VIAJAR ENTRE COARTADAS
Agustín
E. Díaz-Pacheco (*)
Uno de los
componentes a los que más alude la narratología puede consistir, y es una
opinión, en que quienes escriben consideran cierta la presencia inspiradora de
temáticas, aunque paradójicamente dicho argumento se balancee peligrosamente en
el fino alambre de la hipótesis.
En un excelente libro (1) pude leer la
simbólica y enigmática cita de la magnífica escritora, ucraniana de nacimiento
y brasileña desde su remota infancia, Clarice Lispector, referida a la
inspiración: “Todas las visitaciones que tuve en la vida, llegaron, se sentaron
y no dijeron nada” (2). Aludía, evidentemente, a cierta condición pasiva
referida a la inspiración. Pero en muchas ocasiones el escritor no se limita a
esperar y ser visitado, sino que retira el sillón o la silla a tan peculiar
visita, tampoco en ser preguntado, comienza a viajar, bien a través de lo que
yo denomino viaje estático, o sea, el
escritor no sale tan siquiera de su domicilio, o por su contra, mediante lo que
yo califico como viaje dinámico, es
decir, el escritor atrevido en salir, el que se interna para indagar y
encontrar la razón vital que ha espoleado su vocación en cuanto a descubrir. En
el primer caso, podríamos situar a Franz Kafka, y en el segundo, a Joseph
Conrad o Ernest Hemingway, por ejemplo, y estrictamente referido a título
ilustrativo. En el caso de Eduardo Delgado Montelongo y su novela El centro del gran desconocido (3), opino que supone un caso intermedio
respecto a las dos categorías anteriormente expuestas.
Al leer su texto me hallé ante un interesante
novela corta, abrupta, radicalmente heterodoxa, de inquieta sintaxis, notoria
por curiosa y desconcertante transgresión temática, y en la que abunda la
lascivia erótica y un lenguaje bastante descarnado, también una vital cuestión
de fondo que ya aludiré. Delgado Montelongo nunca ha desdeñado el valor de la
insinuación como vital clave literaria, el esbozo que antecede a la integridad
del dibujo abarcador, y discernir respecto a lo que significa el contrapunto de
ésta su novela referida a otras anteriores suyas, Cristina y otros vicios, Cuaderno
afortunado y Johanna, pongamos
por caso. También el autor de El centro…, recuerde la sentencia
proferida por el escritor estadounidense Ambrose Bierce, en su vitriólico libro
El diccionario del diablo,
refiriéndose a la experiencia: “Sabiduría que nos permite reconocer como una
vieja e indeseable amistad a la locura que ya cometimos”. Igualmente, al leer
su novela, también reparé en los dibujos de la portada, originales
ilustraciones manovistas por Néstor Delgado Morales, primo hermano del autor,
sumamente creativo en lo pictórico.
En El
centro…, concurren ciertos valores. Nadar a contracorriente, con todos los
riesgos que ello conlleva, ser irrespetuoso hasta hacerlo estética, con
descripciones muy duras, premeditar malsonancias absueltas por la costumbre en
pronunciarlas y convertirlas en eco –prescindible para algunos escritores e
indispensable para otros ya que así se puede interpretar una derivación del
soporte sociolectal-, exponiendo cierta servidumbre ante lo que podría ser la
antimalthusiana Orden de Onán-, y así, paulatinamente, ir conociendo el más que
impensable infierno literario, en el cual tanto se atreve ensañar y el oficiar
inquisidor como, por ejemplo, los situados entre las nueve potestades de la
mitología cristiana.
Alude, al inicio de El centro…, a la Intratierra y la Extratierra. Es cuando uno de los
protagonistas, Rafa, menciona a Richard Edwin Byrd (Virginia, 1888 – Boston,
Massachusets, EEUU, 1957), almirante aviador de la Armada de EEUU, quien narró
su insólito viaje a la Tierra Hueca, reflejado en su Diario secreto. Afortunadamente, Delgado Montelongo evita
abrumarnos con referencias a Orfeo y su esposa Eurídice, elude las leyendas
germanas “que exilian a Venus al interior de la Tierra” (2), y sortea
inteligentemente –motivado político-ideológicamente- a las concepciones del
general alemán Karl Haushofer, profesor de geopolítica en la Universidad de
Munich, de enorme ascendencia sobre Rudolf Hess, tampoco aborda la Sociedad
Vril (3) y al horror del III Reich. (Quepa manifestar que los nazis creían en
la concavidad de la Tierra, tanto a instancias de pensadores occidentales como
por influencias de monjes tibetanos (4). Incluso componentes de elite de la SS
viajaron al Tíbet, al igual que lo hicieron a Canarias, cabiendo la más segura
probabilidad de que transitaran el Barranco de Badajoz, situado éste en el
término municipal de Adeje, Tenerife).
La Intratierra es, pues, otra coartada al
servicio de una transgresora construcción literaria concretada en El centro…, en la cual se da una
sucesión de irrefutables transgresiones. También la omnipresencia de una
artista porno, Katia Kaninsky, ilusión y realidad casi convertida en mito, su
posterior búsqueda en la milenaria ciudad de Buda y Pest, luego unificada como
Budapest (en cuyo proceso fue importante
el puente de Széchenyi o “puente de las cadenas”). Indagar en Buda, abundante en
barrios residenciales, habitado por la media-alta burguesía o en Pest,
conglomerado mayoritario que conforma cuantitativamente la ciudad separada por
el Danubio. Proceso de búsqueda luego dado en Praga, en la cual el autor repara
en el cementerio judío de Zelivského y la tumba de Franz Kafka, situada a
escasa distancia de la de su gran amigo Max Brod, quien salvaguardó importantes
textos del autor de La metamorfosis.
Búsqueda que fructifica al encontrarse el protagonista con Katia Kaninsky en
plena necrópolis, para luego jugar entre
el algodón o el lino.
Después, Viena y Bratislava, para acceder a
La Ciudad, y celebrar a un ser querido que convierte al protagonista en testigo
de un nuevo y pequeño ser humano, para él entrañable. Más tarde, los hombres
que sueñan con ser dioses, los hacedores hipnotizados o poseídos por la
alienación y que tan sólo poseen la
ceguera de no estar aunque se permanezca en vertical, estar desbrujulados
cuando ni tan siquiera puede existir la noción de una existencia física que
pueda ser cognitiva.
El autor de El centro del…, a quien yo adjudicaba cierto parentesco estético
con la corriente Accidents Polipoètics, variante de la polipoesía del singular
italiano Enzo Munarelli, me ha resultado, según sus propias palabras, todo un
ferviente lector de autores inscritos en la llamada generación Nocilla. Así,
Agustín Fernández Mallo, el ensayista Fernández Porta, y los también escritores
Javier Sierra o Manuel Vilas, por citar a algunos de ellos, y teniendo en
cuenta la capacidad crítica de la periodista Nuria Azancot, diligente y
cerebral en su brillante labor diseccionadora. La interdisciplinidad que figura
en Accidents Polipoètics, su quehacer narrativo, posibilitar que nuevas
aportaciones –Internet, redes sociales, youtube, medios de comunicación de
masas, música underground y otras
diversas y diferentes manifestaciones de una nueva cultura esencialmente
urbana- compongan una singular urdimbre, aproximándolos cardinalmente a los nocilla boys, y permítaseme tal
licencia. Conforme a una heterogénea concepción de la creatividad, se dan los
amores sorpresivos y fugaces, el solitario esfuerzo ejecutado por los
seguidores antimalthusianos de la Orden de Onán, la importancia concedida a las
ciudades y su vertiginoso tráfago, determinada necesidad erótica a veces no
satisfecha del todo pero ansiada con avidez, de ahí que se recurra a solitarios
esfuerzos manuales, deambular encima del mapa que pisan los propios pies, o
sea, viajar incesante y a veces compulsivamente, derrocar fronteras mochila al
hombro sabiendo soportar el azote del aire en pleno rostro, descubrir nuevos y
diferentes lugares, transgredir convencionalismos, ser tránsfuga de falsas
patrias, y atinar en lo concerniente a una especifica materia estrictamente
literaria: efectuar diálogos incorporados, estilar ciertas manifestaciones
neosurrealistas o tardoesperpénticas, y manifestar enorme rebeldía ante ciertos
dictados formales, lo cual queda constatado en su singular hechura narrativa. Y
en el caso que nos ocupa, o sea, la novela El
centro…, cohabita con todo lo expuesto la tenue penumbra que obliga a que
la razón se exilie. Me refiero, obviamente, a cómo evoluciona paulatinamente la
fragmentación mental del protagonista principal
Lo que ha inspirado a Eduardo Delgado
Montelongo ni tan siquiera se ha sentado, y el Viaje estático o viaje
dinámico, en el cual consta la conceptualidad que habita en algunos de los
anteriores textos de Delgado Montelongo, adquiere otra considerable por
distinta categoría en ésta reciente entrega. Lo precedente sitúa a Eduardo Delgado
Montelongo en una línea observadora de la trilogía Nocilla Proyecto (6), del escritor Agustín Fernández Mallo,
redefiniéndolo en su ensayo de emblemático título: Afterpop (7). De manera tal, que el autor de El centro…, queda incardinado: ser un escritor canario exponente
(¿solitario?) de un estilo que admira pero del que no participa, estilo en el
que diversos componentes no se distancian, llegando a integrarse a manera de
rompecabezas.
1.- El oficio de escritor, Ediciones y
Talleres de Escritura Creativa Fuentetaja, 190 páginas, Madrid, 1997.
2.- Op. cit., página
83.
3.- El centro del gran desconocido, Eduardo
Delgado Montelongo, Ediciones Aguere-Ediciones Idea, 67 páginas, Canarias,
2013.
4.- Nazismo enigmático. (Los secretos del ocultismo
nazi), José Miguel Romaña, Seuba Ediciones, 350 páginas, Barcelona, 1996).
5.- Nocilla dream, Editorial Candaya, 2006; Nocilla experience, Editorial Anagrama,
2008, y Nocilla Lab, Editorial
Anagrama, 2009, la tres novelas, de la autoría del escritor Agustín Fernández
Mallo.
6.- Afterpop, Editorial Berenice, 2006.
(*) Agustín E. Díaz-Pacheco es escritor.
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