¿UN FUTURO
SIN TRABAJO?
POR VICENÇ NAVARRO
La realidad ha
mostrado que tanto el número como el porcentaje de trabajadores en la mayoría
de países capitalistas desarrollados han ido creciendo, no disminuyendo, desde
entonces.
Una
de las percepciones más extendidas que existen sobre las causas del desempleo
en España es la que asume que la introducción de nuevas tecnologías, como
robots, está destruyendo un gran número de puestos de trabajo, pues lo que antes
hacían seres humanos ahora lo hacen máquinas. De esta percepción se llega a
concluir que en el futuro apenas habrá trabajo, pues los trabajadores serán
sustituidos por robots. Es importante subrayar que esta creencia no es nueva y
ha existido desde que se introdujeron máquinas que sustituían a trabajadores.
En realidad, las hemerotecas están llenas de artículos que ya a finales del
siglo XIX y principios del XX indicaban que lo que se llamaba “la revolución
maquinista” terminaría con el trabajo. Se asumía que la introducción de cada
nueva tecnología iría acompañada de un descenso de los puestos de trabajo.
Y
la misma evidencia muestra que los vaivenes en el tamaño de la población activa
(es decir, personas que están en el mercado laboral) dependen muy poco de la
introducción de nuevas tecnologías. Estoy hablando de toda la población ocupada
o que busca trabajo y no de sectores específicos en los que el tamaño de la
población activa sí que puede variar según la densidad tecnológica del sector.
Pero las variables más importantes para determinar el tamaño de la población
activa son variables políticas, no variables tecnológicas. La evidencia
científica acumulada a lo largo del siglo XX muestra claramente que el
porcentaje de la población que trabaja en un país depende en gran manera del
contexto político que configura las relaciones laborales en dicho país. En
general, en Europa, a mayor la fuerza de mundo del trabajo, mayor es el
porcentaje de la población que trabaja, mayores son los salarios, mejores son las
condiciones de trabajo y menores son las desigualdades de renta en un país.
La
importancia del contexto político
No
es, pues, la tecnología en sí, sino cómo se utiliza y para qué objetivos, lo
que afecta al proceso del trabajo. Los robots, por ejemplo, pueden sustituir
personas en trabajos altamente repetitivos, pero necesitarán siempre gestión y
dirección humana, lo cual quiere decir que destruirán puestos de trabajo, en
general de poca cualificación, requiriendo, sin embargo, otros de elevada cualificación,
que generarán mejores salarios, que quiere decir mayor demanda doméstica,
produciendo mayor actividad económica y mayor número de puestos de trabajo.
Por
otra parte, el aumento de la productividad puede generar mayor rentabilidad en
la inversión productiva, con un aumento de beneficios que, en lugar de
destinarse a enriquecer a unos pocos, se puedan dedicar a inversión de nuevo
para crear empleo. Que se cree empleo o no depende primordialmente de quién
controla el uso de los beneficios, es decir, de quién es el que controla el
capital. No es, pues, la tecnología –los robots-, sino quién los posee, es
decir, quiénes son sus propietarios, lo que determinan a qué usos se asigna el
capital producido. En realidad, el enorme incremento de la productividad que ha
habido en los últimos cien años no ha producido un descenso del número de
trabajadores, ni siquiera un descenso de las horas trabajadas. John Maynard
Keynes, por cierto, creía que a principios del siglo XXI, es decir, ahora, la
gente trabajaría solo dos días a la semana. El potencial –es decir, la riqueza
creada- para que ello ocurriera está ahí, pero no se está utilizando para este
fin.
Hay
que insistir en que el tiempo de trabajo (así como las condiciones del trabajo)
no dependen de la productividad, ni de la tecnología, sino de la fuerza
política que tenga el mundo del trabajo, tanto en las instituciones políticas
como en las financieras, económicas, sociales y culturales de un país. La
historia del siglo XX muestra que cada reducción del tiempo de trabajo ha sido
consecuencia primordialmente de decisiones políticas, derivadas de la presión
del mundo del trabajo.
Las
necesidades humanas desatendidas
Depende
también de decisiones políticas la configuración no solo del número sino
también del tipo de trabajo que se cree. Por ejemplo, España tiene solo un
adulto de cada diez que trabaja en los servicios públicos del Estado del
Bienestar (sanidad, educación, servicios sociales, escuelas de infancia y
servicios domiciliarios, entre otros). Si tuviera alrededor de una de cada
cuatro, como en Suecia, España tendría unos tres millones y medio más de
puestos de trabajo, eliminando una parte muy importante del desempleo. El hecho
de que España tenga tan poca gente en los servicios del Estado del Bienestar se
debe precisamente a la enorme debilidad del mundo del trabajo. El mayor
desarrollo del Estado del Bienestar en los países escandinavos se debe
primordialmente a la mayor fuerza del movimiento obrero en aquellos países que
no en el sur de Europa, donde históricamente el movimiento obrero ha sido débil
y ha estado dividido.
En
realidad, las necesidades humanas desatendidas en los países del sur de Europa
son enormes, siendo los servicios del Estado del Bienestar una de las canteras
más importantes de puestos de trabajo. El hecho de que exista un desempleo tan
alto en estos países del sur de Europa –como en Grecia y en España- no tiene
nada que ver (repito, nada que ver) con la introducción de la tecnología, sino
única y exclusivamente con el enorme domino que las fuerzas conservadores y
liberales han tenido sobre los aparatos del Estado, responsables de unas
políticas tributarias y fiscales enormemente regresivas, y de un escaso gasto
público social. España tiene la riqueza para desarrollar un buen Estado del
Bienestar. Si su Estado no la tiene (y la evidencia de que no la tiene es
abrumadora), se debe a que el Estado (a nivel central, autonómico y local) no
la recoge. Los ingresos al Estado están entre los más bajos de la Unión
Europea.
Cómo
los tratados internacionales como el TPP y el TTIP empeorarán la situación
Como
acabo de indicar, la variable más importante para conocer las consecuencias de
expandir el contenido tecnológico en la creación de puestos de trabajo es quién
controla tal contenido. Una de las consecuencias más claras de la aplicación de
las políticas neoliberales iniciadas desde principios de los años ochenta (a
raíz de la victoria del Presidente Reagan en EEUU y la Sra. Thatcher en el
Reino Unido) a los dos lados del Atlántico Norte ha sido la enorme
concentración de la riqueza, resultado de la enorme concentración de la
propiedad de los medios que crean tal riqueza, incluyendo la tecnología. Las
políticas neoliberales (que representan la victoria del mundo del Capital sobre
el mundo del Trabajo) han reconfigurado la estructura de la economía de estos
países. En realidad, el enorme crecimiento se ha producido en un sector, el
financiero (a todas luces hipertrofiado en la mayoría de aquellos países), que
es el que produce menos empleo y a la vez tiene mayor rentabilidad. Aunque el
sector financiero representa alrededor de un 4% de todo el empleo en el
promedio de los países capitalistas desarrollados, sus beneficios representan
ya más del 30% de todos los beneficios producidos en la economía, beneficios
que se concentran en menos de un 0,1% de toda la población. Y la situación está
incluso empeorando debido a la continuación y expansión de tales políticas
neoliberales, que se presentan como facilitadoras del libre comercio, cuando en
realidad lo están dificultando, estimulando en su lugar la concentración de la
propiedad de la tecnología. Un ejemplo claro de ello es lo que está ocurriendo
con los nuevos tratados internacionales, como el TPP (asiático) y el proyectado
TTIP (europeo). Estos tratados tienen como objetivo favorecer la concentración
de la propiedad de la tecnología, lo cual creará mayor desempleo, pues tal
propiedad en el contexto presente sirve solo a una función: la acumulación de
capital, sin ninguna sensibilidad hacia el bienestar de la población y el
empleo. Así, el derecho de propiedad en la creación de conocimiento (asegurado
por las patentes) se incrementará de 55 años a 95 años en el nuevo tratado TPP.
Esta
situación, que ya es profundamente injusta ahora será todavía peor en el futuro
(ver Dean Baker, “The Trade-Agreements-Are-Good-for-You Ideology”, The Hill,
20.05.15, y William I. Robinson “Global Capitalist Crisis and the North
American Free Trade Agreement: Reflections 21 years ago”, Truthout, 04.06.15).
Y
es profundamente injusta porque gran parte de las patentes en desarrollos
tecnológicos están basadas en conocimiento financiado públicamente, cuya
explotación ha sido utilizada por empresas privadas. Todas las nuevas
tecnologías de comunicación, por ejemplo, han estado basadas en conocimiento
básico generado con fondos públicos (en EEUU gran parte de este conocimiento ha
sido generado por el Departamento de Defensa). Las grandes empresas de
Comunicación, desde Apple hasta Google, han aplicado en el desarrollo de tales
técnicas el conocimiento básico creado en instituciones públicas. El mito del
gran emprendedor que comenzó su empresa en el sótano de su casa es eso, un
mito. Como bien ha dicho Mark Weisbrot, si el Estado federal hubiera
desarrollado el componente aplicado del conocimiento básico que generó, la
sociedad se hubiera ahorrado miles de millones de dólares. Y habría creado
millones de puestos de trabajo.
Consecuencias
de lo dicho en Política Social
Todo
lo dicho hasta ahora conduce a la necesidad de que se replantee la respuesta
que se quiere dar a la situación dramática que existe en el sur de Europa, con
intolerables niveles de desempleo. La visión de que el desempleo se debe a la
introducción de nuevas tecnologías es profundamente errónea. Esta teoría de que
los avances tecnológicos eliminarán todos los puestos de trabajo carece de
credibilidad. Pero, por desgracia, fue, en parte, esta teoría la que generó las
propuestas de que, a la luz de la imposibilidad de ofrecer empleo a toda la
población que lo desea, se tenía que garantizar un mínimo de ingresos a todos
los ciudadanos, independientemente de que trabaran o no. En realidad, las
primeras voces que hicieron tales propuestas procedían del pensamiento liberal,
como por ejemplo Friedman.
La
socialdemocracia (cuando era socialdemocracia antes de que se convirtiera al
liberalismo), sin embargo, nunca aceptó tal propuesta. Todo lo contrario,
enfatizó la necesidad de crear empleo, y buen empleo, desarrollando políticas
de pleno empleo que han sido altamente exitosas, como lo muestra el bajo
desempleo y la baja pobreza en la mayoría de países escandinavos, donde la
socialdemocracia ha gobernado durante más tiempo. El supuesto que guía tal
propuesta es la creencia de que siempre se puede crear empleo para cubrir las
enormes necesidades humanas que existen en cualquier sociedad. No es por
casualidad que sean estos países los que tienen mejores indicadores de calidad
de vida y que hayan sido, a su vez, gobernados por mayor número de años por
partidos comprometidos con el objetivo de establecer el socialismo. En esta
tradición, el socialismo no es un proceso que ocurre el año A, día D y hora H
(siguiendo la toma del Palacio de Invierno), sino que se construye o destruye
en cada momento según las políticas públicas que se lleven a cabo. Cada vez que
se aplica una política pública que tiene como objetivo satisfacer las
necesidades humanas, siendo estas financiadas con fondos adquiridos con
políticas progresivas y redistributivas (según el principio básico del
socialismo “a cada uno según su necesidad, y de cada uno según su habilidad”),
se está construyendo el socialismo (sea cual sea el partido que lo aplique). Y
las necesidades humanas son inmensas. Decir que no habrá trabajo es asumir que
todas las necesidades humanas estarán satisfechas, lo que es imposible de
alcanzar, pues en cada periodo de desarrollo humano hay una redefinición de
tales necesidades. De ahí que debería enfatizarse la necesidad de incentivar y
crear trabajo en las áreas hoy tan poco extendidas de servir a la población.
El
debate Renta Garantizada o puestos de trabajo debería sustituirse por
propuestas que incluyan a ambas
Una
alternativa a esta vía ha sido la de dar dinero al ciudadano para que él o ella
compren los servicios que necesiten. De ahí que una versión de renta ciudadana
en EEUU proceda de la tradición ultraliberal. Fue el gran ideólogo liberal,
Friedman, el primero que propuso la renta individual universal. Pero debería
ser obvio que ello es dramáticamente insuficiente para atender las necesidades
humanas. De esta observación no se deriva (como maliciosamente se interpretará
lo que digo por parte de algunos defensores de la renta universal) que los
programas de rentas no sean necesarios. Todo lo contrario. Muchas de estas políticas
(como la de rentas garantizadas) son necesarias, pero no pueden ser
sustitutivas de las medidas citadas anteriormente, es decir, de la necesidad de
incentivar y crear trabajo, y buen trabajo socialmente útil. En realidad, en la
tradición socialdemócrata (la más eficaz que existe para reducir la pobreza)
aquel que no puede trabajar recibe una cantidad que intenta alcanzar un nivel
semejante al que adquiriría trabajando. Y es ahí donde creo que los programas
de renta garantizada deberían orientarse.
¿Cómo
se pagaría todo esto?
Es
característico que, al llegar a este punto, voces bien o mal intencionadas,
pregunten ¿y cómo se paga todo esto? Por regla general, el que hace tal
pregunta, señala que el coste de dichas medidas puede alcanzar varios puntos
del PIB. Creo que estos cálculos son necesarios. Pero el punto que las fuerzas
progresistas deben remarcar es que España tiene los recursos suficientes para
alcanzar los niveles de calidad de vida y bienestar que existen en otros países
que gozan de mejores indicadores que España. Los números están ahí para el que
quiera verlos. Ya antes de la crisis, si España se hubiera gastado en las
transferencias y servicios públicos del Estado del Bienestar lo que debía
gastarse por su nivel de riqueza, hubiera tenido casi 70.000 millones de euros
más cada año. España se ha gastado casi 100.000 millones en rescatar un sector
bancario que –como he indicado anteriormente- está claramente hipertrofiado y
cuyo tamaño es a todas luces innecesario. El argumento de que España no tiene
fondos carece de credibilidad. Y hay que llevar la lucha política a este nivel
de cuestionar las prioridades del Estado español, poco influenciado por las
clases populares. ¿Por qué el Presidente Zapatero congeló las pensiones
públicas para conseguir 1.200 millones de euros, en lugar de mantener el
impuesto de patrimonio? ¿Por qué el Presidente Rajoy recortó 6.000 millones de
euros de la sanidad pública en lugar de revertir la bajada del impuesto de
sociedades a las empresas que facturan más de 150 millones de euros al año (y
que representan el 0,12% de todas las empresas)? (ver Hay alternativas.
Propuestas para crear empleo y bienestar social en España, de Juan Torres,
Alberto Garzón y yo). Y ahí está la gran urgencia de centrar el debate en este
punto. Uno de los elementos más importantes de las demandas del movimiento 15-M
fue precisamente exigir cambios (“no nos representan”) en el sistema mal
llamado democrático para hacerlo auténticamente representativo, a fin de
cambiar profundamente las prioridades de tal Estado, consecuencia de una
participación ciudadana a través no solo de fórums representativos, sino
también de democracia directa, exigiendo el derecho a decidir en todo. Fue un
motivo de gran satisfacción que en algunas de las primeras manifestaciones del
movimiento 15-M se mostrara aquel libro, como señalando que sí que se podían
hacer tales cambios. Es imperativo que, por el bien del país, se hagan pronto.
El 20 de diciembre debería ser un paso en esta dirección.
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