RIVERA Y CASADO: MONTA TANTO
DAVID TORRES
Últimamente, los
periódicos abundan en presentar fotos de Albert Rivera y Pablo Casado uno al
lado del otro, a veces enfrentados, a veces sonriéndose, ambos esforzándose en
colocarse en el medio, lo cual, siendo -como son- pareja de hecho, resulta
bastante complicado. Tras la toma de posiciones del alevín del PP -que le está
copiando al líder de Ciudadanos gestos, tics, ideología y currículum-, Rivera
debe de sentirse igual que el protagonista de La invasión de los ladrones de
cuerpos, con un haba gigante sembrada en el invernadero de la que le empieza a
brotar un clon político. Lo que pasa es que Rivera se acuerda de que él también
empezó como un pequeño injerto de extremo centro, un experimento de jardinería
contra el nacionalismo catalán regado con dinero del Ibex. Ve crecer las venas,
las pestañas, los dientes y duda entre clavarle una estaca o pegarle un abrazo.
En esa duda
existencial radica el efecto humorístico que produce verlos juntos. No hay que
multiplicar los entes sin necesidad, pero tampoco hay mejor truco para marear
al personal que darle a elegir entre un señor y otro señor casi idéntico.
Muchas parejas cómicas de la historia del cine (Laurel y Hardy, Abbot y
Costello, Jack Lemmon y Walter Matthau, Lauren Bacall y Humprey Bogart) jugaron
al contraste, pero Rivera y Casado prefieren jugar al despiste. Uno dice que
los inmigrantes que llegan en pateras son un problema y el otro repite que los
inmigrantes que llegan en pateras son un problema. Uno asegura que odia los
nacionalismos mientras se envuelve en la bandera de España y el otro confirma
que odia los nacionalismos mientras se arropa en la misma bandera. Uno se opone
a desenterrar la mojama de Franco y el otro también se opone. Uno es muy patriota
y el otro tampoco.
En la hoja de
estudios de ambos también hay vacíos, oquedades y títulos de cartón piedra
similares. Rivera ha ido descolgando diplomas de la pared al tiempo que Casado
se sacaba la carrera de Derecho y un máster por correspondencia. En ellos el
saber no ocupa lugar, efectivamente, tan poco que Rivera tiene una entrevista a
sí mismo en su propia web donde dice que su libro favorito es la biografía de
Nelson Mandela; debe de ser que todavía no ha llegado al capítulo donde Mandela
se afilió a un grupo político comunista y terrorista. Por su parte, Casado -que
cuenta con un amplio y jugoso repertorio de declaraciones homófobas- no duda en
recomendar Memorias de Adriano, de Marguerite Yourcenar, sin haberse enterado
de que buena parte de la novela es un canto al amor homosexual.
Rivera y Casado se
encuentran en la misma posición que Stallone y Schwarzenegger a mediados de los
ochenta, cuando los dos manojos de anabolizantes competían entre sí para ver
cuál se llevaba el público a sus bodrios. Chuache acusó a Silvestre de utilizar
dobles de acción para las escenas de riesgo y Silvestre contraatacó sacando a
la luz las simpatías nazis de Chuache. Hasta mucho tiempo después, ninguno de
ellos entendió que compartían el mismo nicho de mercado y que la gente que iba
a ver la mamarrachada de uno pagaba luego para ver la mamarrachada del otro. Al
final comprendieron que les iría mejor juntos y decidieron colaborar fundando
una cadena de cafeterías. Casado y Rivera están a punto de rodar Los mercenarios,
juntos pero no revueltos.
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