EJEMPLARIDAD
JUAN CARLOS ESCUDIER
Sobre la ejemplaridad tiene escrito el filósofo Javier Gomá toda un tetralogía para la que la crítica no ha escatimado elogios. Según Gomá, la ejemplaridad es, en cierta medida, contagiosa ya que tiene la facultad de proyectarse colectivamente. Es una virtud que atañe especialmente a los gobernantes, porque una sociedad sana es aquella que está vertebrada moralmente y la responsabilidad de estos es producir buenas costumbres, que es donde radica la fuente de la confianza que han de inspirar. No basta con las leyes y con las sanciones que llevan aparejadas; es el buen ejemplo y no la amenaza del castigo el que hace mejores a las personas que lo contemplan.
Quizás sean
postulados ingenuos pero resultan, al menos sobre el papel, especialmente
válidos para instituciones que sólo encuentran auténtica legitimidad en el
ejemplo que son capaces de transmitir. Es el caso de la monarquía, a la que no
solo cabe exigir transparencia sino también servir de guía, educar, publicitar
buenas conductas, ser un espejo en el que se refleje la excelencia. ¿Qué cabe
deducir de todo lo anterior a la vista de los acontecimientos actuales? Pues
que ni los Borbones conocen a Gomá ni tienen previsto incluir sus ensayos en
las lecturas de verano de la Familia Real.
Se llega tarde a
pedir peras al olmo del Emérito, del que ya sabemos que siempre antepuso las
matemáticas a la ética y se obsesionó con lo de multiplicar y llevarse una o
cien, pero era esta una buena oportunidad para que el jefe del Estado
aprovechara la deportación de su señor padre y diera al vulgo una lección de
comportamiento. Lejos de apuntalar la institución, que era lo que se pretendía,
la gestión del fingido autoexilio de su campechana enormidad está contribuyendo
a su desmoronamiento. No se puede combatir la ley de la gravedad con una caja
de tiritas.
La ejemplaridad que
se requería para salvar los muebles estilo Luis XV de la abuela no marida nada
bien con el hecho de que una semana después de la despedida a la francesa de la
termita de Zarzuela sigamos pendientes de en qué resort de lujo se estará
alojando, de cuál será su dirección postal en el futuro inmediato o de quienes
son los amigos –quizás nosotros mismos como primos- que le están pagando la
fiesta y el tour con la pulserita de todo incluido. Es impresentable que se
haya dado pie a este buscando a Wally por el mundo, ya sea en República
Dominicana, Portugal, Abu Dhabi o Nueva Zelanda, aunque uno descartaría este
último destino porque el país ha dado probadas muestras en los últimos tiempos
de su capacidad para mantener a los virus a raya.
El Rey, como el
alcalde de Villar del Río que se inventó Berlanga, nos debe una explicación o
varias, una exposición pública y pormenorizada de sus actos pasados, presentes
y futuros porque la rendición de cuentas no es una concesión graciosa del
soberano sino el principal de sus quehaceres. Que sigamos en la inopia mientras
se reconoce que debemos pagar a escote la seguridad del ausente rebaja a los
ciudadanos al papel de súbditos; nos envilece como sociedad.
La ejemplaridad
exige que conozcamos el momento exacto en el que el Rey tuvo conocimiento de
las andanzas comisionistas de su progenitor y de por qué se mantuvo en secreto
su red de sociedades en paraísos fiscales. Reclama pasos al frente, acciones
decididas que pasan por renuncias personales y con la retira de distinciones y
títulos a quien no los merece, por mucho que al piloto de la Transición,
devenido en kamikaze, le fastidie encargar a la imprenta nuevas tarjetas de
visita.
Es una vergüenza la
contemplación impertérrita de la desnudez del Rey que han empezado a practicar
los representantes políticos en sus audiencias. ¿Qué broma es esa de que la
presidenta de Baleares, por citar un caso reciente, diga que no ha hablado con
el jefe del Estado de la tocata y fuga del Emérito y que, de haberlo hecho,
"no lo trasladaría"? ¿Cómo va a ser razonable, señor Grande-Marlaska
que el ministro del Interior se niegue a dar datos del destino de los guardias
civiles a los que pagamos el sueldo y que ejercen de guardaespaldas de un
caradura? ¿Qué tomadura de pelo es que Esperanza Aguirre, reina también pero de
una charca de las ranas, justifique la salida del país del señorito Borbón como
unas vacaciones propias del mes de agosto? ¿Hasta cuándo tendremos que soportar
idioteces como la del exministro Margallo en su papel de alcahuete mayor del
reino? ¿Linchamiento dice? ¿Que si queremos que Juan Carlos acabe "como la
pobre Rita Barberá"? ¿De qué va este sujeto? ¿De verdad que alguien con
dos dedos de frente puede atreverse a invocar la presunción de inocencia para
alguien que la mayor parte de su vida ha sido inviolable?
La ejemplaridad no
se sustancia yéndose de vacaciones y haciéndose fotos con las niñas como si
aquí no hubiera pasado nada. No se sostiene en el silencio, no se manifiesta en
oscuras operaciones de Estado ni puede fabricarse con campañas de propaganda de
la prensa adicta. Es una obligación que figura en el contrato y cuyo
incumplimiento es causa de despido procedente.
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