EL FLACO MORALES
POR: EDWIN DORIA
El flaco Morales salió desde casa a pescar al río en horas de madrugada. Llevaba en la mochila, mangos, implementos de pesca, anzuelos, un chinchorro y carnada; implementos que compró con cinco mil pesos prestados por la vecina a su compañera Rebeca.
Morales junto con Rebeca, llevaban más de un mes confinados; alejados de hijos y nietos que tanta falta hacían en esos momentos de crisis existencial a los dos viejos. Sobrevivían con muy poco.
Pasada la media
noche, sin que aparentemente nadie los notara, recogían en la calle los mangos
caídos de árboles sembrados en la puerta del vecindario. Hacían jugo, dulce o
ensalada de mango para mitigar el hambre. Algunos vecinos consciente de la
situación y conocedores de su oficio de pescador que no ejercía por esos días,
los ayudaban con lo poco que podían. La que más colaboraba era la vecina de al
lado, a través de la cerca que dividía los dos patios pasaba una comida diaria
para compartirla.
En una ocasión
recibieron una comprita donada por el gobierno departamental que la estiraron
una semana, realizando una comida diaria. No accedían a la ayuda humanitaria
por carecer de tecnología, no tenían celular, ni computador, además desconocían
el manejo de esos aparatos.
Acostados en la
hamaca matrimonial, sin pegar el ojo, mirando el haz de luz nocturno colado por
diminutos huecos del techo de zinc, el flaco iluminado por la noche azul
propuso a Rebeca infringir la norma de confinamiento. Ir a pescar para
garantizarse alimentación y algunos pesos –No podemos pasar toda la vida
encerrados, esperando que un culicagado presidente, ordene la salida de los más
viejos– Rebeca respaldó la propuesta de Morales -Te advertí: El que se acuesta
con pelao amanece cagao-.
A ella le hubiese
gustado acompañarle, pero alguien debía quedar en casa, por si las moscas. Al
siguiente día, habló con la vecina para el préstamo, argumentando que con ese
dinero compraría medicina.
Madrugaron como era
costumbre antes de la pandemia, durante la cuarentena cambiaron el hábito y
levantabanse de la hamaca casi al medio día. Con ello trataban de volarse el
desayuno y quizá el almuerzo, engañando al estómago, habituado por lo menos a
dos comidas diarias. Rebeca, su compañera de vida durante más de cincuenta
años, calentó el café sobrante del anterior día, y lo entregó con dulzura al
Flaco. Acto seguido, le pasó el tapabocas elaborado con tela de una vieja
franela de propaganda política, desteñida por el uso y el sol, pero limpia y
esterilizada con agua caliente. Despidió al flaco Morales con un beso en la
mejilla –cuídate mijo. Aquí estaré esperándote– Se abrazaron, y compartieron
lágrimas de profundo afecto.
Morales por
recomendación de Rebeca no caminó por las calles del pueblo para llegar hasta
la rivera; sino por el camino enmontado a las afueras del poblado, para evitar
encontrarse con la mala hora. Al atardecer, Morales había acumulado una gran
cantidad de peces de diferentes tamaños; apartó, en una bolsa plástica los que
llevaría a casa y otros de obsequio para la vecina de al lado. El resto los
vendería antes de llegar a casa. Esos, los ensartó en una vara de exhibición.
Había olvidado él toqué de queda para los mayores de setenta años. Regresaba
por la calle principal del pueblo cuando fue abordado por una patrulla de ocho
policías motorizados que lo rodearon y le exigieron identificación.
Morales mostró la
identificación. Uno de los policías arrebató de su mano el documento y lo
confiscó. Cuando el viejo quiso reaccionar, para recuperar la cédula fue
reducido por tres policías; lo arrojaron al suelo junto con los peces que
también comieron el polvo. Los curiosos desde sus casas protestaban por el
abuso policial. Sin embargo, prosiguieron con el procedimiento y al momento
llegaron dos patrullas, lo alzaron como un bulto de yuca y lo arrojaron al
platón de una de las camionetas y encima de su cuerpo le echaron el chinchorro.
En medio de los
quejidos de dolor de Morales, recogieron la mochila, la vara de pescados y
partieron con rumbo desconocido. Luego del infortunio de Morales, narran los
curiosos, que los patrulleros se detuvieron por el camino, revisaron la
mochila, se comieron los mangos, hicieron bromas, entre ellos, con los peces y
después se los repartieron. En vista que el viejo se quejaba de un fuerte dolor
en sus costillas, acordaron llevarlo a una clínica, lo reportaron como NN, se
lavaron las manos y continuaron con el patrullaje.
Algún curioso que
distinguía al flaco, llegó hasta la casa de Rebeca e informó lo sucedido.
Rebeca, luego de muchas vueltas entre la estación de policía y el puesto de
salud de la población, logró dar con el paradero de su compañero.
Lamentablemente después de esperar muchas horas a la intemperie bajo la lluvia
y sin probar bocado por dos días a las afueras de una clínica en la ciudad
donde fue trasladado, recibió la mala noticia envuelta en una cajita con los
restos del flaco Morales hecho cenizas que según el informe médico murió por
consecuencia del Coronavirus.
** Las opiniones,
análisis y/o similitudes expresadas por los autores son su
responsabilidad, por tanto Trochando Sin
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