LA PUBLICIDAD MATA
ANÍBAL MALVAR
SE ha enfadado mucho nuestra vieja prensa carpetovetónica con la ocurrencia de Pedro Sánchez de marcharse de vacaciones a La Mareta. "Ahí sigue, sesteando mientras los contagios se disparan", escribe el editorialista de ABC hoy mismo. En La Razón, el político socialista metido a opinador Tomás Gómez titula su pieza del día No es tiempo para vacaciones. "Pedro Sánchez ha iniciado sus vacaciones, se supone que para transmitir tranquilidad respecto a la situación, pero no es momento de márketing", le reprocha al presidente quien fuera secretario general del PSOE madrileño durante casi una década.
En las redes, la foto de Sánchez en una tumbona leyendo un libro de Murakami ha enervado al facherío. Y es que al bello presidente le pierden los posados. Ya le sucedió con aquellas gafas negras del avión, en plan George Clooney en Ocean´s Eleven. Iván Redondo soñaba con que el retrato acabara en las carpetas de las adolescentes, como si el superviviente por antonomasia fuera una pop-star. Y es que la política española es, cada vez más, una cuestión casi meramente publicitaria.
La información
también se ha contagiado de la tendencia y, al estilo Goebbles, las
investigaciones periodísticas son campañas de márketing con sus timing y sus
otros anglicismos. Por ejemplo, para la corrupción de Podemos, tenemos varios
modelos de información, dependiendo de si nos acercamos a la campaña de
primavera o a la de otoño. En la primera se llevan los tejidos caribeños de la
financiación chavista, mientras que en la otra prima la sobriedad del negro
para inventarse un escándalo sexual o una caja B.
En este contexto
pandémico y apocalíptico que nos ha tocado vivir, quizá PS debería de haber
medido mejor sus afanes narcisistas, su eterna pregunta al espejito, espejito
de las portadas y los couchés. Todo lo frívolo se convierte en hiriente cuando
la gente está muriendo en lento pero imparable goteo. Nos sucede a los
republicanos con las imágenes de nuestros borbones dando paseos de trabajo en
Palma, como insisten en repetir nuestros medios más vasallos. También a los
izquierdistas madrileños, escandalizados ante la imagen de la pizpireta e
incompetente Isabel Díaz Ayuso bebiéndose una Mahou en Extremadura.
En tiempos en los
que, según el CIS, uno de los asuntos que más preocupa a los españoles es la
baja estofa de nuestra clase política, un poco menos de exhibicionismo no
vendría mal.
La estampa de Pedro
Sánchez, escultórico, leyendo a Murakami, es tan desafortunada como esa de El
Corte Inglés con la vuelta al cole, en la que se ven los pies de un niño con
zapatos y calcetines preciosos que parece que se acaba de ahorcar para no
asistir a clase. En este nuevo romanticismo atroz e inculto, individualista y
superficial, ya no es el ruido de la imaginación el que produce monstruos, sino
la publicidad.
***
Tengo que reconocer
que estoy enfermizamente enganchado a las columnas en La Razón del ex ministro
de Interior con Mariano Rajoy, Jorge Fernández Díaz. Lo recordaréis porque fue
el creador de la patriotera policía de cloacas y porque tenía un ángel de la
guarda que le aparcaba el coche. El famoso ángel Marcelo, icono ya del
neomeapilismo español.
Fernández Díaz, en
su última e impagable pieza periodística, se muestra ofendidísimo porque
Sánchez se refiriera, en comparecencia oficial, a Juan Carlos I El Huidizo como
"el afectado". Nos viene a decir el ex ministro, con su prosa blanda
y untuosa como sermón de cura, que con estas formas "no es de extrañar que
el rey emérito se encuentre en paradero desconocido fuera de España". A
ver si nos aclaramos. Tantas versiones conspiranoicas hemos tenido que escuchar
desde que el borbón partiera allende los petróleos, que el pueblo llano está
confuso. Ya no sabemos qué creernos, salvo que don Juan Carlos es un señor
ejemplar pero un pelín gamberrete. La derecha mediática debería unificar ya sus
criterios para manipular la historia, como se hizo con tanto éxito tras la
transición, la heroica salida en televisión del 23-F o la preparación
democratiquísima y excepcional de Felipe VI. Los españoles ignaros, los de toda
la vida, necesitamos creernos una sola mentira homogénea y sólida. A ver si nos
lo curramos un poco más, dulces escribanos palaciegos.
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