Andaba descalza...
DUNIA SÁNCHEZ PADRÓN
Andaba descalza por las aceras donde la lluvia ya había muerto
en la ciudad. Ahora iría a otro distrito. No pensaba en nada. Estaba sola. Solo una ligera brisa me
acompañaba entre edificios marrones, sucios de tanta polución. Quería
distraerme de la rutina diaria. La noche ya remaba con sus constelaciones hacia
el infinito. El otoño con su humedad y frío hacia que fuera una ciudad sin
rostros. Una ciudad que se mecía en un duermevela. Farolas encendidas.
Semáforos que cambian de color sin esperar a nadie. A nadie. Por un momento se
miro sus manos, sus pies. Cuanto habían recorrido. Que experiencia habrían
ascendido por su carne y todo seguía igual. La misma monotonía. La misma
espera. La misma situación. Sus manos tapo su rostro. Sintió el frescor de su humedad.
Se las miró y pensó. Sí pensó. Que maravillosas eran. Con ellas podría hacer
cualquier cosa, o casi todo. Con ellas había sabido del amor, del trabajo, del
quehacer cotidiano incluso había escrito. Sí escrito. Mucho había escrito.
Ahora recuerda ese viejo baúl donde innumerables cartas de amor se habían
guardado. Cartas de amor en forma de bolas por qué no las había enviado sino
estrujado en cada pensamiento del será o no será. Nunca se había arriesgado.
Para que se decía. Las cosas si han de venir vienen. Miró al cielo y un tapón
gris a punto de abrirse concurría. Otra vez la lluvia. Una lluvia que intentaba
que rebosará en sus manos para después beber de ella ¡Oh que grata sensación¡
La naturaleza y ella. Ella y la naturaleza en soledad ¡La lluvia¡ Viene y se
va. Así como sus amantes. Ahora los recuerda y ríe. Ríe para sus adentros. A
cada uno le contaba un secreto. Un secreto distinto. Un secreto que con el paso
del tiempo lo componía y era toda una verdad. Una verdad para ninguno por
descifrar. Ríe. Ríe en su soledad. En lo desértica que están sus manos ahora.
Sus manos de las cuales no deja caer una fina capa de agua. Y bebe. Absorbe
todo lo que ella le puede dar. Anda descalza. La ciudad vacía. La madrugada
dejaba ya sentirse con su frialdad. Pero a ella que más le da. Estaba
disfrutando de sus secretos, de su verdad. De esa ciudad sin rostros.
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