SÓLO FLORECE EN EL JARDÍN
DEL CORAZÓN.
RAFAEL ZAMORA MÉNDEZ
Después de haberme enterado del anexo y excitante correo que uno de mis avispados alumnos en
Venezuela, HUGO JOSÉ CONTÍN ESPINOZA, allá, por los años 60, siendo por aquella
remota época, un despierto chavalito y que, hoy en día, de hombre ya, haya
tenido, la sugestionada distinción de
ubicarlo en Internet, para intentar
indagar con mi paradero, no me queda
otra superior compensación que exponerles aquí
públicamente, los bienhechores sentimientos que tal mensaje ha sido
capaz de producirme.
Estas evidentes muestras de
reconocida admiración, suelen calar hasta lo más recóndito del alma,
penetrando en el ánimo con una fuerzas y
potencias tales que, a todas luces, resulta radicalmente bastante complicada la simple y torpe intención de
pretender arrinconarlas en las
tenebrosas sombras de la cruel indiferencia.
Algunos grandes pensadores, han llegado a certificar que las ofensas deben ser grabadas en la arena y, los beneficios, en
mármol y que, un índice de debilidad mental, viene a resultar ser, el
particular menoscabo de la glacial
ingratitud.
En el impenetrable corazón
del extraordinario jardín humano, la valorada flor de la invocada
NOBLEZA, tiene un valor excepcional, sublime y verdadero.
¿Cuántos de nosotros evocamos con sentido cariño a los
sacrificados educadores que nos inculcaran enseñanza, modales, urbanidad,
primeras letras y todos aquellos dotados conocimientos elementales, merced a
los cuales, hoy por hoy, nos estamos rigiendo en la vigente sociedad?
A mi mente acude la paternal figura de Don Antonio Riveira, un
exiliado profesor de origen gallego, acérrimo enemigo de la política
franquista, que me impartiera clases de cultura general, cuando exclusivamente
usábamos la abultada “ENCICLOPEDIA DALMAU”, notable elemento escolar, con todas
las impresas materias por asimilar, adjuntas.
Era un maravilloso narrador de leyendas, impresionante y único.
De él, se me quedó grabado perennemente, el imperecedero cuento de
; algo que llegué a practicar, mucho más
tarde, con mis alumnos, y, ahora, con
los nietecillos, siendo para todos ellos una verdadera contrariedad cuando, por
cualquier inocente indisciplina, les amenazaba con no seguir narrándoles las
sempiternas aventuras del tal legendario
personaje de ficción.
Don Miguel de la Rosa, un enjuto anciano pedagogo, casi
encorvado, que, al parecer en aquellos vetustos años, no se le permitía la
merecida y más que bien ganada jubilación y que, la mayoría de las veces, se
quedaba hasta cabeceando, como dormido,
mientras nosotros hacíamos
ejercicios de engalanada caligrafía o de variopintos dibujos y... al
que, en cierta traviesa ocasión, le adelantamos
el enorme reloj de pared que campeaba en el aula, logrando así salir de la
clase, casi una hora antes del evidente tiempo escolar vespertino correspondiente.
Don Moisés Montaño, de rubio cabello ensortijado y portando unas
sugerentes gafas de gruesa concha, quien desde muy lejos, en moto, recorría
a diario una buena cantidad de
kilómetros para llegar puntual a su
cátedra y romperse el coco, distribuyendo sus probados conocimientos
fidedignos, entre unos cuarenta o cincuenta diablillos, ansiosos de adquirir
primordial sapiencia.
¡Y, así, podríamos estarles mencionando a un buen número de
estas atesoradas e insignes figuras que,
personalmente, para mí, fueron unos auténticos héroes y, a los cuales, hoy les
brindo el justo y familiar homenaje de mi más complaciente y afectuosa
GRATITUD!
¡Este inverosímil buen reclamo de mi considerado discípulo,
CONTIN, me ha proporcionado tales
sugestivas remembranzas!
¡Ellas, se han hecho posibles, merced a la ingente generosidad
del novelista y editor, MIGHEL MORALES GARCÍA para que, en su exitosa, “NACIÓN
CANARIA”, se logren reflejen los
suspirados encantos de unas
flores que, por desventura,en los materiales tiempos que corremos, suelen tener insuficientes brotes
reproductivos!
AMIGO MORALES:Tu amabilidad y gentileza, no tienen humanos límites.
ResponderEliminarEl publicar estos tan gratos recuerdos para mí, no se pagan absolutamente con nada.
¡Imagínate cuando esto llegue al colega CONTÍN, allá, en MÉXICO, donde está ahora, trabajando como ingeniero petroquímico!