ÁNGHEL
Por Antonio Arroyo
Silva.
Muchas
palabras de elogio podría dedicar en este escrito a Ánghel Morales García, sin
pecar ni lo más mínimo de subjetividad. Palabras de elogio al hombre entregado
totalmente a su labor como editor, como escritor y como periodista, y que jamás
ha dejado de lado el elemento humano; sino que éste ha sido el eje central de
toda su vida y que nunca ha cejado en su lucha.
Ánghel
ha estado presente y activo en todos los aconteceres literarios, políticos,
sociales más o menos relevantes en la historia de nuestras baratarias ínsulas y
en su pugna por llegar a las islas imaginarias a que todos aspiramos, donde
reine la justicia social, el desarrollo cultural y todas esas pequeñas cosas
que nos enriquecerían como intelectuales o simplemente como personas que vivan
en paz. Desde los setenta hasta nuestros días. Más sabe el diablo por viejo que
por diablo —dice la voz popular—. Y Ánghel más sabe de ese
intento de muchos de satanizar algunos hechos y esconder la realidad de los
mismos, las verdades como puños. Los «silencios que nunca fueron». Y más
sabe, sobre todo, por haberlos soportado y sufrido en propia carne.
Antonio Arroyo en compañía de Anghel
Morales
Entrando
en su libro La voz de Anghel, recientemente publicado por
Ediciones idea, nos dice el prologuista Daniel María: «lo vivido por Ánghel es
importante por histórico y por fundamental para conocer las sombras de días
pasados, tan nítidamente conservados por él». Yo diría que, aparte de estar
publicadas anteriormente en los medios periodísticos, radiofónicos,
blogueros…tales como La Tarde, Diario de Avisos, La
Opinión, El Día o Nación Canaria, con secciones tan importantes
como «Divagaciones de un loco» o «La mano k´aprieta», aparte de que fue
director de algunas de las principales revistas de Canarias: Archipiélago
Canario, La voz del Valle o Guía Semanal de Tenerife, nuestro autor,
amigo y compañero no para de contarnos esos aconteceres a viva voz. Y ahora que
los leo, observo atónito y admirado de que sus textos escritos se corresponden
con la oralidad profusa y certera que celebramos en él los que lo conocemos.
De
esta manera, muchas veces, en público y en privado ha manifestado que en su
etapa con los curas conoció El Libro Blanco del MPAIAC de
Antonio Cubillo y se hizo independentista, y si bien nunca militó sí que
aprendió cuál era su país, su nación y su Estado. Con el tiempo se he ido
desencantando de la política —como muchos ciudadanos de la era rajoyana, sobre
todo—, aunque sigue siendo independentista por dignidad. Ser digno y
consecuente con las propias ideas y actitudes es tarea ardua, ya que el
ambiente político y cultural —todavía peor el de ahora mismo— nos hacen
caer en sus múltiples contradicciones o bien nos transforma en seres
irreverentes y aislados, cosa que no ocurre ni ocurrirá con nuestro autor; pues
nada le impide usar el sano ejercicio de la palabra para denunciar las
injusticias sociales, políticas y culturales de y contra nuestra-su tierra. Las
pretéritas, presentes o futuras. Con total convicción. Pero tampoco renuncia al
diálogo con los otros, siempre y cuando medie la idea civilizada del respeto
por la persona opuesta. Como en una sociedad democrática ideal, donde la
verdad es un asunto fundamental, pues no destruye sino, al contrario, es
la única base en las relaciones interpersonales en un mundo verdaderamente moderno.
También la verdad individual ayuda a construir, contribuye al diálogo.
El
libro en sí está articulado en tres partes. La primera se acoge al título del
prólogo del poeta Daniel María, “Silencios que nunca fueron”. Bajo mi punto de
vista, aquí se engloba una serie de artículos donde se habla de los vicios
inculcados a la sociedad, como pueden ser las supersticiones, el alcohol, la
droga, los cuentos chinos, etc. Éstos son vistos por la mirada aguda del autor
como obstáculos que impiden de muchas maneras el pensamiento crítico y creativo
del pueblo. Hechos que el sistema por una parte sataniza y por otra promueve.
Por algo será. También se nos da en el libro buena cuanta de la situación de
Canarias de finales de los 70 (los presos políticos canarios, la marginación de
las islas por parte del Estado Español, etcétera). No deja en el tintero la
situación de entonces del Sahara Occidental tras ser dejado en manos de
Marruecos. Realmente nada se le escapa a su ojo crítico.
A
continuación, le sigue una segunda sección que titula “Sobre mayo del 68. I
parte” donde nos da noticia y datos sobre los acontecimientos en el París
en esa fecha; «el anuncio de una nueva era, en la que reinaría la libertad
total de costumbres, expresión y de pensamientos». Es decir, se nos habla de la
filosofía que surge de forma repentina y se va a extender por todo el Mundo,
mientras que el Estado Español se mantenía entonces en el ostracismo de la
dictadura franquista. La intención de Ánghel Morales se puede llamar
pedagógica. Mucho hicieron las emisoras de radio en este aspecto en esos
tiempos, incluso antes, aprovechando la gira de los Beatles por España, por
ejemplo, o la distracción de los sensores que cada vez tenían más roma la punta
del lápiz rojo, a la par que se afilaba en ellos cada vez más la punta de su
ignorancia.
En
la tercera parte, del mismo nombre, trata temas relacionados o
consecuentes con ese espíritu del Mayo Francés que ya estaban en la
habitación del pensamiento de nuestro periodista —donde más cómodo se encuentra—:
la búsqueda de la verdad que antes mencioné por encima del color de las
ideologías, por encima del color de la autoridad del momento. Y, por otra
parte, la denuncia de la verdad estereotipada o de medias tintas que es peor
que la misma mentira. Y con estos planteamientos llega casi a los tiempos de
ahora en que la involución y la ignorantación —que según Víctor Ramírez siempre
ha estado presente— empiezan a levantar el hocico por tierras de allende
y aquende los mares.
Desde
el punto de vista de la expresión, lo más característico es el empleo de la
argumentación como única herramienta de defensa ante los dimes y diretes o
represiones reales sufridas por el autor, en propia carne o en carne de sus
ideas y de sus congéneres. Su argumentación muchas veces parte del refutar
opiniones contrarias para posteriormente utilizar la recurrencia llamada reductio
ad absurdum con todo tipo de artilugios arrojadizos, sobre todo, la
ironía que se permite el lujo de aflorar con toda su impronta e, incluso, como
en todos los foros civilizados, pedir disculpas por saltar sobre el
contrincante en la arena del circo de la palabra escrita —o hablada—. Se dice
que la ironía es un recurso de la inteligencia contra la falacia, y cuando ya
ni vale la pena desvelar la falsedad de la mentira, entonces nuestro autor
recurre al sarcasmo, e incluso a la socarronería.
En
resumen, se trata de unos artículos que utilizan un lenguaje sencillo, más
propio de las calles de la oralidad que de las amplias avenidas de las ideas
abstractas. Pero que, no obstante, conducen al pensamiento claro y honesto de
Anghel Morales García.
Leer
la voz no sea una simple sinestesia, la voz mirada que dice el poeta Aquiles
García Brito, y que aquí en La voz de Ánghel suena como las
trompetas de Jericó en boca de un Ánghel, que, aunque no exterminador, sí bien
puesto en su eterna decisión de dar testimonio y de gritar por encima de las
voces de una mentira impuesta, de unos silencios que nunca fueron.
Gáldar, 28 de julio de 2013.
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