complementó o sustituyó al Coco y al Hombre del Saco en el imaginario de los niños que no querían dormirse. Algunos padres y madres de esa época amenazaban a sus hijos diciéndoles que si no se iban a la piltra llegaría El Lute y se los llevaría.
Finalmente,
Eleuterio Sánchez fue detenido en 1973, y padres y niños volvieron a roncar
tranquilos al verlo reaparecer en los periódicos, rodeado de policías
sonrientes. El régimen conmutó su pena de muerte por treinta años de prisión, y
El Lute acabó haciéndose escritor y abogado, ganó un disco de oro por la
canción que le dedicó el grupo alemán de música disco Boney M., y fue indultado
y rehabilitado en 1981 por el gobierno de Calvo-Sotelo.
Paradigma del
perseguido, acosado, apestado, capaz de encarnar los miedos y los odios (y
también la envidia) de una sociedad entera durante años, una figura como la de
El Lute no se ha repetido a menudo en la historia de España, aunque el pueblo
gitano lleva quinientos años siendo objeto de esa manía persecutoria. Pero es
probable que, en los últimos sesenta o setenta años, la única persona que haya
vivido una persecución tan feroz y continuada como la que sufrió El Lute sea el
autor de este libro.
Sin haber robado ni
asesinado a nadie, Pablo Iglesias ha conseguido superar a su admirado Eleuterio
al menos en la cantidad de recursos públicos y privados empleados en su contra.
En la jauría humana que ha tratado de convertirlo en el enemigo del pueblo
durante los últimos seis o siete años, han participado periodistas, jueces y
fiscales, ministros del Interior, policías, guardias civiles y jefes de
seguridad privada, locutores de la mañana y de la tarde, asociaciones de la
prensa y de víctimas del terrorismo, presidentes y expresidentes del Gobierno
con y sin las manos manchadas de cal, altos y medianos directivos del IBEX,
hordas de fachas exaltados en actitud de acoso permanente, comisarios retirados
y en activo, directores y columnistas de medios de comunicación serios y de
baratillo, telediarios públicos y concertados, alcaldesas aficionadas a las
magdalenas, corruptas presidentas de la Comunidad de Madrid, la DEA, la UDEF,
la CEOE, Marcos de Quinto, Mario Vargas Llosa…
El Régimen del 78
desplegó durante años todos los recursos a su alcance para conseguir que
odiáramos al Coletas
Para qué seguir.
Digamos, por abreviar, que el Régimen del 78 desplegó durante años todos los
recursos a su alcance para conseguir su objetivo: que odiáramos al Coletas. El
paroxismo de esta técnica de inyección de odio colectivo se alcanzó
probablemente con aquella frase de Pedro Sánchez, quien, en una entrevista de
campaña electoral a Antonio García Ferreras, afirmó, el 20 de septiembre de 2019,
que “no podría dormir por las noches, como el 95% de los españoles”, si Podemos
llegara al Gobierno. Del Lute al Coletas.
Lejos de
presentarse él mismo como víctima, Iglesias ha soportado ese destino de
apestado/privilegiado con una sonrisa irónica y unos modales exquisitos. Es
verdad que, a diferencia de El Lute, no ha estado solo en el camino, pues ha
tenido el apoyo de miles de militantes y de millones de votantes que no se
dejaban llevar por el pánico de las élites a Podemos y que lo apoyaban –cada
vez en menor número– en cada elección a la que se presentaba. Así, entre
pactos, navajazos, escisiones, bulos, acosos y plebiscitos, Iglesias se
convirtió primero en la cara más popular de la “nueva política” surgida de las
plazas del 15M, luego en el primer líder de izquierdas que amenazaba seriamente
la hegemonía del Partido Socialista, y finalmente en el vicepresidente del
primer gobierno socialcomunista que ha habido en España desde 1936.
No parece mal
balance para un profesor sin plaza de Ciencias Políticas, criado entre Soria y
el Puente de Vallecas, hijo de una familia activista, hermano de las juventudes
del PC, sobrino de las becas Erasmus y de los centros sociales de Bolonia.
Seguramente la mejor prueba de que su paso por la política ha sido más
importante de lo que se dice es que, el día que Iglesias se retiró al perder
las elecciones a la Comunidad de Madrid, sus enemigos sonrieron con una cara de
satisfacción que recordaba mucho a la que pusieron los policías que detuvieron
a El Lute aquella noche de 1973 en Sevilla. La pieza mayor había caído. La
cacería había terminado. Ganan, otra vez, los buenos.
Pues resulta que
no. O no del todo. Este libro, que reúne sus textos sobre medios de
comunicación y política escritos durante los últimos quince meses, demuestra
que Iglesias resiste en su batalla contra los buenos. Desde que dejó la
política activa, con la libertad de no deberse al Gobierno, PIT ha pasado a ser
un analista y comunicador pedagógico, macarra a ratos y casi hiperactivo, y ha
tratado de influir en tres grandes asuntos: explicar las razones por las que la
democracia española está lejos de ser una democracia plena; contarle a la gente
que las élites están en guerra contra los trabajadores y por qué van ganando
esa guerra, y mostrar que los medios de comunicación (varios de ellos
apoyados/utilizados por las cloacas policiales y judiciales) son las
herramientas no electas que usan las derechas y el poder económico para marcar
la agenda, vencer la batalla cultural, anular toda disidencia real y, si llega
el caso, decidir, usando los bulos y otras formas de guerra sucia, quiénes pueden
y deben gobernar los países.
Si hay un antes y
después de la entrada de Iglesias en la política, también habrá, probablemente,
un antes y un después de su regreso al mundo de la comunicación. Sus
intervenciones en Ara, Gara, Rac 1, CTXT, la Cadena SER y La Base, el pódcast
que dirige en Público, son seguramente las más vistas, leídas y comentadas de
cuantas emiten –emitimos– los medios y comentaristas de izquierdas. Sin
necesidad de acudir a las televisiones, donde me temo que está ya vetado para
los restos –bienvenido al club–, Iglesias ha creado/ amplificado un espacio
alternativo de debate, análisis y, sí, periodismo, donde se exponen sin tapujos
las miserias que silencian cuanto pueden muchos medios “progresistas” que se
autoproclaman guerrilleros del “periodismo a pesar de todo”, mientras ingresan
cada año millones de euros en publicidad del IBEX y de los organismos públicos
estatales, autonómicos y locales, sin importarles el color de quienes los
regentan ni lo corruptos que sean.
Esa tarea de
galvanización y estímulo de un público harto de que el periodismo sea una
estafa, lo contrario de lo que debe, predica y promete ser (un servicio
público); esa forma de llegar con la palabra y el sustento de los hechos a
tanta gente que se siente timada por los medios tradicionales, por las
televisiones y las radios mainstream, es fundamental para tratar de sanear y
equilibrar un espacio mediático dominado por bancos, fondos buitre, eléctricas,
la Conferencia Episcopal y otras grandes transnacionales que imponen, como una
gota malaya y en todos los horarios y formatos, su agenda reaccionaria,
ultraliberal y, si hace falta, también trumpista.
La concentración de
la propiedad de los medios en unas pocas manos (Grupo Planeta, Mediaset, PRISA,
Vocento, Prensa Ibérica…) es una de las marcas indelebles del artefacto
mediático y político nacido en 1978. Durante décadas, ese sistema-país, que en
CTXT hemos llamado la Restauración Corrupta, ha vivido próspero y feliz,
sabiéndose o creyéndose tan impune como el gran jefe Juan Carlos I de Borbón y
tan intocable como el jefe en la sombra de todos los gobiernos españoles del
siglo XXI: Florentino Pérez. Hoy sabemos que aquella ilusión de la Transición
modélica se sostuvo en buena parte gracias a la omertà de unos medios cómplices
del poder corrupto. Cuando las cosas se pusieron realmente mal con los desmanes
financieros del jefe del Estado, el 15M y el surgimiento de Podemos y el
procesismo en Catalunya, las cloacas periodísticas, policiales y judiciales
acudieron raudas al rescate del primero de los dos pilares que sostienen la
armazón entera: el bipartidismo turnista y giratorio PP-PSOE al servicio del IBEX.
La otra pata es el duopolio, no menos turnista, erigido sobre la falsaria
rivalidad y el pingüe negocio que generan los dos equipos-Estado, Real Madrid y
Barcelona (Trampas F.C. vs. Trampes F.C.). Los dos ejes troncales, política y
fútbol, han vivido décadas de éxitos y corrupción rampante, dada la
inexistencia de reguladores y árbitros dignos de ese nombre, amparados por el
99% de los medios públicos y concertados, y con la colaboración estelar del dúo
de televisiones privadas propiedad de dos notorios demócratas: el señor
Berlusconi (dos canales) y el señor Lara (otros dos).
Irónicamente, la
salida de Iglesias de la política partidista y su entrada, o regreso, al mundo
de la información, lejos de calmar a sus enemigos de la derecha y a los medios
que se alinean con el PP y el PSOE y presumen de progresistas, ha servido para
ponerlos en nuevos, inesperados aprietos. El adjunto a la dirección de
Atresmedia, Mauricio Casals –a quien Pedro J. Ramírez apodó El Príncipe de las
Tinieblas–, y su mano derecha, Antonio García Ferreras –al que Florentino Pérez
llama simplemente “mi hombre”–, piezas clave de la famiglia mediática del Grupo
Planeta-Atresmedia, han protagonizado un escándalo cuyos ecos se han podido oír
dentro y fuera de España.
La revelación de un
viejo audio de Ferreras comiendo con el excomisario Villarejo y otros
delincuentes patrióticos, en el que el primero confiesa al segundo que difundió
en La Sexta –a un mes de las elecciones de 2016– una información falsa sobre
una supuesta cuenta de Pablo Iglesias publicada por el tabloide dirigido por
Eduardo Inda –exdirector de Marca al que Ferreras, ex jefe de comunicación de
Florentino Pérez, considera su “hermano”–, ha dejado en mal lugar al director
de tu televisión de izquierdas y creador del mantra “Más periodismo”, y ha
puesto en el disparadero ético a cuantos se han sentado estos últimos diez años
junto al manipulador más “habilidoso” (el adjetivo es de Villarejo) del reino.
Varios presidentes latinoamericanos y el líder de la oposición de Francia denunciaron
el hecho como un gravísimo ataque a la democracia, y el sindicato de Estados
Unidos National Writers Union emitió un demoledor comunicado acusando a
Ferreras de “corrupción periodística”.
Los reiterados
ataques a Iglesias y otros dirigentes de Podemos contienen los elementos
básicos que definen la estrategia intoxicadora y paragolpista de las élites
mediáticas y el Estado profundo. Las cloacas policiales fabrican un informe
falso que acusa a Iglesias de haber cobrado dinero de Venezuela en un insensato
paraíso fiscal. Una terminal de las cloacas mediáticas lo publica sin
contrastar ni investigar. Al Rojo Vivo difunde el bulo a sabiendas de que es
“muy burdo” (es decir, falso) pero llama a Iglesias para que dé su opinión en
directo. Los politólogos de extremo-centro que pueblan la mesa de Ferreras lo
analizan fríamente, alertan de su gravedad si la cosa se demuestra cierta, pero
no se mojan demasiado. Los periodistas de medios “progresistas” habituales de
las tertulias del “Padre Antonio” –como es conocido Ferreras entre algunos–
comentan que les suena muy raro y quedan como unos campeones del periodismo
decente. Los jueces de la cloaca lo miran con lupa y filtran a sus fuentes
cloaqueras que van a investigarlo.
El mecanismo del
bulo demasiado burdo es imbatible, un win-win para todos menos para la víctima,
que, haga lo que haga, queda sin escapatoria. Iglesias se querella contra Inda.
Titular. Sube la audiencia de OkDiario. Y la de Al Rojo Vivo. Los medios
progres digitales del muy plural entorno Ferreras también se hacen eco: miles,
millones de pinchazos para todos. Iglesias pierde el juicio porque la
información era “veraz” (dado que se basaba en un informe policial, por mucho
que se viera de lejos que era falso) y es condenado a pagar 30.000 euros de
costas. Otro titular. Otro triunfo para Inda, Ferreras y los demás. Más
audiencia, más publicidad. Y más prestigio, también. OkDiario se da a conocer
como un medio que gana querellas y publica información “veraz”. Los programas
de La Sexta disparan su rating y la cadena atenúa las críticas del IBEX, que lo
acusa de haber promovido a Podemos incluso antes de que existiera Podemos. El
Plural, Infolibre y eldiario.es acrecientan su impronta de medios razonables
por replicar en prime time a mitómanos como Inda y Marhuenda, mientras sus
directores cultivan su marca personal, cobran un salario extra que nunca viene
mal y consiguen visibilidad y suscriptores para sus medios. Los politólogos
siguen trincando también, pero sin mojarse.
El mecanismo del
bulo demasiado burdo es imbatible, un win-win para todos menos para la víctima
El poder de los
Ferreras’s Boys no ha hecho más que consolidarse y crecer con los años. Desde
que es presidente del Gobierno, Pedro Sánchez ha dado una entrevista tras otra
a Ferreras en La Moncloa. El 29 de enero de 2021, la fiscal general del Estado,
Dolores Delgado, se reunió a almorzar con Ferreras, Baltasar Garzón y
Florentino Pérez, que al parecer andaba inquieto por la ofensiva judicial de
los familiares de los miles de ancianos muertos por covid en las residencias
madrileñas. Poco después, Delgado fue detectada saliendo de comer en secreto
con Inda en un apartamento de Baltasar Garzón, el mismo día que Villarejo salía
de la cárcel. Algunos asalariados de la izquierda ferrerista afirmaron que la
exclusiva de Willy Veleta acerca de este encuentro, publicada por CTXT, no era
siquiera una noticia. OkDiario sostuvo que Podemos espiaba a Delgado. Y
Ferreras y sus medios progres miraron hacia otro lado, comprando que Delgado e
Inda, que iban acompañados por sus respectivas manos derechas –la de Delgado
era Álvaro García, su sucesor al frente de la fiscalía–, se habían citado en el
pisito del exjuez Garzón para una entrevista periodística.
Este resumen, quizá
demasiado burdo, es trágicamente insuficiente. Pero cierto. O “veraz”, como
diría la jueza que absolvió a Inda. El problema es que es complicado saber
dónde estamos realmente. ¿Hablamos de las Cloacas del Estado, una mafia
autónoma de amigotes malhablados que graban, chantajean, intoxican y se
enriquecen por su cuenta y riesgo para que los de arriba les teman, les paguen
y les deban favores? ¿O vivimos en el Estado de las Cloacas, y esa mafia
multitarea es en realidad un organismo semioficial, una novedosa forma de
colaboración público-privada, comandada desde las más altas instancias del
Estado por el poder económico y el bipartidismo para que todo el mundo tenga
miedo a Villarejo y así todo siga atado y bien atado?
La impunidad con la
que hablan, conspiran y se mueven estos personajes de serie B hace pensar más
bien en la segunda opción. Y lo más probable es que ninguno de los autores y
cómplices de estos crímenes de lesa democracia y lesa libertad de prensa paguen
el menor precio por sus mentiras, faltas y delitos. Pero, si queremos ser
optimistas, al menos podemos afirmar que algunas caretas están empezando a
caer. Los tibios, los cínicos y los que se han aprovechado de la inmundicia
para hacerse ricos y famosos están empezando a pasar aprietos en sus
pedestales. La gente pide explicaciones a sus influencers favoritos por acudir
a La Sexta, les exigen que tomen postura. Es un pequeño terremoto, que de
momento solo agita las redes sociales. Y es, en buena medida, mérito de Pablo
Iglesias, pues él es una de las poquísimas figuras relevantes del espacio
público que se ha atrevido a decirles las verdades a la cara a esos supuestos
periodistas de izquierda que aniquilan el prestigio de la profesión entera.
Como dice el exvicepresidente en uno de los artículos reunidos en este libro,
“si ha existido y existe lawfare en España no es solo contra Podemos; eso es
una evidencia. Pero la guerra ilegítima contra una fuerza política que, en
lugar de enfrentarse con el Estado, ha tratado de contribuir a su
democratización asumiéndolo como terreno ineludible de la acción política, ha
revelado mejor que nada la verdadera naturaleza de la derecha judicial,
policial, política, mediática y económica española. Aquí no se puede poner como
excusa del lawfare una suerte de autodefensa del Estado frente al terrorismo o
la secesión de una parte del territorio. En este caso el poder ha mandado un
mensaje claro: el Estado es nuestro y solo aceptaremos la democracia si no
altera esa relación”.
Espero que este
libro contribuya a que cada vez más gente se dé cuenta de que es urgente actuar
para cambiar este triste estado de cosas, para exigir un espacio público más
sano y transparente, menos mafioso. Las sociedades posdemocráticas necesitan
más que nunca un periodismo de servicio público, sin bulos ni cloacas, honesto
y ético. Es hora de dejar de creer en los padres de la patria cuando nos dicen
que, si no nos dormimos pronto o votamos mal, vendrá El Lute y nos raptará. Por
muy poderosos que sean quienes financian la propaganda y promueven la guerra
sucia, no debemos olvidar nunca que, cuando El Lute huía por los caminos en
busca de su libertad y copaba las portadas y los miedos de la época, el enemigo
público número uno no era Eleuterio Sánchez, sino aquel general genocida que
dormía plácidamente en El Pardo sobre los 114.000 cadáveres que todavía hoy
llenan las cunetas del país.
Ahora, como pasó
entonces, nos jugamos la democracia, la memoria y el futuro.
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