DERECHA NO HAY MÁS QUE UN MONTÓN
DAVID TORRES
Desde que le salió un forúnculo a la derecha llamado Vox, el PP padece un serio trastorno de identidad. Hace sólo unos años, al desempolvar el espejo de la madrastra y preguntar si había otro partido más la derecha que él, su reflejo le respondía que vaya tonterías estaba diciendo, pero ahora, entre banderas y barbas, el espejo aparece empañado y brotan de él antiguos correligionarios que se han escorado todavía más a la derecha, cuando antes parecía que más a la derecha que el PP sólo estaba la pared. "Espejito, espejito, ¿hay alguien más facha que yo?" Como dijo cierto general estadounidense, cualquier situación, por desesperada que sea, es susceptible de empeorar. Por eso, lo de la "derechita cobarde" quedó obsoleto cuando, en abril del año pasado, Falange llamó "ultraderechita cobarde" a Vox.
Sentarse en el
circo romano de La vida de Brian, insultándose y tirándose los trastos a la
cabeza, resulta un problema inédito para la derecha española, puesto que
históricamente ha sido la izquierda la que ha hecho de la división y la
rebatiña una forma de vida. Pero en la política, como en la energía, nada se
crea ni se destruye, de ahí que los 52 escaños de Vox no hayan brotado de un
huerto de champiñones sino del lecho electoral del PP. Preocupado por mantener
esa ilusión de equilibrio sobre el morro de foca del centro -entre el legado de
Franco y el espejismo neoliberal- la directiva no tuvo en cuenta que el
fascismo iba a ponerse otra vez de moda. Una vez despejada la ecuación en la
dirección del partido, el PP optó, una vez más, por el pollo sin cabeza, sin
comprender tampoco que lo máximo que podía llegar Pablo Casado para disputarle
el voto extremo a Abascal era a dejarse barba.
En esa tensión
entre la barba radical y el rasurado total, la derecha había estado tranquila
muchos años gracias al bigote de Aznar, hasta que el bigote acabó por
desaparecer, trasplantándose pelo a pelo hacia la pared. Aznar siempre ha dado
la impresión de un muñeco chulesco y malhablado que maneja a sus ventrílocuos a
su antojo, a kilómetros de distancia, pero en los últimos tiempos parece que se
le ha desmandado el guiñol. Estos días la tensión ha terminado por estallar con
los rumores de la posible sustitución de Cayetana Álvarez de Toledo como
portavoz del Congreso, una maniobra que supuestamente pretende rebajar el
protagonismo avinagrado de sus intervenciones y apostar por un tono más
moderado con la esperanza de recobrar el centro, esa entelequia que consiste en
no chillar.
La verdad es que la
apuesta por la moderación sería toda una novedad, teniendo en cuenta que el
papel de portavoz del partido ha recaído en hooligans tan ilustres como Rafael
Hernando, un hombre al que sólo le faltaba una barra, un cubata y un reposapiés
para convertir su escaño en una taberna. Ayer martes, Pablo Montesinos,
vicesecretario de Comunicación del PP, salió al paso de estos chismes
asegurando que Cayetana está realizando un trabajo magnífico y que el partido
la apoya en bloque. En las redes sociales las voces que defienden a Cayetana
aseguran que no importa que la echen, porque en seguida encontraría un puesto
en Vox. El problema es que el puesto de broncas ya está ocupado por Macarena
Olona y no iba a ver forma humana de distinguirlas. Derecha, en efecto, no hay
más que un montón.
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