TIEMPO DE DEPRESIÓN: EL
HAMBRE EN MADRID
POR VICTOR ARROGANTE
Ya he contado
alguna historia sobre Madrid y los madrileños, hoy lo dedico a los tiempos de
la depresión de los años cincuenta y otros tiempos, de cuando la miseria se
sufría. Finalizaban los cuarenta tristes y miserables de la posguerra, y
comenzaban los de la depresión, que dieron paso a los austeros, en los albores
del desarrollo y del «600».
Durante la guerra,
el abastecimiento de Madrid fue un problema desde el principio. Al acaparamiento
de víveres, se unió el mercado negro, lo que condujo a una situación muy
precaria. Se recurrió a las cartillas de racionamiento para intentar cubrir las
necesidades mínimas de la población. Lo más común era ver colas por la ciudad,
normalmente de mujeres vestidas de negro, que llevaban horas y horas esperando
pan, leche, café u otros alimentos básicos. La principal actividad del día era
buscar alimentos para sobrevivir.
En mi barrio, en la
calle Goya esquina Alcántara, se formaba la cola desde las cuatro de la mañana
y abrían a las nueve. Vendían un kilo de galletas rotas por persona.. Había
colas para embarazadas y las que no lo estaban, lo simulaban para conseguir más
alimentos y esperar menos tiempo. La gente llevaba sillas para que la espera
fuera menos dura, cuando alguien intentaba colarse había incluso violencia. Ni
siquiera los bombardeos evitaban que la gente dejara su puesto en una cola. «Un
obús cayó en la plaza. Giraron la cabeza para mirar y se arrimaron un poco a la
casa, pero ninguna abandonó su puesto de cola». Sus hijos esperaban la comida
en casa.
Parece que fue
ayer, cuando Madrid contaba con millón y medio de habitantes, al alba de un día
de julio, con las restricciones eléctricas habituales, todo comenzó para mí.
Hacía tan solo diez años que había terminado la guerra y se dejaba sentir la
gran represión política y social y la recesión económica que dejó como
herencia. La Conferencia de Postdam, celebrada después de la Segunda Guerra
Mundial, había condenado enérgicamente la política de Franco, que sumió a
España en un completo aislamiento diplomático, por lo que no le permitió
beneficiarse del Plan Marshall, cuyos millones de dólares favoreció la
reconstrucción de los países europeos contendientes.
Hasta 1952, España
no empezó a recuperar los niveles de vida que tuvo en 1935. Estados Unidos,
valoraró como muy positiva (ya lo había hecho Hitler), la situación
geoestratégica de la España atlántica, mediterránea y pirenaica y en su
beneficio, convinieron el pacto con la dictadura franquista y la instalación de
sus bases militares, que aquí siguen. Eran los años del hambre, del estraperlo,
de la escasez de los productos más necesarios, del racionamiento, de las
enfermedades contagiosas, de la falta de agua, de las restricciones eléctricas,
del empeoramiento de las condiciones laborales, del frío y los sabañones; de la
leche en polvo y del queso amarillo-naranja americano. Las cárceles abarrotadas
de presos políticos y en las cunetas fosas comunes, ciento cuarenta mil
desaparecidos en la guerra y la dictadura; que hay siguen.
Ya se habían dado
episodios de hambre. En el verano de 1811 estalló en Madrid una calamidad jamás
sospechada en la Villa y Corte: ¡el hambre!, como lo llamó Ramón Mesonero
Romanos, cronista y concejal madrileño, en sus memorias; un capítulo negro de
la historia madrileña: «El hambre de Madrid«, título basado en el cuadro de
José Aparicio; un encargo gubernamental en referencia a este espantoso
episodio. Después de cuatro años de guerra encarnizada, las cosechas, escasas, eran
robadas por unos y otros ejércitos, y por las partidas de guerrilleros. Madrid
estaba aislada, por lo que sufría de un abastecimiento insuficiente.
El hambre estalló
en septiembre de 1811, a pesar de que el Gobierno de José Bonaparte había
tomado algunas medidas: como arrebatar de los graneros de los pueblos cercanos
todas las mieses y frutos para traerlos a la capital, u obligar a los panaderos
a cocer un grano que no tenían, y a fijar un precio elevado imposible de
mantener y de pagar para la mayor parte del vecindario. El famoso pan de trigo
candeal de Madrid fue sustituido por otro a base de centeno, maíz y cebada,
pero la escasez continuaba en ascenso. La carestía de los pocos productos que
había, también subió en la misma proporción, de forma que los alimentos no
quedaban fuera del alcance del pueblo común, sino progresivamente de las
familias más acomodadas. En agosto de 1812, finalizó esta tremenda situación,
con la entrada de Lord Wellington, que facilitó las comunicaciones y los
abastecimientos. El hambre de Madrid había concluido; hasta la siguiente
crisis.
A principios de los
años cincuenta proliferaron por Madrid los barrios de chavolas. Andaluces,
extremeños y manchegos, huyendo de la miseria de la tierra, en busca de
trabajo, se instalaban en donde podían. También los rojos represaliados que no
tenían sitio en el Madrid oficial. Pozo del Tío Raimundo, Palomeras, Entrevías,
«la ciudad sin ley» en La Elipa baja y en el «Arroyo Abroñigal», de ponzoñosas
aguas que desemboca en el Manzanares. Recuerdo visitar con mi madre a mi tío
Pepe. Vivía con su mujer y cinco hijos en las cuevas horadadas en la tierra,
junto al puente de Las Ventas del Espíritu Santo. La miseria se veía, se vivía,
se sentía y se sufría.
La economía
franquista significó la profundidad y duración de la depresión durante los años
cuarenta. Para la mayor parte de los españoles fueron, sencillamente, los años
del hambre, del estraperlo, de la escasez de los productos más necesarios, del
racionamiento, de las enfermedades, de la falta de agua, de los cortes en el
suministro de energía, del hundimiento de los salarios, del empeoramiento de
las condiciones laborales, del frío y los sabañones. Todo un desastre de gran
magnitud.
La economía
franquista, significó la restauración de la propiedad privada, la recuperación
de los beneficios de las empresas y de la banca, el desvergonzado
enriquecimiento de los grandes estraperlistas protegidos del Régimen y el
restablecimiento de los privilegios de la Iglesia y el Ejército. Además de su
intensidad, el otro rasgo característico de la depresión de los cuarenta fue su
larga duración. La recuperación de los niveles de bienestar fue más tardía,
como consecuencia de la apuesta del Régimen por la industria pesada, a costa
del abandono de la agricultura y las industrias de consumo. Así, el nivel de
consumo alimenticio de preguerra, en términos de calorías totales, solo se
alcanzó a mediados de los años cincuenta y el consumo de algunos productos
alimenticios de calidad se retrasó hasta entrados los sesenta.
Lo cierto es que,
por encima de cualquier circunstancia, la duración y profundidad de la crisis
no puede ser entendida sin situar en un primer plano la esencia política del
Régimen, sus fundamentos y objetivos y la propia política económica desarrollada;
un régimen nacido por el apoyo directo de las potencias totalitarias. La
depresión posbélica española fue mucho más intensa y larga que la de los países
europeos afectados por la SGM. La situación de España en 1945 fue el resultado
de una opción voluntaria de Franco que resultó equivocada. El objetivo
autárquico era una quimera y partía de la ignorancia de la propia teoría
económica.
El establecimiento
de racionamientos y cupos tuvo efectos negativos. Resultaba imposible hacer
coincidir los deseos de consumidores y productores con las cantidades asignadas
y los precios que estaban dispuestos a pagar. En todo caso se producía un
desajuste entre la demanda y los cupos o racionamientos asignados, el
equilibrio solo podía conseguirse acudiendo a transacciones ilegales, que el
mercado negro se encargó de resolver. En 1959 se aprobó el Plan de
Estabilización que produjo que en los años sesenta comenzara el desarrollo. Las
causas hay que buscarlas en el efecto de arrastre de una economía mundial en la
mejor década de la historia. La economía siguió intervenida, fuertemente
protegida, y la hacienda mantenía todos sus defectos. Persistía el atraso
tecnológico, científico y educativo. No se como hemos podido sobrevivir.
La postguerra fue
una época de «mucho miedo y poco pan»; la comida era un bien escaso que había
que racionaizar. Los más miserables iban a Legázpi a por los deshechos del
mercado de abastos. Si aquella busca salvó a mucha gente a morir de hambre, en
los últimos tiempos se ha puesto en evidencia una nueva categoría social: los
trabajadores pobres, que ha trastocado el concepto de pobreza, como
consecuencia de los bajos salarios y la baja la calidad de los empleos. Ha
aumentado la pobreza en nuestro país, lo que conlleva que cerca de tres
millones de personas se encuentre en pobreza extrema y cerca de dos millones de
niños pasen hambre en España.
El hambre ha pasado
de ser un fenómeno colectivo, a convertirse en una tragedia individual y
familiar. Se trata de las personas sin hogar, que han alcanzado el nivel máximo
de exclusión social y marginación en una sociedad moderna.
Para no llegar a
daños mayores, es necesario que el nuevo Gobierno, tome las medidas para
resolver la actual situación de pobreza y hambre. «Tened presente el hambre«;
porque el hambre en España es un asunto que cualquier gobernante decente
tendría que incluir entre sus prioridades.
Víctor Arrogante
En Twitter
@caval100
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