Al otro lado de la valla
Luis
Rivero Afonso
Las
autoridades españolas han decidido la instalación de concertinas en la verja de
Melilla. Se trata de una alambrada con cuchillas y una malla metálica, fina,
que impide a una persona introducir los dedos para treparla.
La
medida parece tener un carácter disuasorio para aquellos emigrantes que
pretendan entrar en territorio español eludiendo los controles fronterizos. Y
en el peor de los casos, cuando no logre disuadirlos, podría tener fatales
consecuencias.
La
respuesta no se ha hecho esperar. Y el comisario de derechos humanos del
Consejo de Europa, Niel Muiznieks (que no hay que confundir con el Consejo
Europeo) ya ha criticado la utilización de tales medios. El Consejo de Europa
es una Organización Internacional que agrupa a 47 Estados y cuyo fin es velar
por el respeto de los derechos humanos. Esta organización se ha manifestado, en
más de una ocasión, contra las políticas de control de fronteras de la Unión
Europea, que ha calificado de poco respetuosas con los derechos humanos.
Pero
hay que decir que la medida adoptada por el Gobierno, no es del todo original.
El mérito se le atribuye al Ejecutivo anterior que ya instaló en 2005 este tipo
de vallas, aunque posteriormente fueran retiradas ante las protestas de varias
ONG. Tampoco resulta original el circundar un enclave con muros, murallas,
alambradas, verjas o cualquier barrera destinada a impedir el paso de las
personas.
La
historia de la humanidad está llena de muros y vallados. Son memorables las
murallas de las fortalezas medievales, rodeadas por fosas o empalizadas para
protegerse de las invasiones enemigas. Y que, a la postre, sirvieron -en
ocasiones- para contener a una masa hambrienta que se asentaba en los arrabales
de las ciudades.
De
triste recuerdo es el muro del gueto judío de Varsovia, durante la ocupación
alemana en la II Guerra Mundial. O los terribles alambres electrificados que
bordeaban los campos de exterminio del nazismo. Durante la Guerra fría, el muro
de Berlín dividió en dos esta capital y, de paso, a miles de familia que
quedaron aisladas a un lado y a otro de la mole. Otro ejemplo más reciente es
el muro que delimita y separa los territorios bajo jurisdicción de la Autoridad
palestina del Estado de Israel.
La
verja que circunda el perímetro de la ciudad de Melilla no difiere de los muros
y vallas que, a través de la historia, han sido erigidos por el hombre. Siempre
tratando de persuadir o impedir el paso de un mundo a otro (o, quizás, se alzan
para tapar las vergüenzas y penurias, propias y ajenas). Cuando un Gobierno
adopta una medida de este tipo, seguramente, se olvida de algo elemental, que
es la desesperación la que mueve el ánimo de quienes se aventuran a sortear
tales trabas.
Muchas
veces, ni siquiera el peligro de morir en el intento persuade frente a la
necesidad de huir de la desgracia. Para quienes escapan de la guerra, el hambre
o situaciones de extrema pobreza, todas las barreras que se interpongan en su
camino no son más que meros accidentes geográficos. Un obstáculo que separa la
miseria de la esperanza.
Sin
embargo, se da la paradoja que aquellos que vienen huyendo de una situación
desesperada, se encuentran -al pasar la frontera- con gente atormentada por sus
propias desdichas.
De
este lado de la valla también hay quienes intentan escapar atravesando los
confines. Miles de jóvenes, de impecable formación académica (licenciados,
diplomados, "masterizados"...) que, exasperados por un futuro
incierto, se aventuran a dejar su país y a su familia a este lado.
Quizás
ello se explique por la relatividad de todas las cosas. Si todo es relativo,
seguramente la desesperación y la miseria también lo son.
Así
como en este lado, hay quienes han perdido su trabajo y hasta la casa; del otro
lado, los hay que nunca han tenido ni casa ni trabajo. Y, quizás, hayan perdido
a toda su familia en una guerra que ni siquiera entienden; y lo peor es que no
les queda nada de lo que despojarse, salvo la vida.
Si
muchos de los que están a este lado de la valla pueden sentirse sumidos en la desesperación,
para los que vienen del otro lado, esto significa la esperanza.
Y
eso es lo último que se pierde, antes de la vida.
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