martes, 2 de julio de 2019

LA DESMEMORIA...


LA DESMEMORIA...
DUNIA SANCHEZ
Salí de la ducha mojada…muy mojada, sin toalla. La extrañeza de la casa donde me cobijaba me sonaba estridente, desconocida. Me puse ante el espejo, desnuda…muy mojada. Examiné cada trazo de mi. Mi rostro envejecido sin saber porqué. Mis pechos estriados, flácidos sin saber porqué. Mis manos arrugadas sin saber porqué. Mi vientre abultado, desparramado en la deformidad sin saber porqué. Mi pelo canoso sin saber porqué. Creí que ese espejo me engañaba, una broma delirante de no sé quién. Pero aquello era un espejo, fiel reflejo de la realidad. Yo no podía ser ella o si lo era. En cierta manera me parecía aunque estuviera muy envejecida. El calor en aquel cuarto era insultante, tanto, que no tenía ganas de secarme, de vestirme sino de observarme y observarme  fijamente. 
Mi mente jugaba conmigo, en ella  veía mis abuelos …¡cómo me besaban¡ ¡cómo me abrazaban¡ Sí , los veía, yo que era una joven pero ese dichoso espejo me engañaba. Estaba más retorcida, más desgreñada, más cansada. Y esa casa , qué hacía yo aquí. Pasaron las horas, mi cuerpo mojado se secó, el calor daba golpes fuertes y yo aquí…sí, aquí , ante un espejo que me hablará. Que me dijera que había pasado. La nada y el vacío de sus palabras me hacía ver un rostro envejecido, unos pechos estriados y flácidos, unas manos arrugadas , un vientre abultado y desparramado en la deformidad, un pelo canoso. Una lágrima resbalaba por mi mejilla y entonces caí en una fosa de oscuridad, de soledad. Mire mi alrededor, era de día, debía de pisar el mediodía un sol sonoro abrasaba mi espalda desnuda. Sí, desnuda. No, no quería vestirme. Y llegó la luz, esos momentos que despiertas sin darte cuenta del sueño. Aquella de rostro envejecido, de pechos estriados y flácidos, de manos arrugadas, de vientre abultado y desparramado en la deformidad, de pelo canoso…aquella era yo, en el hoy, en el presente. Un presente que me sacudía en el olvido, en callar de mis pasos por la vida. Volvía a la ducha, abrí el agua fría, caía como cascada pronunciando mi nombre, mi despertar, mi presente. Entonces, la pena estrujó mi corazón. Sola y el espejo que me acompañaba en el recorrido hasta la muerte, la muerte de mi memoria. Pánico, miedo, terror, repugnancia ¡no¡ solo llanto y llanto. Y maldigo la vida, soy insulto a ese castigo ¡por qué¡ ¡por qué¡ ¡Dolor¡ Dolor y más dolor. Y me puse ante el espejo y vi mi aislamiento y vi la muerte ¡Muerta ven a mí¡ cuando la tonada de mi adiós sea muda, sea ciega, sea sorda. Ven a mí antes que mi salud se encoja, se debilite. Frágil, frágil somos. Hojarasca que olvida de la rama que la hizo nacer ¡Muerte ven a mí¡ con tu traje de negro, con tu tierra marmórea, con el sigilo de la usencia. No, no me recuerdo, solo, el espejo. Y mirarme y mirarme para contemplar la corrosión, lo podrido de mi espíritu. Navegante de astros desvaídos, de astros lamiendo la desmemoria, la sin razón ¡Muerte ven a mí¡ Te espero, aquí estoy , acaso ¿no me ves? Todo ya ha terminado. Basta ya de esta tortura, de este mañana de pantanales asestando mis sentidos. Alas de mariposas se reflejan en el espejo, intento acariciarlas, intento besarlas pero se van como yo.

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