viernes, 21 de agosto de 2020

INSOPORTABLE


INSOPORTABLE

MACARENA AMORES

Estaban a unas 80 millas de la costa de Gran Canaria cuando fueron localizadas por efectivos de Salvamento Marítimo. El dispositivo de rescate se activó este miércoles 19 de agosto a primera hora de la tarde, pero cuando la Guardamar Talía llegó hasta la embarcación de madera todas sus ocupantes ya habían fallecido. Las contaron. Eran diez. Sus cuerpos “inertes” en una patera de tantas que se adentran en estos últimos meses en la inmensidad y peligrosidad del Atlántico, con la esperanza puesta en llegar a Europa y la incertidumbre de poder contarlo y superarlo, ya no sentirían nunca más el miedo. Ni el frío, la sed, el sufrimiento o la soledad… tampoco el desprecio con el que buena parte de nuestra sociedad iba a acogerles al llegar. ¿Quiénes eran? ¿Cuántas eran? ¿Qué sueños perseguían? ¿De dónde procedían? ¿Cuántos años tenían? Quienes iban preparados para rescatarles permanecieron allí posicionados, a pocos metros de un cayuco balanceado por las olas, totalmente en silencio, hasta que una embarcación de la Guardia Civil llegó hasta ellos para hacerse cargo. Eran las 21 horas.

Cuando ocurren estas tragedias siempre lamentamos las mismas cosas. La miseria, el hambre, las guerras, la falta de oportunidades, a las que estos seres humanos están expuestos en sus países de origen, y algunas nos quedamos ahí, pensando en quiénes serán los próximos sobre los que tengamos que escribir estos artículos. Pensamos en cuándo nuestros gobernantes, a los que sentamos en los parlamentos democráticos cada cuatro años, se van a tomar en serio la necesidad de establecer vías seguras para que quienes migran no mueran en el océano, saltando una valla o apagando un incendio de la chabola en la que malviven. En cuándo los millones de euros que se malgastan en tecnología, en efectivos policiales, acciones militares y en viajes diplomáticos, para “establecer y coordinar acciones contra la inmigración irregular”, se invertirán en ayudarles de verdad, a través de políticas e iniciativas que pongan en el centro la vida y los derechos humanos, y no los intereses económicos de potencias al servicio del capital, de multinacionales que llevan años haciendo de la muerte en la frontera sur española un negocio cada vez más rentable. También pensamos en cuándo se va a responder unitaria y contundentemente a todo ese círculo mediático que apuntala los discursos del odio y promueve ideas insolidarias con las que pretenden convencernos de que gente pobre y vulnerable constituye una verdadera amenaza.

En nuestro primer modélico y civilizado mundo tenemos dos extremos. O nos insensibilizamos ante estos dramas, o nos escandalizamos cuando a las cosas las llamamos por su nombre. Y en ambas posturas se tiende a no afrontar la situación, a dejar pasar otra noticia, otra imagen, otro testimonio para permitir que el silencio, tan cómodo a veces, se imponga.

 

Las preguntas retóricas que todos y todas nos hacemos como “¿cuántos más tendrán que morir?”, “¿hasta cuándo seguirán desapareciendo pateras de personas en nuestros mares?”, “¿por qué no se hace nada desde los Gobiernos de turno?”, etc. Ya duele hasta plantearlas, porque conocemos de sobra la única respuesta que se les puede dar a las mismas. Sabemos que se les ha empujado a morir, solos y conscientes de ello. Y eso es insoportable.

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