¿QUIÉN (O QUÉ) MATÓ A YASSER ARAFAT?
POR EGON FRIEDLER
La
gente tiene una memoria muy frágil. Solo así se explica que en las
informaciones de prensa sobre las nuevas acusaciones acerca del presunto
asesinato de Yasser Arafat nadie recuerde que Suha Arafat se negó a permitir,
poco después de la muerte de su marido en noviembre de 2004, a que se haga la
autopsia del cadáver.
Del
mismo modo parecen haberse borrado de la memoria colectiva las escandalosas
negociaciones de la viuda con la Autoridad Palestina respecto al destino del
dinero “administrado” por el líder fallecido en nombre del pueblo palestino.
Sin
embargo, hay excepciones. Una de ellas es curiosamente el “Guardian” británico,
un diario que en general tiene una actitud pro-palestina y anti-israelí. El
periodista Clayton Swisher escribe en un artículo del 8 de noviembre, titulado
sugestivamente “Yasser Arafat, una farsa en Ramalla”: “La Autoridad Palestina
formó una comisión para examinar las circunstancias de su muerte inmediatamente
después de su deceso. Pero luego hubo varios cambios de liderazgo, acusaciones
sin pruebas contra Israel, pero ningún examen forense. Según correspondencia
obtenida por Al Jazira, el doctor palestino a cargo del caso Abdullah Bashir
escribió una sola carta a las autoridades del hospital francés en el que murió
Arafat en el año 2009. El hospital respondió que toda la información médica
había sido entregada a su viuda, Suha Arafat y a su sobrino Nasser Kidwa”.
Más
adelante, el periodista británico explica las curiosas circunstancias que
impidieron la realización de una autopsia cuando finalmente Suha Arafat cambió
de idea al respecto. “Nadie parecía interesado en la exhumación de Arafat. A la
Autoridad Palestina no le gustaba el hecho de que Suha buscara la jurisdicción
francesa. Prefería al Consejo de Seguridad, una curiosa elección si se tiene en
cuenta que este cuerpo nunca aprobó una resolución a favor de los palestinos.
La Autoridad Palestina asimismo pidió a la Liga Árabe que investigue, una
propuesta sin la menor chance de obtener resultados prácticos. Pero cuando el
gobierno francés pidió acceso al cuerpo de Arafat, chocó con el lío laberíntico
que había tratado de evitar durante años. Fue la Autoridad Palestina que se
negó a autorizar una autopsia que casi seguramente hubiera podido resolver el
misterio hace años”.
Por
todo esto, no es de extrañar que en enero de este año, dos periodistas
británicos, Matthew Kalman y Matt Rees, publicaran un breve libro digital
titulado provocativamente “El asesinato de Yasser Arafat”. A juicio de los
autores Arafat habría sido asesinado, quizás por medio de polonio. Pero los
principales sospechosos de su muerte y del encubrimiento posterior son personas
del entorno de Arafat. Significativamente, las personas más cercanas a Arafat
tales como su guardaespaldas y su médico personal fueron alejadas del líder en
los meses anteriores a su muerte. Fathi Shabaneh, el hombre de la Autoridad
Palestina que dirigió la primera investigación sobre la muerte de Arafat, dijo
a los autores que le gustaría formular algunas “preguntas duras” a algunos de
los líderes de la Autoridad Palestina.
Para
explicar la mecánica del liderazgo de Arafat, Kallman y Rees cuentan el caso de
Adnan Shahine, un palestino ejecutado sumariamente en una calle de Belén en
diciembre por subordinados de Arafat, con el objetivo de intimidar a
potenciales colaboradores de Israel. El mismo Shahine era inocente, pero el
juego de Arafat era sembrar la desconfianza entre su propia gente. El clima
conspirativo era asfixiante.
Los
autores no mencionan un culpable por carecer de pruebas, pero dan nombres de
varios líderes que podrían haber estado interesados en la muerte del líder. En
los primeros lugares en la lista figuran Mohamed Dahlan, el exjefe de las
fuerzas de seguridad de Arafat en Gaza y el propio Presidente de la Autoridad
Palestina, Mahmud Abbas, que fue designado Primer Ministro en el año 2003 por
presión norteamericana, pero renunció a los 100 días quejándose de que Arafat
saboteaba sistemáticamente su gestión.
Aunque
el tema central del libro es todo lo que rodeó la muerte de Arafat, Kallman y
Rees ofrecen un panorama sumamente interesante y poco conocido de la política
interna palestina. Por ejemplo, ellos consideran que la segunda Intifada no
tuvo como fin matar israelíes sino que fue más que nada un conflicto de poder
entre líderes. Los más débiles tenían interés en destruir el proceso de paz que
se suponía daría poder, dinero e influencia a sus rivales.
Por
supuesto, el libro no es la última palabra sobre el tema. Tampoco debe
excluirse la posibilidad de que sus autores estén equivocados y que tengan
razón los que creen que murió de sida, de cirrosis no alcohólica o de varias
patologías acumuladas.
Teniendo
en cuenta las actitudes de la Autoridad Palestina en el último tiempo, cabe
suponer que seguirá agitando el tema como bandera política mientras crea que le
pueda dar algún rédito. Pero muy probablemente la verdad nunca saldrá a la luz.
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