LA QUIEBRA PREMEDITADA DE LA SEGURIDAD SOCIAL
POR JUAN CARLOS ESCUDIER
Para
prevenir que el Gobierno se hubiera quedado corto en la dosis de miedo que
debía inocularnos, en las últimas semanas asistimos a un bombardeo nada
inocente sobre la supuesta quiebra de la Seguridad Social y la urgente
necesidad de recortar las pensiones para que sea sostenible. La ofensiva fue
iniciada por Fedea, la fundación auspiciada por el Ibex 35, que viene colocando
en los grandes medios de comunicación amplios reportajes sobre las bondades de
las llamadas cuentas nocionales, un sistema implantado en países como Suecia,
Polonia y Letonia que vincula la pensión a lo cotizado y lo distribuye en
función de la esperanza de vida a la manera de un fondo privado. Su gran virtud
es que abarataría la pensiones en una cuantía no inferior al 40%.
Por
si el mensaje no había calado o por si la crisis catalana nos había distraído,
hemos conocido esta semana un informe de la OCDE que describe el Apocalipsis y
le pone fecha: 2050. En ese año, según las predicciones del organismo, seremos
el segundo país más envejecido del mundo desarrollado tras Japón con 77,5
pensionistas por cada 100 habitantes. El corolario es evidente: si no se
reforma el sistema, al que se califica como uno de los más generosos del mundo
en términos relativos pese a que cinco millones de personas reciben importes
inferiores al salario mínimo, el naufragio será inevitable.
La
publicación del informe ha coincidido con el nuevo sablazo a la hucha de las
pensiones, reducida ya a un cerdito de barro, aunque, para no pasar a la
historia como el Gobierno que se pulió 67.000 millones del Fondo de Reserva de
una sentada, Moncloa intenta demorar lo inevitable. Así, para pagar la extra de
diciembre a los jubilados usará sólo
3.500 millones del calcetín y sufragará el resto con un crédito de Hacienda. Todo
ello después de haber propiciado un déficit estructural de 15.000 millones al
año, pese a haber establecido en la última reforma un mecanismo que impide la
revalorización y jibariza los importes de manera que los pensionistas financian
parte del agujero a costa de perder poder adquisitivo. Entre tanto, se han
modificado las condiciones de los planes privados por si a alguien le da por
picar en el tocomocho.
Tal
y como se ha explicado aquí en varias ocasiones, el desvalijamiento de la
Seguridad Social ha sido premeditado, el resultado obvio de aminorar los
ingresos y multiplicar los desembolsos. No ha sido un producto de la crisis ya
que en los primeros años, durante su etapa más virulenta, el sistema escapó del
déficit y no fue necesario recurrir a las reservas. Se ha hecho que el crimen
parezca un accidente.
El
déficit de 15.000 millones no es sino el resultado de la combinación de varios
factores. El primero, el vaciamiento de la hucha, que en su mejor momento
ofrecía réditos de hasta 3.000 millones al año. El segundo, el uso de la
Seguridad Social como pagador de las regalías gubernamentales, hasta el punto
que de su caja han salido las bonificaciones y tarifas planas con las que,
supuestamente, se animaba a la contratación y que han supuesto hasta 4.000
millones al año. Paralelamente, se ha trasladado a la Seguridad Social
quebrantos que han permitido a otros organismos públicos cuadrar sus cuentas.
El ejemplo obvio es del Servicio Público de Empleo, que en tiempos cotizaba por
los parados mayores de 52 años y ahora sólo lo hace por los mayores de 55 años
y con bases inferiores. Finalmente, la devaluación salarial impulsada por la
reforma laboral ha provocado que el incremento de afiliados al sistema no
redunde en mayores ingresos. La apariencia es la de un minucioso plan que aboca
a la tijera, a la ampliación de la edad de jubilación y a la promoción del
ahorro privado en beneficio de la banca, la misma que promueve las cuentas
nocionales antes descritas.
Para
enjugar gran parte del déficit no son necesarias grandes reflexiones de los
expertos que van pasando por la Comisión del Pacto de Toledo para que nos
hagamos el cuerpo a lo peor. Bastaría con un puñado de medidas que corrigieran
las actuales vías de agua, que han sido enumeradas por el exsecretario de
Estado para la Seguridad Social, Octavio Granado. A saber: reembolsar desde el
Estado a la Seguridad Social las reducciones de cotización y bonificaciones que
ahora paga; devolver la cotización a los parados mayores de 52 años por el 125%
del SMI; hacer cotizar a los centros de enseñanza y a las empresas por los
estudiantes en prácticas y becarios; devolver la cotización a los cuidadores de
dependientes; eliminar el fraude en la cotización por contratos inferiores a
cinco días para que incorporen festivos y vacaciones no trabajados y el de las
horas extras; aumentar las bases de cotización de los contratos temporales de
duración muy reducida y los de a tiempo parcial; y recargar la cotización de
los empleos con coeficientes reductores de la edad de jubilación.
No
es lo mismo abordar una reforma de las pensiones con un sistema prácticamente
en equilibrio que con otro desangrado. De dicha reforma debería formar parte un
pacto que impulse los salarios, que fomente la natalidad –que se consigue con
ayudas públicas reales y no con 100 euros por niño- y que valore la aportación
de los inmigrantes, tanto tiempo demonizados. No debería ser un anatema que una
parte de las pensiones se paguen con impuestos ni que las medidas que se
propongan persigan prioritariamente aumentar los ingresos en vez de recortar
los gastos.
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