miércoles, 12 de agosto de 2020

EJEMPLARIDAD

 

EJEMPLARIDAD

JUAN CARLOS ESCUDIER

Sobre la ejemplaridad tiene escrito el filósofo Javier Gomá toda un tetralogía para la que la crítica no ha escatimado elogios. Según Gomá, la ejemplaridad es, en cierta medida, contagiosa ya que tiene la facultad de proyectarse colectivamente. Es una virtud que atañe especialmente a los gobernantes, porque una sociedad sana es aquella que está vertebrada moralmente y la responsabilidad de estos es producir buenas costumbres, que es donde radica la fuente de la confianza que han de inspirar. No basta con las leyes y con las sanciones que llevan aparejadas; es el buen ejemplo y no la amenaza del castigo el que hace mejores a las personas que lo contemplan.

 

Quizás sean postulados ingenuos pero resultan, al menos sobre el papel, especialmente válidos para instituciones que sólo encuentran auténtica legitimidad en el ejemplo que son capaces de transmitir. Es el caso de la monarquía, a la que no solo cabe exigir transparencia sino también servir de guía, educar, publicitar buenas conductas, ser un espejo en el que se refleje la excelencia. ¿Qué cabe deducir de todo lo anterior a la vista de los acontecimientos actuales? Pues que ni los Borbones conocen a Gomá ni tienen previsto incluir sus ensayos en las lecturas de verano de la Familia Real.

 

Se llega tarde a pedir peras al olmo del Emérito, del que ya sabemos que siempre antepuso las matemáticas a la ética y se obsesionó con lo de multiplicar y llevarse una o cien, pero era esta una buena oportunidad para que el jefe del Estado aprovechara la deportación de su señor padre y diera al vulgo una lección de comportamiento. Lejos de apuntalar la institución, que era lo que se pretendía, la gestión del fingido autoexilio de su campechana enormidad está contribuyendo a su desmoronamiento. No se puede combatir la ley de la gravedad con una caja de tiritas.

 

La ejemplaridad que se requería para salvar los muebles estilo Luis XV de la abuela no marida nada bien con el hecho de que una semana después de la despedida a la francesa de la termita de Zarzuela sigamos pendientes de en qué resort de lujo se estará alojando, de cuál será su dirección postal en el futuro inmediato o de quienes son los amigos –quizás nosotros mismos como primos- que le están pagando la fiesta y el tour con la pulserita de todo incluido. Es impresentable que se haya dado pie a este buscando a Wally por el mundo, ya sea en República Dominicana, Portugal, Abu Dhabi o Nueva Zelanda, aunque uno descartaría este último destino porque el país ha dado probadas muestras en los últimos tiempos de su capacidad para mantener a los virus a raya.

 

El Rey, como el alcalde de Villar del Río que se inventó Berlanga, nos debe una explicación o varias, una exposición pública y pormenorizada de sus actos pasados, presentes y futuros porque la rendición de cuentas no es una concesión graciosa del soberano sino el principal de sus quehaceres. Que sigamos en la inopia mientras se reconoce que debemos pagar a escote la seguridad del ausente rebaja a los ciudadanos al papel de súbditos; nos envilece como sociedad.

 

La ejemplaridad exige que conozcamos el momento exacto en el que el Rey tuvo conocimiento de las andanzas comisionistas de su progenitor y de por qué se mantuvo en secreto su red de sociedades en paraísos fiscales. Reclama pasos al frente, acciones decididas que pasan por renuncias personales y con la retira de distinciones y títulos a quien no los merece, por mucho que al piloto de la Transición, devenido en kamikaze, le fastidie encargar a la imprenta nuevas tarjetas de visita.

 

Es una vergüenza la contemplación impertérrita de la desnudez del Rey que han empezado a practicar los representantes políticos en sus audiencias. ¿Qué broma es esa de que la presidenta de Baleares, por citar un caso reciente, diga que no ha hablado con el jefe del Estado de la tocata y fuga del Emérito y que, de haberlo hecho, "no lo trasladaría"? ¿Cómo va a ser razonable, señor Grande-Marlaska que el ministro del Interior se niegue a dar datos del destino de los guardias civiles a los que pagamos el sueldo y que ejercen de guardaespaldas de un caradura? ¿Qué tomadura de pelo es que Esperanza Aguirre, reina también pero de una charca de las ranas, justifique la salida del país del señorito Borbón como unas vacaciones propias del mes de agosto? ¿Hasta cuándo tendremos que soportar idioteces como la del exministro Margallo en su papel de alcahuete mayor del reino? ¿Linchamiento dice? ¿Que si queremos que Juan Carlos acabe "como la pobre Rita Barberá"? ¿De qué va este sujeto? ¿De verdad que alguien con dos dedos de frente puede atreverse a invocar la presunción de inocencia para alguien que la mayor parte de su vida ha sido inviolable?

 

La ejemplaridad no se sustancia yéndose de vacaciones y haciéndose fotos con las niñas como si aquí no hubiera pasado nada. No se sostiene en el silencio, no se manifiesta en oscuras operaciones de Estado ni puede fabricarse con campañas de propaganda de la prensa adicta. Es una obligación que figura en el contrato y cuyo incumplimiento es causa de despido procedente.

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