LA OMC COMO ORGANIZACIÓN
CRIMINAL
ATILIO
BORÓN
En
esta nota nos ocuparemos de la primera, dado que en estos días se está
celebrando en Buenos Aires la reunión Cumbre de esa organización. La OMC es la
sucesora del Acuerdo General de Comercio y Aranceles Aduaneros pactado a la
salida de la Segunda Guerra Mundial. Creada el 1ª de Enero de 1995 durante los
años del apogeo del infausto Consenso de Washington (hoy repudiado por el
gobierno estadounidense) tiene por misión, al igual que el acuerdo que le
precedió, sentar las bases comerciales, financieras y jurídicas (el derecho de
propiedad, sobre todo intelectual para preservar las marcas y las patentes de
los gigantescos oligopolios que dominan la economía mundial) en el marco del
neoliberalismo global; organizar la aplicación
de todo tipo de sanciones y represalias sobre los países que violan sus reglas
y regulaciones; y perpetuar la actual división internacional del trabajo por la
cual los países ricos lo son cada vez más mientras que los pobres se distancian
cada vez más de los primeros.
La
OMC como organización criminal
Por
supuesto, las reglas de la OMC jamás fueron sometidas a discusión democrática
alguna y es la expresión más refinada del orden mundial que desea el
imperialismo y sus grandes transnacionales. Podría decirse que la OMC es el
ministerio de hacienda del imperio. Se trata de una agrupación con tintes
mafiosos, que se encarga de organizar el chantaje y la extorsión ejercidas por
el imperialismo y sus principales aliados y empresas sobre los países más
débiles. Por ejemplo, sólo algunos gobiernos tienen acceso a la sistemática
recopilación de datos sobre comercio y aranceles que maneja la OMC.
Las
organizaciones sociales, representantes de la enorme mayoría de la población
mundial no tiene acceso alguno a sus deliberaciones --¿o conspiraciones?- e inclusive, como se ha demostrado
escandalosamente en la Cumbre de Buenos Aires, tampoco se permite la
participación efectiva de organizaciones interesadas en promover un orden
internacional más justo. Por otra parte, es evidente que nada funciona en el
seno de la OMC si no existe un acuerdo entre Estados Unidos y la Unión Europea.
El problema actual es que el gobierno de Donald Trump se ha parcialmente
apartado de la OMC porque, a su juicio, la expansión del neoliberalismo global
ha terminado por debilitar a la economía norteamericana, no así a sus grandes
transnacionales y la Casa Blanca está retomando las nunca del todo abandonadas
banderas del proteccionismo. Y la Unión Europea, lo sabemos, es “librecambista”
en los rubros que le conviene y en el campo de la retórica, pero furibundamente
proteccionista en los demás, sobre todo en agricultura.
La
estructura mafiosa de la OMC se revela, entre muchas otras cosas, en una
cláusula que exige a los nuevos miembros su adhesión completa de la totalidad de
los acuerdos pre-existentes, los cuales no pueden ser sometidos a revisión.
Quien entra acepta todos, y si no se queda afuera y sufre las consecuencias de
la marginación del comercio mundial. Pero esto no es lo más grave. Hay otras
dos reglas que deben aceptar todos los miembros de esta mafia de cuello blanco,
que apadrina paraísos fiscales, el control monopólico de los mercados y la
preeminencia de las grandes potencias.
Uno,
el compromiso de garantizar la “liberalización progresiva” de los diversos sectores
de la economía y la irreversibilidad de
las reformas neoliberales. El papel ideológico-político se torna absolutamente
evidente a partir de este compromiso de estabilizar el holocausto social,
económico y ambiental producido por las políticas neoliberales. Dos, gracias a
las presiones del gobierno de George W. Bush en la época de gloria del Consenso
de Washington la OMC comenzó a incluir en su jurisdicción el “comercio de
servicios” y no, como antes, tan sólo el de bienes manufacturados, minerales y
productos agropecuarios.
Así,
pasaron progresivamente a ser regulados por esta organización lo intercambios
de “servicios” tales como las comunicaciones, las finanzas, el transporte, el
turismo pero también la salud y la educación, adquiriendo de este modo el rango
universal de mercancías y sepultando la noción de que se trataba de derechos de
exigencia imperativa no susceptibles de
ser regulados por las leyes del mercado.
Esto
quiere decir que a menos que los pueblos salgan a defender con fuerza e inteligencia
sus derechos en pocos años más absolutamente toda la vida económica y social
del planeta estará regida por las leyes del mercado. Y en materia educativa,
por ejemplo, será ilegal sostener a la educación pública porque sería
considerada por la OMC como una práctica discriminatoria que impide la libre
competencia en el mercado educativo mundial. Así como se sanciona a un país que
subsidia a un producto de exportación se haría lo mismo con quien subsidie su
educación o su salud, con las desastrosas consecuencias que son de esperarse.
Por
eso la OMC se ha ganado en buena ley esta caracterización como una organización
mafiosa y criminal, que ha sembrado pobreza
y explotación económica a lo ancho y a lo largo del planeta, como lo muestran las láminas que
acompañan esta presentación. Por eso también es necesario diseñar una
estrategia mundial para neutralizar el proyecto planetario de la OMC. Luchas
nacionales o locales aisladas, por abnegadas y heroicas que sean, no
controlarán a esta mafia criminal. Se requiere la organización de todos los
pueblos del mundo en una “anti-OMC”, o una nueva internacional de los pueblos,
que coordine las luchas en los diferentes países para defenderse de la
catástrofe que nos amenaza si los planes de la OMC llegaran finalmente a
prevalecer. Por algo hablaba Chávez de la necesidad de fundar un Quinta
Internacional.
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