HOLA PUTA
GABRIELA
WIENER
Hace
muchos años contraté a una puta. Lo hice con mi marido pero en realidad yo era
la más interesada –él tenía sus remilgos– porque me moría de ganas de tener
sexo con una mujer in media res y tenía dinero, que ganaba como periodista
–ahora con mi sueldo de periodista no podría permitírmelo–. En fin, era un
servicio a domicilio. Llamamos por teléfono y vino a casa. En esa época y en
ese país donde vivíamos no abundaban las prostitutas que atendieran a hombres y
mujeres, ni a parejas, pero al final la encontramos. Aquella vez fue muy lindo.
Recuerdo que nos reímos mucho con esa chica, que intercambiamos nuestra ropa
sexy como jugando a ser la otra. Volvimos a llamar una vez más, aunque ya no
hubo tanto feeling.
La
última campaña española contra la prostitución #HolaPutero, me interpeló,
porque –aun guardando las distancias entre mi corta experiencia de putera y la
de un consumidor habitual de sexo con prostitutas–, me ponía automáticamente en
la categoría de alguien que, según el vídeo, había contribuido con su granito
de arena a la desigualdad de género en el mundo, “comprando mujeres, comprando
esclavitud”.
Mientras
no dejaba de parecerme loable que el mensaje viral pusiera por una vez el foco
sobre el cliente y no sobre la mujer trabajadora –finalmente, es lo mínimo que
podría esperarse de sus creadoras, activistas feministas–, cada vez me iba
chirriando más cómo una problemática compleja como la del trabajo sexual se iba
reduciendo a un a favor y en contra, e ignorando que en el “hola putero” estaba
implícito el “adiós, puta”.
Es
lo que, desde que empezó a circular la campaña, han venido señalando, a través
de sus redes, las trabajadoras sexuales organizadas: la usurpación de su lugar
en esa lucha. Aunque la reivindicación es vieja, hay muchas caras nuevas
denunciando la “putofobia” fuera y dentro del feminismo.
Georgina
Orellano, la impresionante líder de las prostitutas argentinas, ha dicho más de
una vez que “ser feminista es darle derechos a otras mujeres y la oportunidad
de elegir cosas que no necesariamente elegiríamos para una”. Según Georgina,
todo lo que les pasa no les pasa por ser putas sino por ser mujeres. “¿Tenemos
que explicarles otra vez que esto es trabajo?”, clama. “En la calle se sigue
llevando la policía a las compañeras. Y en la calle la policía no te pregunta:
‘¿sos abolicionista, sos reglamentarista, sos pro-sex, sos puta feminista? Te
llevan presa igual”.
En
los países latinoamericanos, abolicionistas de pura cepa, el uso del espacio
público para el trabajo sexual está criminalizado. Hasta el 90 por ciento de
prostitutas alguna vez ha sido agredida por la policía, que recibe cada semana
de ellas su bono para que las dejen trabajar en paz.
El
video de #HolaPutero parece dirigirse solo al putero –por cierto, como si fuera
el macho oficial, cuando sabemos que tenemos al macho en el despacho de nuestro
jefe, en la cama, en el partido en que militamos, en el colectivo del que
formamos parte y en cada esquina, es más, que el putero y el que está aquí al
lado son la misma persona. No pasa desapercibido, sin embargo, que en este
video a todas las putas se les llama esclavas. A la vuelta de hoja del criminal
está la víctima. Pero, ¿son víctimas todas las prostitutas? Aunque las haya, en
un gran porcentaje, la respuesta es no.
Lo
que ocurre aquí es que mujeres que no ejercen la prostitución se están
arrogando la potestad de llamar a otras esclavas, cuando estas, que son las que
ponen el cuerpo, no se identifican de esa manera. Que haya víctimas de trata no
hace menos legítimos los reclamos por derechos de las putas en activo. Se está
llamando esclavas a miles de mujeres que han convertido a la puta en su
identidad política. ¿No es acaso eso negar su empoderamiento? ¿No es desconocer
su lucha social concreta por adquirir ciertos derechos, por sindicalizarse, por
buscar más protección y mejoras determinadas en su ejercicio laboral mientras
nos encaminamos hacia el tan soñado fin del capitalismo cosificador de la
mujer? ¿Por qué no hablamos de cómo nos explota a cada una de nosotras el
patriarcado y dejamos que ellas hablen de cómo lo padecen en sus carnes? ¿Las
seguimos llamando esclavas?
Si
nos vamos a tirar las verdades en la cara para ver quién está siendo
verdaderamente consecuente en su lucha contra la feminización de un tipo de
trabajo como traba para la igualdad de género, me pregunto cuántas feministas
tienen a una mujer, menos privilegiada, migrante y racializada, limpiándole la
casa, cuidándoles los niños o sacando a pasear a sus padres. ¿Les vamos a negar
derechos laborales a las trabajadoras del hogar? Claro que no. ¿Para cuándo un
#HolaPatrona? ¿Son todas esas mujeres empleadoras unas esclavistas? No, solo
las que mantienen regímenes esclavistas. Mientras llega el comunismo feminista,
las putas piden lo mismo, nada más y nada menos.
Hay
que diferenciar la crítica a la prostitución como sistema de explotación, que
involucra a los proxenetas, a las mafias, al Estado, que perpetúa la
desigualdad y la cosificación de nuestros cuerpos, con la estigmatización e
invisibilización de las putas, en toda su diversidad, las que ejercen libres y
las que sufren la trata, las sindicadas y las no sindicadas.
No
reconocer sus derechos como trabajadoras es convertirlas en chivos expiatorios
de los dilemas que plantea una institución como esa a la sociedad en su
conjunto. Si bien hay consenso en que hay que cuestionar un sistema que nos
cosifica a todxs, que nos condena a la explotación o a la autoexplotación, en
lo que hay que seguir insistiendo es en la necesidad de que se reconozcan
derechos laborales a las mujeres que ejercen y quieren ejercer la prostitución
y se ofrezcan alternativas de trabajo a las mujeres que no.
“¿Hasta
cuándo vamos a seguir discutiendo, compañeras”, dice Georgina, “si las que
estamos entre cuatro paredes con el cliente, gozando o no, somos nosotras. Si
nosotras no nos ponemos de acuerdo, ¿qué carajos les vamos a pedir al Estado?
¿Qué me estás proponiendo, sacarme de una esquina para llevarme a la fábrica?”
Al final de su charla TED, Georgina cuenta que hace unos meses su hijo Santino
le contó que a la salida del colegio un amigo suyo quiso molestarlo frente al
resto señalándolo y gritando: “la mamá de Santino es una puta”. ¿Qué le
contestaste? le preguntó ella con el corazón en la boca. Santino le respondió
tranquilamente: “le dije mi mamá no es una puta es la secretaria general de
todas las putas del país”. Sí, putísima, re-puta, re-jefa. Si esto no es
empoderamiento, nada lo es.
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