MIGUEL BOSÉ Y FELIPE GONZÁLEZ,
VIDAS PARA LELOS
DAVID TORRES
En El caballero del dragón, una de sus películas menos conocidas -en dura competencia con todas las demás- Miguel Bosé interpretaba el papel de un extraterrestre que aterrizaba en la Edad Media no se sabía muy bien para qué excepto para cargarse una superproducción donde brillaban los nombres de Klaus Kinski, Harvey Keitel y Fernando Rey. La verdad es que la superproducción ya venía gafada de fábrica, pero una de las pocas cosas buenas de la actuación de Bosé en esa cinta es que apenas abría la boca, con lo que cabe pensar si su carrera musical no habría mejorado también mucho de haber continuado con el papel de sordomudo.
De niño estuvo a
punto de ser Tadzio, el adolescente fatal de Muerte en Venecia, de Visconti,
pero su padre, Luis Miguel Dominguín, sentenció que sería por encima de su
cadáver, salvando a su hijo de participar en una obra maestra absoluta e
impidiendo que su filmografía, como tantas otras, cogiese carrerilla desde la
cumbre para ir rodando cuesta abajo. De este modo Bosé inició su decadencia
cinematográfica desde el minuto uno para mantenerla firmemente a lo largo de
más de una treintena de películas. Hay quienes afirman que, a pesar de sus
éxitos, su ingente discografía tampoco le va a la zaga, aunque lo que nadie
puede negarle es su éxito en la difícil carrera de hijo de papá.
Otros se sienten
traicionados ante la deriva ciertamente grotesca de sus últimos
pronunciamientos públicos, tanto en el tema de los vientres de alquiler como en
el del coronavirus, un poco al estilo de lo que le sucede a los antiguos
admiradores de Felipe González, quienes de repente se dan cuenta que siempre
fue más Felipe que González. Les extraña ahora los negocios sucios que mantenía
con el Chile de Pinochet, cuando hace unos cinco años dijo que la dictadura chilena
respetaba los derechos humanos mucho más que la democracia venezolana de
Maduro. Lo cierto es que ni Bosé ni Felipe engañaban a nadie, salvo a los que
todavía creen que cantar se basa en engolar la voz y que el socialismo consiste
en ponerse la chaqueta de pana una vez al año.
En La década roja
Umbral cuenta cómo, después de la desconfianza inicial, la Banca había
descubierto que con el PSOE podían seguir amasando dinero a manos llenas:
"Con Franco no podías salir de España porque te llamaban fascista -le
decía el banquero Alfonso Escámez-. Yo, ahora, tengo sucursales en toda Europa
y encima voy de socialista. Cómo no voy a estar contento con Felipe". "Voy de socialista" era y sigue
siendo la frase clave. Entre puertas giratorias, yates kilométricos, crímenes
estatales y sillones en los consejos de administración, Felipe cada vez se
parecía más a sí mismo, sin dejar de cumplir el encargo de los grandes poderes
de dejar España atada y bien atada, obedeciendo el axioma imperial de Lampedusa
de que todo cambie para que todo siga igual.
El país de charanga
y pandereta del que hablaba Machado marcha viento en popa, tanto que en la
manifestación contra la pandemia promovida desde la plaza de Colón cientos de
negacionistas proclamaban a voces que lo que mata es el 5-G y que quieren ver
el virus, petición bastante difícil de cumplir sin ayuda del microscopio y que
incluye también a la gripe, al sarampión, al viento y a la ley de la gravedad.
Era una manifestación contra las mascarillas en las que era obligatorio el uso
de la mascarilla, especialmente en el caso de Miguel Bosé, que amenazaba con
ponerse a cantar. Sin darse cuenta, estaba protagonizando un remake de El
caballero del dragón aterrizando directamente en la Edad Media desde la Edad
Media, sin necesidad de nave espacial.
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