San Andrés, Tenerife, noviembre de 2015
Sr. D. Ánghel Morales García
Director de NACIÓN CANARIA
Distinguido Sr.:
En cuanto autor desestimado en parte por los medios de
comunicación, lo que establece en este aspecto nítida afinidad con otros de
suerte análoga, me dirijo a usted en solicitud de espacio en su Informativo
Digital, con objeto de dar a conocer, si lo considera oportuno, mi ardua
trayectoria.
Adjunto encontrará unas notas al respecto, la relación de los
libros publicados, mi Lista de Obras, y varios cuentos –del volumen La deserción, inédito-, aparecidos en
el vespertino La Tarde, de Santa cruz de Tenerife.
Expresándole por anticipado mi sincero agradecimiento, le saluda
Atentamente
José Rivero Vivas
_______
“EL ESCRITOR AJENO”
joseriverovivas.com
Esta página ha sido elaborada con el propósito de dar a conocer
a
José Rivero Vivas, autor de larga trayectoria, con una obra literaria
que comprende cuento, novela, teatro, poesía, ensayo y otros
escritos.
El sitio mostrará periódica información sobre nuevas
publicaciones y
distintos eventos, además de facilitar, para su lectura online,
artículos
de diversa época y previas ediciones no disponibles actualmente.
joseriverovivas.com
___________
EL ESCRITOR AJENO
Notas
__
* La ajenidad viene
determinada por aporte del otro.
* Aun cuando se proclame
el hecho como nuestro, pronto advierte, quien sufre la descalificación, no
estar entre los que suman el contingente elegido.
* Es un poco como
confesarse de un signo al que no se pertenece, porque la condición social lo
veda. No tiene sitio, quien es ajeno, por carecer de ámbito propicio, reservado
a los de su igual en carrera, diferenciados por origen y condición social. Ello
significa que el propósito personal, en cuanto creador, no alcanza a ser
auténtica vía de acceso al objetivo en el horizonte insinuado.
* Nadie reclama su
persona, inherente a su ser autor de obras realizadas; se desecha, por tanto,
su historia, su quehacer, su producción literaria, pictórica, musical, y como
en definitiva fuere.
* Ajeno, por extraño, que
equivale a no propio de su semejante; lo cual implica no pertenecer a nadie ni
a nada. Está, por consiguiente, al margen de cualquier ponderación, plural
sentimiento y proceso expansivo.
* El rechazo general hace
que su producción resulte desconocida de casi todos, lo que contribuye a que,
en el cómputo global, no salga a luz en idóneo espacio y tiempo. Como se actúa
en práctica inercia subjetiva, la consecuencia inmediata suele añadir agravio a
la lista de autores postergados.
* Aun sin ánimo de
ofensa, el público presume de su lectura de autores foráneos, sin pensar que el
autor de su entorno es quien da testimonio del cotidiano acontecer presente y
aun de cuanta aspiración se geste más allá.
* Leemos, en periódicos y
revistas, magníficos comentarios relativos a la excelencia de la obra
sublimada, si nacional, y genial, si extranjera. Se ignora, sin embargo, cual
si careciera de valor, la cosechada extramuros de los medios de comunicación.
Ello sugiere que el profesional de esta actividad, en cuanto escritor en sí, se
desautoriza él mismo al obviar, por negligencia, una producción acreedora tal
vez de sumo cuidado. Otro tanto sucede con exégetas, profesores, y aquellas
personas que gozan de apto nivel de amor y curiosidad hacia los múltiples
aspectos, genuinos en fe, de la creatividad.
___
José Rivero Vivas
S/C de Tenerife,
marzo de 2009
___________
José Rivero Vivas
LIBROS PUBLICADOS
17-Le dieu scandinave (Dépôt
légal N.897, 4ème trimestre
1973. Paris, France, 1974) Trad. René
Cérano. Ed. La Pensée Universelle.
17-El dios escandinavo ISBN 2-9500403-0-6 (edición bilingüe francés/español) Trad. René
Cérano. Éditions Pasunmotcoupé. 1984.
13-Nuestro loco amor por
Ana
14-Los amantes
(Números 13 y 14, publicados en un volumen, Ediciones de Nuevo Sendero, Madrid. (ISBN:84-85443-33-0).
1984.
21-Nivaria (D.L. 2/86 TF.) Ed.
Centro de la Cultura Popular Canaria. 1986.
21-Nivaria (ISBN 0991-5389. D.L. en
cours 1990) (edición
bilingüe francés/español) Trad. René Cérano. Éditions Pasunmotcoupé.
37-Jimena cuenta de
Nicasio (ISBN
84-85896-30-0) (teatro) Ed. Ayto. La Laguna.
65-Carta a un célebre crítico literario (edición bilingüe francés/español) Trad. N. Détrie-A. López. Éditions
Pasunmotcoupé.
08-Honda mesura.
09-Apuros varios.
(Números 08 y 09,
publicados en un volumen bajo el título:
Cuentos de aliento santacrucero (ISBN
84-85896-30-0) Editorial Benchomo,1990.
66-BORRADOR para un proyecto de estatuto del escritor
desprotegido
(ISSN
0991-5389. D.L. en cours 1990) (ensayo). Ed. Pasunmotcoupé.
En 1996,
también en francés. Trad. N. Détrie-A. López. Ed. Pasunmotcoupé.
19-El mayor deseo de Laura (ISBN 84-85896- D.L. TF.1606/92) E. Benchomo.
28-La magua (ISBN 84-85896-89-0) Editorial Benchomo.
23-Gesta de ensueño (ISBN
84-8101-489-3 Editorial Globo.
26-La espera (ISBN
84-88671-49-0) Ediciones Baile del Sol.
22-De Anaga es el cantor (ISBN
84-8101-489-3) Editorial Globo.
29-El héroe de Valamor (ISBN 85896-94-2 D.L. 59/2000) Editorial Benchomo.
39-Braulio se pudre en la esquina (84-95309-03-3 D.L: TF65/2000) (teatro) Ediciones Baile del Sol.
10-El laurimor (ISBN
84-95657-25-7) D.L.: TF: 233/2007 – Editorial Benchomo, mayo de 2007.
15-El grito (ISBN
978-84-8382-090-2) Ediciones IDEA.
16-El vigilante (ISBN
978-84-8382-091-9)Ediciones IDEA.
32-Márgara (ISBN
978-84-8382-092-6)Ediciones IDEA.
33-Rósula bella (ISBN
978-84-8382-093-3)Ediciones IDEA.
73-La dimensión (ISBN
978-84-8382-094-0)Ediciones IDEA.
78-Pálido adalid (ISBN
978-84-8382-095-7)Ediciones IDEA.
86-Sesgo (ISBN
978-84-8382-096-4) Ediciones IDEA.
88-Olor próvido (ISBN
978-84-8382-097-1) Ediciones IDEA.
91-Casahueca (ISBN
978-84-8382-098-8) Ediciones IDEA.
25-Divisa de Anatolio (ISBN
978-84-96687-51-6) Ediciones Baile del Sol.
11-El cambio (ISBN: 978-84-95657-11-4)
Editorial Benchomo
69-El escritor ajeno (ISBN:
978-84-95657-11-4) Editorial Benchomo.
82-En sendero de Erbania (ISBN:978-84-95657-71-8) Editorial Benchomo.
12-La calva rosada (ISBN:978-84-9941-05-3)Ediciones
IDEA.
30-La ilusión (ISBN: 978-84-9941-055-5)
Ediciones IDEA.
07-El eunuco (ISBN: 978-84-9941-057-9) Ediciones IDEA.
67-Hilván insinuativo de
San Andrés (ISBN:84-95657-43-9) Editorial Benchomo.
28-La magua (ISBN:
978-84-9941-826-1) Ediciones IDEA.
90-Trova y furor (ISBN:
978-84-9941-828-5) Ediciones idea.
92-Sol de Sálgora (ISBN:
978-84-16404-28-5) Ediciones IDEA, 2015.
96-Nugación (ISBN:
978-84-16404-29-2) Ediciones IDEA, 2015.
____
LISTA DE OBRAS
00-Lista de Obras...
PREHIS.
001-Verso Prim.
002-Verso Sec.
003-Prosa Uno.
(+ obra pendiente)
CUENTO
01-Renuncia (17 cuentos - 140
folios) Inédito. (*) Algunos publicados en
LA TARDE,
Tenerife. Inédito.
02-El ofendido (12 cuentos - 130 folios). Inédito.
03-La deserción (14 cuentos - 130 folios). Algunos publicados en LA TARDE,
Tenerife; uno: Segundo Premio Ángel Acosta, Navidad de 1971.
04-Virilio (12 cuentos - 135 folios). Inédito.
05-Orla de forzados (14 cuentos - 185
folios. Inédito
06-Asombro (20 cuentos -
150 folios). Inédito.
07-El eunuco (15 cuentos -
170). Publicado, Ediciones IDEA.
08-Honda mesura (14 cuentos -
60)
09-Apuros varios (15 cuentos - 78
folios)
Volúmenes 8 y 9:
publicados bajo el título:
Cuentos de aliento santacrucero, Editorial
Benchomo, 1990.
10-El laurimor. Publicado,
Editorial Benchomo, 2007.
77–El pesar (10 Cuentos)
. . .
. . .
“ 80
NOVELA CORTA
11-El cambio. Publicado,
Editorial Benchomo
12-La calva rosada. Publicado, Ediciones IDEA.
13-Nuestro loco amor por
Ana
14-Los amantes (Segunda en
Guipúzcoa, en 1970)
Números 13 y 14, publicados en un solo volumen
en Ediciones de Nuevo Sendero, Madrid, 1984.
15-El grito. Publicado, Ediciones. IDEA, 2007.
16-El vigilante. Publicado, Ediciones IDEA, 2007.
17-El dios escandinavo. Publicado en francés, París 1973. Trad. René Cérano.
Bilingüe, francés-español,
Aviñón 1984.
18-Fulgor romántico (unos 80 folios). Inédito.
19-El mayor deseo de Laura. Segunda en La Laguna 1984. Publicado en Tenerife 1991,
Editorial Benchomo.
20-Cautivo (unos 120 folios).
Inédito.
21-Nivaria. Publicado en CCPC, Tenerife, 1984.
21- Nivaria. Ed. bilingüe:
francés-español. Trad. René Cérano. Éditions. Pasunmotcoupé, Aviñón, l990.
22-De Anaga es el cantor. Publicado en Editorial Globo, Tenerife, 1999.
87-Alodio
. . . .(Novela – Unos 95
folios) Inédito.
88-Olor próvido - Publicado, Ediciones IDEA, 2007.
89-Tilde (Novela
– unos 180 folios) Inédito
NOVELA LARGA
23-Gesta de ensueño (Segunda en Premio Benito Pérez Armas 1972). Publicado en
Editorial Globo, Tenerife, en 1998. 220 páginas.
24-¡Puaaaah...! Novela (410 folios). Inédito.
25-Divisa de Anatolio (entre las finalistas en
Pérez Armas 1986). Publicado, Ediciones Baile del Sol, 2008.
26-La espera (entre las finalistas del Premio Blasco Ibáñez 1978). Publicado
en Ediciones Baile del Sol, Tenerife l998. 237 páginas.
27-La zambullida (360 folios).
Inédito.
28-La magua - Publicado en Coedición Cabildo de Tenerife/Editorial
Benchomo, 1995. 296 páginas. Publicado en Ediciones IDEA, 2012.
29-El héroe de Valamor - Publicado en Editorial Benchomo, marzo de 2000. 269 páginas.
30-La ilusión. Publicado, Ediciones IDEA.
31-La ausencia (340 folios).
Inédito.
32-Márgara. Publicado, Ediciones IDEA, 2007.
33-Rósula bella. Publicado,
Ediciones IDEA, 2007.
73–La dimensión. Publicado, Ed. IDEA, 2007.
78–Pálido adalid - Publicado,
Ediciones IDEA, 2007.
82-En sendero de Erbania Publicado, Editorial
Benchomo
90-Trova y furor (Novela
– unos 300 folios) “
91-Casahueca. Publicado, Ediciones
IDEA, 2007.
92-Sol de Sálgora (ISBN:978-84-16404-28-5) Ediciones IDEA, 2015.
94-La hornacina (Novela – unos 300 folios) Inédito.
96-Nugación (ISBN:
978-84-16404-29-2) Ediciones IDEA, 2015.
98-Textos Escondidos de
Hermógenes Sangil (unos 450 folios)
TEATRO
34-El suspiro de Hernando (unos 40
folios). Inédito.
35-Los invulnerables (unos
40 folios). Inédito.
36-¡Esa mar! (unos 40
folios). Inédito.
37-Jimena cuenta de Nicasio - Premio teatro
de autor Ciudad de La Laguna, 1984. Publicado por el Ayuntamiento de La Laguna,
1986. 70 págs.
38-Entre la tapia y el
bosque (unos 75 folios). Inédito.
39-Braulio se pudre en la esquina - Publicado en
Ediciones de Baile del Sol, 2000. 169 páginas.
40-El valle y la dula (unos 70 folios). Inédito.
41-Los exitosos (unos 105
folios). Inédito.
42-¿Quién será ese autor? (unos 78
folios). Inédito.
43-Traza (unos 75
folios). Inédito.
44-Rescate (unos 79
folios). Inédito.
74–Nimbo amoroso (Teatro, en
verso) folios 85
75–Nuria encendida (Teatro, en verso) “ 65
76–Éxito desdado (Teatro, en verso)
“ 90
80–De fino esmero (Teatro) . . .
“ 80
83-Tendencia (Teatro) . .
. 80 folios. Inédito.
84-Tributo (Teatro) .
. . 75
“ “
VERSO
45-Varios trabajos sueltos
sin formar volumen. (Inédito)
46-Búsqueda . .
. . . . .
. . .
. . . .(unos 700 versos)
Vol. inédito.
47-Ramalazos . . .
. . . . .
. . .
. . .( “ 600
“ ) “
48-Mauro/una novela de amor . . .
. .( “ 700 “
) “
49-Frecuencias . .
. . . . .
. . .
. . (
“ 600 “
) “
50-Sonetos desparramados. .
. . .
. ( “
900 “ )
“
51-En llama de siempre .
. . .
. . . (
“ 600 “
) “
52-Nebulosa . .
. . . . .
. . .
. . . .
( “
800 “ )
“
53-Sueño infausto .
. . .
. . .
. . .
. . ( “
650 “ )
“
54-Aullidos en la noche .
. . .
. . . .
( “
950 “ )
“
55-Nopoemas . .
. . . . .
. . .
. .( “
750 “ )
“
56-Líneas a Medilia .
. . .
. . .
. . (
“ 800 “
) “
57-Naufragio . .
. . .
. . .
. . .
. . . (
“ 600 “
) “
* Honra del extraño
peregrino:
58-Rasgos I .
. . . . .
. . . . . . .
. ( “ 1000
“ ) “
59-Rasgos II . . .
. . . . .
. . .
. . . ( “
1000 “ )
“
60-Rasgos III .
. . .
. . .
. . .
. . . ( “
1000 “ )
“
61-Rasgos IV . .
. . .
. . .
. . .
. . .( “
1000 “ )
“
62-Rasgos V .
. . .
. . .
. . .
. . .
.( “ 1000 “
) “
81-Encono (Obra en verso) . .
. “ 70 folios
99-Aura . . .
. . (Obra en verso)
ENSAYO
63-Escritos 1 -Volumen de
varios artículos (50 folios). Inédito.
64-Escritos 2 – “ “
“ “ “
(60 “ )
“
65-Carta a un célebre
crítico literario - Publicado bilingüe francés/español, Francia,1990. 20
págs.Trad. N. Détrie-A. López. Éditions Pasunmotcoupé.
66-BORRADOR para un proyecto de estatuto del escritor
desprotegido
Publicado en
español en Francia. 12 páginas. Éditions
Pasunmotcoupé
En 1996, también
en francés. Trad. N. Détrie-A. López. Ed.
Pasunmotcoupé
67-Hilván insinuativo de
San Andrés. Publicado, Editorial Benchomo, 2010.
68-Melanio en desamor - Ensayo
novelado (220 folios). Inédito.
69-El escritor ajeno – LANCES
numerados. Publicado, Editorial Benchomo.
* Escolios de Diómedes (Ensayo fragmentado)
70-I Nula evasión “ unos 130 folios. Inédito.
71-II Denso discurso “ “
200 “
“
72–III Sutil demanda “ “
200 “
“
79–Escritos 3 (Textos variados)
“ 70
85-Saeta (Ensayo) .
. . 230
“ “
93-Escritos 4 (Ensayo – unos 70) “
95-Escritos 5 (Ensayo – unos
70) “
97-Escritos 6
___
La lista no sigue un orden
cronológico.
Autor: José Rivero Vivas
Relación de obras
(Actualizada: noviembre de 2012)
(Actualizada: febrero de 2015)
(Actualizada: junio de 2015)
______________
REPLIEGUE
Consumado autor de LITERATURA BRUNA, con una extensa OBRA
AMORDAZADA, el tenaz creador, en cuanto escritor ajeno, decide al cabo poner
cese indefinido a su inadvertida producción.
Sin orientación expresa que interfiera en su criterio, el hombre
llega a esta conclusión después de comprender la inutilidad de su arduo
quehacer, experiencia que ha tratado de obviar a lo largo de su enrevesada
trayectoria; la realidad, empero, incide en su voluntario repliegue, que en
absoluto se opera por carencia de brillo y luminosidad, pese a no provocar
deslumbramiento asombroso, simulado tras el artificio de lámparas maravillosas,
frotadas por manos, quizá expertas en la materia, que desarrollan su esfuerzo
en aras de alguna promesa, válida para el logro de unos esponsales afortunados,
propios para ser celebrados en un futuro próximo.
Se ha de entender, sin embargo, que la circunstancia bruna de su
literatura viene dada por la indiferencia que genera en torno, debido a la
marginación social de su autor, ya que, el interés de la gente es despierto a
través de alharacas y fogonazos, alumbrados en circuito cerrado, figurando
espacio abierto, desde el cual impone control, a su arbitrio, quien mueve los
hilos de notoriedad y reclamo.
Puesto que el acceso a estas dependencias de poder suele ser
selectivo, la posibilidad de hallar medio, que haga asequible su ingreso, es de
suyo dificultoso y complicado, causa por la cual, numerosos protagonistas,
quedan extramuros de la proteccionista enseña, hecho que los condena a
permanecer ignorados bajo la espesa nube de desconocimiento que, acerca de su
existencia, envuelve al público en general.
Así, pues, la LITERATURA BRUNA, con extensa OBRA AMORDAZADA,
realizada en la oscuridad, viene a ser respuesta contundente que el escritor
ajeno proporciona a la sociedad, cautivada por la fascinación que sobre ella
ejercen las estrellas fabulosas, al tiempo de caer en éxtasis, confundida y
lela, bajo el hechizo de su fulgurante destello.
José Rivero Vivas
Londres, enero de 2005
ESCRITOS 3 JRVIVAS (N.79)
CONCEPCIÓN
1 )
La obra va caracterizada por cierto aliento que la conduce hacia
un fin o meta, que en un mismo relato puede ser plural. En torno a este fin,
como objetivo de impulso, gira la serie de accidentes y demás elementos que
integran el total del tema en sí, en cuanto aspecto general que acompaña su
desarrollo.
2 )
En cualquier lectura que de ella se haga es preciso captar su
movimiento, así como su musicalidad, cual si se tratara de una sinfonía, un
oratorio o un madrigal, que muy bien puede ser atribuido al cuento.
Cuando no se entienda bien la esencia, relativa al entramado,
basta con seguir la cadencia formada por words,
words, words, que dijera Hamlet, en respuesta a la pregunta que le hace
Polonio.
Las historias que se cuentan irán surgiendo, tal vez
fragmentadas y un tanto dispersas, a lo largo de las páginas, dentro del uso
despejado y conciso del lenguaje, lo que conforma el estilo, grato o molesto
para el lector.
3 )
No existe el estado embrionario en mi quehacer porque la obra
nace como borbotón, concebido previamente en mente, durante su singular
gestación. Luego, cuando inicio su redacción, casi siempre a mano, salto de un
lado a otro, cual me dicta el argumento, unificando la acción, en su proyección
liberada, durante el proceso de desarrollo y cumplimiento.
4 )
La influencia no viene dada a través de la lectura de autores de
un país determinado, que también, sino por la circunstancia de haber vivido
largo tiempo en ese país, generador de una literatura propia de su
idiosincrasia.
Ello significa que, familiarizado con los hábitos de vida, de
las corrientes y costumbres, de su historia y cotidianidad, el autor bebe
asimismo de igual fuente que los propios escritores señalados, lo cual se
traduce en similitud y analogía con la obra de ellos, sin necesidad de seguir
su estilo ni su estructura formal. Si, además, sucede haber leído su producción
en el idioma en que la obra fue creada, todo ello concluye en un conjunto claro
que se perfila como derivado de aquél. Sin embargo, su valor intrínseco
continúa mostrando la autenticidad que rezuma al ser enjuiciado.
5 )
En definitiva, mis obras referidas a Francia fueron concebidas
en momentos de mi residencia en aquel país, aunque la realización se produjera
en distinto tiempo y espacio.
Otro tanto sucede con las obras localizadas en Inglaterra,
Suecia, Alemania, España, Canarias y otros lugares, en plena ubicación, o en
parcial mención de su territorio.
Ello no implica que el escenario descrito haya de ser
necesariamente autobiográfico, sino que preciso hallarme impregnado de su
veracidad para crear el ambiente en que se desarrolla la trama, dando vida real
a sus personajes, dentro de la dinámica de la obra, puesto que en su atmósfera
vibran, sienten y respiran.
Cuando el lector no da señal de haber captado ese movimiento
hacia el fin o meta que define la naturaleza del relato, pienso primero en mi
desacierto en cuanto autor; después, considero su involuntario fracaso, como
lector, que puede motivarse por negligencia, desinterés, prejuicio y simulación
de lectura inclusive.
6 )
Al tomar contacto con mi obra, el lector percibe cierta
tendencia a mostrar el mundo de los débiles, los desharrapados, los no
exitosos, los desvalidos y nada eficientes; en definitiva, aquellas personas
sin supuestos méritos ni valoración adecuada para entrar en los anales
históricos del país ni del orbe entero.
Se observa asimismo un mundo de dificultad y escasez, lleno de
adversidad por doquier. Pese a ello, no se ve inundado por una atmósfera de
negro pesimismo, puesto que en suma sugiere que cuanto vivimos es burda
comedia, a veces fina, donde el ser humano carece de categoría ante sí, razón
por la cual juega a creerse importante ante los demás, que son quienes, por
mero mimetismo, en su propio interés le conceden la relevancia que ávido
reclama.
7 )
Mi forma de hacer puede parecer farragosa y harto embrollada,
por considerar, quien lo analiza, que mi origen, circunscrito a estas peñas,
sólo permite un dejo surrealista adornado con cierto aire de pintoresquismo.
Sin embargo, canta loas a los autores extraños; sobre todo, si su procedencia
se identifica dentro del ámbito anglosajón, que con admiración respeta y trata
de imitar hasta en la construcción de sus frases, lo cual revierte, a veces,
como resultado de una traducción directa.
8 )
El diálogo, habitualmente, suele establecerse entre dos
personajes, mayormente en cine, cuento y novela, mientras en teatro se
aprovecha la ventaja de mover a los actores, de modo que, si alguien más
interviene en la conversación, rueda la vez, cual en espera de turno
parlamentario. Cuando se intenta que circule, cual en coloquio informal, se
advierte cierto envaramiento, porque no fluye natural y espontáneo.
Ello muestra la dificultad enorme que el oficio entraña. Tanto
así, que casi no se aprende a dialogar, sino que es cuestión de oído musical y
verdadero sentido de la expresión hablada.
Al tratar de trascribir la realidad misma, el diálogo se
produce, con frecuencia, sin gracia ni hondura.
9 )
Con la consecuente disparidad en la apreciación global, porque
nunca es plena la coincidencia de opinión, son muchas las personas que, en
comentarios y entrevistas, han vertido con generosidad su acertada crítica sobre
mis escritos, dejando alguno bien
reflejadas la índole y pericia de mi quehacer, lo que para mí no deja de ser
sorprendente y, en grado sumo, gratificante.
A todos ellos, así como a los editores de las distintas épocas,
deseo expresarles mi sincero agradecimiento.
José Rivero Vivas
Santa Cruz de Tenerife,
febrero de 2011
_____
La deuda
José Rivero Vivas
__
Teodoro sirvió café, y preguntó:
―¿Lo has visto?
―No.
―¿Cómo lo sabes?
―Me lo han dicho.
―Ah.
Enmudecieron.
Un temblor los sobrecogía, como si tuvieran miedo. No había paz en sus rostros.
La intranquilidad los embargaba y parecían no poder evitar un sentimiento de
angustia que les recorría el cuerpo. Había desconsuelo en su mirar. Desolados
se hallaban por mor de aquella deuda contraída, que aún no había sido saldada.
Fuera llovía. La
mar estaba rizada y soplaba brisa fuerte; se oía silbar por entre los
intersticios de cañas y aneas que formaban las paredes de la choza, en la parte
baja del farallón, casi en la misma mar, en aquel tramo de costa por allá de
Punta Caballo, por donde, al parecer, fueron desembarcados monturas y arreos
para la hueste de Fernández de Lugo, en tiempos de la conquista, o la invasión,
según se mire. Todavía no habían proliferado las casetas, que hoy llegan más
allá de La Ovejera; pero, los hombres habían elegido el lugar desde hacía
tiempo, y, recogidos en sus harapos, se hallaban junto al brasero, sobre el
cual humeaba la cafetera, justo en mitad de la estancia.
Teodoro sirvió
más café, y tornó a preguntar:
―¿Qué años
lleva?
―Muchos.
―¿Estará viejo?
―Seguro.
―Claro. Basta con mirarnos al espejo...
Tenía razón
Anselmo. Los años se esfumaron y ellos quedaron convertidos en restos
cochambrosos de los buenos mozos que ayer fueron. Armonizaban perfectamente con
la choza, y hasta con el escombro y la basura del vertedero, no lejos de allí,
a su izquierda. Igual estaría Nicanor. O peor aún, que el presidio no era una
casa de reposo precisamente.
Fumaban, ahora,
y Teodoro insinuó:
―No debimos
declarar.
―A esas cosas obligan.
―Sí; pero, decir
lo que dijimos...
―Habíamos
rateado juntos, ¿no?
Tenía razón
Anselmo. Todos sabían a qué se dedicaban. Formaban un trío popular, sin
canciones ni instrumentos, a cuyo son bailaban los vecinos de la parte baja de
Santa Cruz. En la declaración hubieron de confesar sus culpas, resultando
penalizados ligeramente; mas, estos delitos, menores, supusieron cargo
suficiente para que el tribunal no se anduviera por las ramas y condenase
gravemente a Nicanor.
La lluvia cesó.
La brisa, en cambio, había arreciado y zumbaba con su lúgubre cántico sobre la
choza. Ellos se recogieron más en sí mismos. Anselmo miró a Teodoro, y éste
sirvió café. Luego, dijo:
―Mató a la
abuela, ¿verdad?
―No lo creo.
―¿Por qué no?...
Es uno más, que mata muy bien cuando quiere, a quien decide...
―No es cierto.
Nicanor ha amenazado, ha castigado incluso; pero, de eso a destripar... No es
verdad, vaya.
Tenía razón
Anselmo, por más que Teodoro se inclinara por considerar malvado a... Nicanor
no era ningún monstruo. Nadie lo había visto vaciando los ojos a otras
personas, ni pinchando ruedas a los coches para que luego se estrellaran.
Después de
establecerse sobre el ribazo, disimulada la choza tras el monturrio de tierra
hacia el extremo sur de la ciudad, los tres solían desplazarse, orillando el
mar, hasta el muelle Sur; iban en busca de alimento en los barcos, al tiempo
que aprovechaban para colectar algo que cayera de las lingadas durante la
operación de carga y descarga en el entonces concurrido puerto de Santa Cruz de
Tenerife.
A veces, se
adelantaban hasta el mercado Nuestra Señora de África, tratando de acarrear
bultos y ganar alguna peseta. Bajaban luego por la calle San Sebastián,
cruzaban a la altura de la ermita de San Telmo y seguían andando Llanos
adelante, pasaban por el Castillo Negro, miraban a la célebre Caseta de Madera,
donde muchos degustaban opípara comida, a base de pescado fresco y buen vino,
para continuar rápidos su camino, derecho a donde se alzaba su choza.
En su peregrinar
por esta zona de la ciudad no molestaban a nadie ni se metían con la gente. Así
que, señalar a Nicanor estaba por demás, que no hacía daño en absoluto ni se
inmiscuía en asuntos privados; por tanto, nadie podía probar su culpabilidad en
callejero atraco, asalto a mano armada ni truculento desaguisado. Ninguno,
pues, lo había pillado en el momento de colocar carga explosiva bajo el puente,
que había saltado una noche de ácida lluvia, cuando Santa Cruz en pleno,
inocente dormía. No obstante, tras el desastre, de inmediato se oía: ¡Ha sido
Nicanor! Y a saber dónde se hallaba el hombre en ese instante.
Pero, claro,
cuando la gente la toma con alguien, ya se sabe, le dan zurra hasta vapulearlo
y verlo caer inconsciente y despachurrado. Después se supo que el puente, que
une ambas orillas del barranco de Santos, se vino abajo sin carga ni descarga,
sino de puro viejo y deteriorado. Nicanor escapó a la odiosa acusación, pero
cargó con el mochuelo de haber matado a su abuela, que en realidad no lo era.
Ochenta años
tendría, aunque fuerte y dinámica. Vivía sola, y él de huésped; de aquí la
confusión. Se le suponía dinero en un calcetín, y alguna joya de cinco duros
multiplicados por diez. Le dieron una cuchillada, en imitación de Raskolnikov
con el hacha, y le quitaron el tesoro que avariciosa guardaba. En seguida
exclamaron: ¡Ha sido Nicanor! Y no pudo escapar esta vez, porque, la vieja, no
murió por muchos años, como sucedió al puente en su derrumbe. Se hubiera tal
vez salvado de no existir el soplo que dieron al Cabo de la Guardia Civil,
quien encontró la prenda fatídica en el abrigo de Nicanor, sólo que lo encontró
vacío. Mas, para declararlo culpable no hizo falta hallar rastro del botín. Fue
él y nadie lo puso en duda. Así que, hubo de cumplir condena por el crimen
horrendo a él achacado.
Unas horas antes
lo habían visto llegar, encaminándose a la playa.
*
Fuera, la lluvia
y el viento alternaban en supremacía.
Se miraron, uno
y otro, contristados, pidiéndose ayuda para afrontar la anomalía que se les
presentaba. Teodoro ofreció tabaco. Dijo:
―¿Qué podemos
hacer?
―Salirle al
paso.
―Cualquiera.
Contrastaba la
prontitud de Anselmo con el remiso Teodoro, y tenía razón. Su determinada
sugerencia era elogiable.
Sincero añadió:
―Entre hombres,
que vivimos así, se debe tener más... aquello. Solidaridad, le dicen; yo lo
llamo echar una mano, que a todos nos hace falta, si nos vemos en parecido
trance.
―Bah.
Si Teodoro se
mostraba indiferente, a saber por qué; mas, lo razonable era lo de Anselmo. Sin
embargo, Teodoro opuso:
―¿Y la gente?
―Siempre dirá a
su antojo.
―Sí, claro.
Mas, Teodoro no
se aclaraba. Hablaba como si temiera decir algo desusado. Ni que las cañas y
aneas de la choza pudieran registrar sus palabras y transmitirlas luego a quien
ocupase el lugar. Y aun así...
―¿Fuiste tú?
―No.
―Entonces, ¿qué
importa quién lo hiciera?
―Es verdad.
Respiraron. La
congoja estaba desaparecida. Anselmo miró al rincón, en donde colgaba un viejo
abrigo, y comentó:
―Habrá que
llevarle lo suyo.
Al rato:
―Es lo mejor
―musitó Teodoro.
Se habían
rehecho. La paz volvió a sus semblantes. Transparentaban ahora calma y sosiego,
decisión y firmes intenciones. Terminaron el resto del café, cubrieron las
brasas y se levantaron.
Teodoro
preguntó:
―¿Qué haremos?
―Traerlo, y que
comparta la choza.
―Seguro.
Salieron ambos a
la procura de Nicanor.
_._
La deuda
La deuda
José Rivero
Vivas
____
La sombra del
fantasma
José Rivero Vivas
__
Cecilio dijo:
―Yo tengo más
oído que ninguno.
Entonces,
Jacobito, abandonó la bandurria; se puso de pie, con cara de demonio, y gritó:
―¡Ya estoy hasta
los mismos!...
Agarró una
botella de sobre el mostrador, y, ¡pumba!, a la cabeza de Cecilio, que encajó
el golpe, pero quedó descalabrado.
¿Quién fue el culpable?...
Cecilio, por desafiar de aquella manera. Seguro que no ignoraba la ojeriza que
todo el mundo le tenía; no obstante, insistía machaconamente con su matraquilla
de tener más oído que los demás. Boberías de Cecilio, que le costaron caras.
Lo que no pudo
imaginar Cecilio, al ver entrar la parranda ―puesto que él estaba ya dentro―,
es que uno de sus componentes le pegaría un botellazo en la cabeza. Por eso se
había alegrado incluso, que también él participaba en las fiestas con parejas
ansias de disipación que los vecinos todos.
―Bienvenidos
―les dijo, haciendo una reverencia a Ludmila y sus damas.
Ellos lo miraron
torvamente, porque Cecilio era una especie de gato negro en el pueblo; tan
pronto visto, salían disparados espantando al diablo. Daba mala suerte, el
hombre, y no era su intención.
Todavía sin que
tomaran asiento, ordenó:
―Una copa para
los muchachos.
Domingo, el del
bar, apoyado en el mostrador, medio adormilado que estaba ―incluso hoy,
festivo―, no levantó la vista siquiera, sino que conservó su postura, mientras
observaba a los recién llegados.
Jacobito, el
jerarca de la parranda, hizo señas a Domingo, y la invitación de Cecilio quedó
anulada.
Cecilio no se
inmutó, ¡qué va!, sino que...
―¡Ja, ja, ja,
ja!... ―se echó a reír, como de mal agüero; les volvió la espalda y se acodó en
el mostrador.
Domingo,
entonces, salió para atender a Jacobito y los suyos.
Cantaron con
ganas; a veces, en honor de la reina; otras, por sus damas, y, finalmente, en
alabanza a los gerifaltes de la localidad, miembros de la parranda. Llenos de
euforia, continuaron su canto hasta la madrugada, a punto ya de enronquecer. El
mismo Domingo, entusiasmado, se sumó a ellos, olvidando su labor, con lo que el
negocio se le iba por la ventana. Pero, ¡nada!, estaban dispuestos a ignorar la
sombra del fantasma y, a su manera, casi lo conseguían; a excepción de que
Cecilio les amargaba la existencia con aquello de tener más oído, y tal. Pero
le aguantaban la tabarra y perseveraban en su intento de diversión.
*
La sombra del
fantasma era tan inminente que se había hecho realidad sobre Chimbades, bello
rincón situado en la vertiente sur de Tenerife; luego, nada podría impedir su
inevitable llegada. Esta misma certeza había hecho que el pueblo entero se
volcara, aquella vez, en sus fiestas patronales, buscando ahogar el terror que
su espeluznante presencia, sin razón ni motivo, les infundía. El desasosiego
databa de meses, lo que parecía crónico temor que los atribulaba, causa por la
cual la gente anhelaba evadirse y escapar a la horrible congoja que los
confundía. Así, pues, engalanaron Chimbades, de punta a cabo, con banderas de
diversos países, como si, vistiéndolo llamativamente, la fiesta pudiera cobrar
ambiente maravilloso, en espera de que su aportación lograra desvanecer la sombra
proyectada junto con su sortilegio inaudito. Todos se hallaban contentos
después de la angustia padecida; mas, ninguno se mostraba feliz, salvo Cecilio,
que...
―¡Ja, ja, ja,
ja! ―reía. Luego, señalando el abigarrado colorido, decía: ―El fantasma se acerca,
en su despliegue baladí, a retozar por veredas de este valle.
Se dieron cuenta
de la puntualización de Cecilio, aunque tarde: hubieron de seguir adelante con
la celebración, a pesar del tono plural ―internacional, quizá― que prestaban
las banderitas, ornando calles y plazas. A partir de aquel momento hizo mella
en ellos el significado que tenía la fiesta: hallar consuelo a su cuita, común
a todos, prueba de su desolación y su grima.
Las miradas
convergieron en Cecilio, y fue al instante odiado. El resquemor latía en sus
pechos, porque supo despertar en ellos la conciencia que sólo él, desde un
principio, había tomado ante la alarmante llegada del fantasma. Sin embargo, no
reaccionó, a su vez, contra ellos; antes bien, se mantuvo tranquilo, alegre,
locuaz, sin nubes que obscurecieran su candoroso vivir, conducta que dio lugar
a censura y reconvención.
Unos pocos
fueron a quejarse al viejo Nicolás acerca de la actitud de Cecilio. Dijo:
―Del hombre se
reprochan sus funciones, si reprobables, no su ser hombre.
El viejo Nicolás
se erigió en defensor del chico, huérfano y todo que era ―su pobre madre murió
un día de lluvia, tormentoso y negro―, de padre no reconocido. El viejo Nicolás
lo apoyaba porque también él hubo tomado conciencia de lo que el fantasma representaba.
Así, a vuelo, un día pregonó:
―Chimbades será
desbaratado, y para nada. El dinero que dé a ganar el fantasma irá, como
siempre, a donde suele: a las arcas del rico.
El viejo Nicolás
era hombre de honda sabiduría, por años de vida, que se le acumularon sin darse
cuenta. Decía poco y observaba el temor cundido entre sus vecinos; mas, aunque
sospechaba la causa, no la dejaba aflorar a su rostro que, pese a las arrugas,
aparecía hierático, con lo que mantenía su reserva y su firme secreto.
Las mujeres, en
cambio, se manifestaban libremente, notificando a las claras su contento por la
futura llegada del fantasma, cosa que muy bien podía achacarse a cierto morbo
sexual que las llevaba a identificarlo con el estrangulador de diversas
ciudades, en distintas naciones de uno y otro lado del Atlántico. Quién sabe.
Estaban exultantes, de gozo y ansias; no por el dinero que, según comentarios,
daría a ganar con su arribada. Habría, para ofertarle, sillitas, manguitos,
costuras, melindres y fruslerías; todo se le vendería, porque con seguridad
podía comprarlo, con lo que el pueblo iba a convertirse en rico escaparate que
sus vecinos envidiarían. Claro es, las mujeres, mayormente, quedarían en casa,
aguardando el regreso del marido, quien habría de partirse el lomo, como fuere,
para obtener su salario en el dinero que el fantasma gastara.
Esto,
precisamente, era lo que amargaba a Domingo, acostumbrado a dormitar sobre el
mostrador, sin más movimiento que servir algunos vasos de vino el día de
fiesta. Como él, casi todos: no había muchos en Chimbades con ganas de tratar
la nueva situación: su substancia, vaporosa, los tenía indiferentes; mas, su
concreción los abrumaba.
Una junta fue
creada para luchar contra los acaudalados, que acuciantes activaban la urgente
venida del fantasma. La junta llegó a un acuerdo con aquellos señores
omnipotentes, que fue hacerse barbas por detrás del gran teatro; con ello, la
venida del anunciado espectro, quedó definitivamente determinada.
El viejo Nicolás
dijo:
―Al miserable,
con untarle el bezo se le torna criminal en potencia ―y, como al azar, señaló
hacia la sede de la junta.
Cecilio rió
aprobatoriamente la sentencia del viejo, y se ganó la antipatía de Jacobito, su
presidente actual.
Éste, tan pronto
tuvo ocasión, proclamó:
―Si no fuera por
los elementos negativos de nuestra comunidad, Chimbades estuviera a la cabeza
de la nación.
―¡Bravo!
―corearon sus prosélitos.
Tuvo resonancia
su declaración, porque la gente pasó a considerarlo eficiente adalid, que
cargaba a sus espaldas la defensa de sus conciudadanos. Jacobito se infló y
creció a la vista de los demás, y hasta presentó dificultades a los magnates de
la economía insular.
Hubo nueva
confabulación en la medianía del siglo, en la cual se acordó buscar una cabeza
de turco que, sin duda, habría de ser Cecilio, personaje inofensivo, si bien
funesto, por avispado, cuya misión en la Tierra se limitaba a sonreír
socarronamente, demostrando que no tragaba gato por liebre por muy bien aliñado
que estuviese.
*
Comenzaron las
fiestas: gigantes y cabezudos, pregón que te pego, conciertos, reinas, damas,
discursos, panderetas, dimes y diretes, y muchas más cosas. Un día, dos días,
tres días; domingo, lunes, martes..., hasta el otro domingo, de los aciagos
acontecimientos, que volcaron negrura en Chimbades y sus festejos.
El viejo
Nicolás, como si lo augurase, no quiso estar en el pueblo, y se fue a casa de
una hija suya que vivía a unos kilómetros de distancia. Había ido andando, y su
hija le armó bronca por ello; él se encogió de hombros y se sentó a tomar el
sol.
Cecilio no tenía
a donde ir, y quería, además, participar en la fiesta, porque se divertía como
nadie; casi que estaba siendo el centro de ella. Hasta don Jorge, el cura, tuvo
que ver con él.
―No te he visto
por la iglesia...
Cecilio se
encogió de hombros, sin disculparse, como dando a entender que el hecho no le
preocupaba en demasía.
Don Jorge insistió:
―Si todos van,
¿por qué no has de ir tú?
Lo mismo: alzó
los hombros, sin oponer objeción.
Don Jorge casi
ordenó:
―Esta tarde
quiero verte...
Paradójico, tal
vez, mas Cecilio no cumplió su mandato, y no fue a la iglesia. Estuvo, como
buen desheredado, emborrachándose para divertirse, aunque a él no le hiciera
falta el extremo: poseía más euforia por lo del miedo al fantasma que por el alcohol
ingerido.
Fue al bar de
Domingo, único en Chimbades. Los hombres acudían allí, por ser el lugar idóneo
para cantar, bailar y pasarlo bien. En el bar se reunía el vecindario, menos
los adinerados, que sólo salían de casa para ir a misa e invitar a don Jorge
después. El día de la fiesta no hacían tampoco excepción: acompañaban al Santo,
en presunción de devotos, y ya está.
Cecilio pecó de
irreverente, y ganó más antipatías de las que ya tenía. Domingo dejó el bar
abierto, pero él mismo se incorporó a la procesión al pasar cerca. Cecilio no
fue, no quiso, y cuando la imagen estuvo a la altura del bar, abrió de par en
par la puerta, semicerrada a propósito, y salió a la calle con un vaso de vino
en la mano. Hizo un remedo, Cecilio, de muy mal gusto, y dijo:
―He aquí... ―al
tiempo de levantar el vaso; luego bebió.
Se oyó un rumor
fuerte, y voces aisladas rugieron amenazadoras. Acto seguido, don Jorge entonó:
Pe-er-dón, que fue coreado por los acompañantes, y la comitiva continuó
su avance en el itinerario marcado.
Cecilio se
sintió molesto, como envenenado. Buscó la procedencia de su malestar, y
descubrió a Jacobito en medio de don Vicente, el alcalde, y don Gabriel, el
medio hacendado, que, en grupo compacto con los demás ricos, inmediatamente
después de la reina y sus damas, iba detrás del Santo.
―¡Ja, ja, ja!
―rió Cecilio, y movió la cabeza en gesto de reconocimiento de sucinta conjura.
Cecilio se mantuvo en la puerta mirando el paso de
la procesión, que paró al llegar a la plaza. En el medio quedó el Santo,
aguardando la andanada de pólvora de los fuegos artificiales que, rompiendo su
concierto, se quemaban en su honor.
―Cuánto
dinero... ―murmuró Cecilio.
El viejo
Nicolás, en casa de su hija, oyendo las detonaciones, se emparentó con su
tocayo, filósofo político de siglos previos, al decir:
―Fiesta al
pueblo, que se amansa.
Terminó la
exhibición de pirotecnia. La banda inició el Himno Nacional, y, al final, el
Santo fue entrado en la iglesia, dando fin a los actos religiosos.
La gente comenzó
a dispersarse, pero volvieron a reunirse en torno a Jacobito tan pronto la
parranda inició una tocata. Al acabar recibieron una salva de aplausos, además
de confetis y serpentinas; regalos también y galardones, para los que
obtuvieron premio por su labor en la comunidad. Él fue incluso obsequiado con
un beso de la reina, novia suya, pretendida primero de Cecilio. Ludmila, era
hija de don Gabriel, el medio hacendado, a quien Cecilio, durante la época
escolar, le escribía papelitos que le entregaba personalmente. Después, ya
mozo, no se atrevió a más: la miraba y soñaba con ella; era bastante. El día
que la vio pasear con Jacobito se sintió infeliz. Esperó paciente la ocasión, y
a solas le dijo:
―¿Por qué paseas
con ése?
Ella lo miró
intrigada, arrugó el ceño, y contestó:
―¿Qué quieres?
Es mi novio.
Dio media vuelta
y lo dejó con la palabra en la boca.
Cecilio continuó
siendo quien era; aunque cierto rencor llevaba dentro. Ahora, al verla vestida de
reina, acompañada de Jacobito y su parranda, después de haberlo besado delante
de todo el mundo, sintió celos, y hasta rabia; entró en el bar y se bebió un
vaso grande de vino.
Seguidamente
volvió a la puerta; pero, el recital había terminado. Entonces se organizó una
marcha por las calles del pueblo, con objeto de alegrar el ambiente y que no
perdiera su aire festivo; así que, desfilaron unidos, haciendo sonar sus
instrumentos por todo el ámbito. Iban acompañados, además, por don Vicente, don
Gabriel, Ludmila, sus damas, y muchos más. Al rato, secos de andar y cantar,
recalaron por el bar de Domingo, donde Cecilio continuaba bebiendo, como si
todavía le quemara el beso que Ludmila dio a Jacobito.
Les rindió
pleitesía al entrar, e inclusive los invitó. Ellos no aceptaron
intencionalmente, y Cecilio, a pesar de pasarlo por alto, no les perdonó el
desprecio. Como quiera que existía pugna entre él y Jacobito, en lugar de
echarse a un lado, cual solía, esta vez, acaso por el vino, importunó a los
asistentes, sin importarle que se tratara de hombre o mujer, que lo suyo era
fastidiar sin miramiento. Hablaba hasta por los codos, y, sobre todo, remedaba
el canto de los otros. Al final:
―Yo tengo más
oído que ninguno.
Ludmila
protestó:
―¿No hay quien
diga nada a ése?
―¡Deja! ―ordenó
Jacobito.
Pero Cecilio
insistió:
―Cantar,
tocar...Yo, mejor que ninguno: tengo más oído.
Se llevaba la
mano a la oreja y hacía: ¡Clinc!.
Luego, abría la boca y: Lalalá,
lalalá, lalalá... entonaba engolado.
Domingo estaba
molesto. Se veía a la legua. No aguantaba tanta estupidez por parte de Cecilio,
que sólo conducía a estropear la parranda y su buen ambiente. Dijo:
―¿Por qué no
bebes y callas?
―Porque debo
cantar, que para eso tengo más oído que ninguno.
Jacobito y su
parranda continuaron su tocata y su contento; los presentes siguieron de
espectadores; Cecilio, por sus copas, o su reconcomio en contra de Jacobito,
perseveró en su...
―Yo tengo más
oído que ninguno.
Domingo se
acercó a él.
―Tú eres un
cochino ―lo insultó.
Se oyó un
murmullo de aprobación y un corear por bajines que enojó a Cecilio. Jacobito y
los suyos se inflaron y dieron suelta a su cantar. Los presentes hacían compás,
y Domingo, detrás del mostrador, se acodó encima y semicerró los ojos.
Cecilio pidió un
trago, que Domingo no le negó; lo echó de un golpe al gaznate, se volvió en
redondo, miró retadoramente y...
―Aquí no hay más
que vagos y chupones. Por eso se teme al fantasma.
―¡Qué dices!
―exclamaron a una.
Y Cecilio
añadió:
―Yo tengo más
oído que ninguno.
Entonces,
¡plaf!, lo de Jacobito.
*
El motivo del
porrazo fue achacado a que Cecilio buscó bronca con aquello de desafinar la
parranda porque Ludmila no lo quería. Lo cierto fue que Jacobito se las cobró
de una vez, y el pueblo se lo agradeció, que también había muchos que tenían
tirria a Cecilio.
Momentos más
tarde reaccionaron al ver que el hombre, bañado en sangre, no se movía.
Advirtieron que estaba muerto, que ya no reiría más, a costa de ninguno, ni por
dichos del viejo Nicolás ni por su propia socarronería. Allí estaba,
descalabrado, con la cabeza abierta casi en dos, esperando a ser trasladado al
hospital, o donde fuere preciso. Todo por culpa de la envidia despertada en su
contra, o por su mismo reconcomio al no captar válida solución a su
insolvencia.
Qué tonto fue Cecilio. Aunque más lo fueron los
otros, creyendo librarse de la sombra del fantasma con el golpe propinado al
infeliz. No habían logrado sino arruinar la fiesta y que el terror se hiciera
más patente en sus miradas. Porque, el fantasma, llegaría como a todas partes.
Seguro que sí. En un sitio, primero, en otro, después; pero, iba a llegar, sin
duda. La gente lo sabía; sin embargo, se reservaba el comentario, pretendiendo
ignorarlo. Por eso, al recibir la noticia del suceso de Cecilio, acudió todo el
mundo presuroso al bar, ardiendo en deseos de verlo a él y a Jacobito, su
matador, que se mantenía consternado al pie de la víctima. No cabía un alma
más, y no pudieron entrar, quedando fuera, en la calle, sin retirarse del
lugar, como si quisieran, en última instancia, congraciarse con Cecilio, de
cuya muerte se sentían culpables. Aunque también lo señalaban a él, por su
inexplicable conducta.
Una lástima era
que no pudiera verse compadecido ―muerto ahora mismo inútilmente― de aquellos
que lo odiaron por su natural afable, su feliz reír y tranquilo estar. Sin
embargo, la compasión inspirada agigantaba su imagen, haciendo que su recuerdo,
aún en cuerpo presente, se proyectara en el ámbito con mayor dimensión que la
propia sombra del fantasma.
_._
La sombra del fantasma
La sombra del fantasma
José Rivero
Vivas
_________
La claraboya
José Rivero Vivas
__
Es el tercer día
que paso asomado a la ventana, jazmín que fuiste, con la esperanza de verte
retoñar. Mas, no; no retoñas. No puedes. Roto tu tallo, te derrumbaste sobre tu
propia sombra; tus hojas se plegaron, y, aquellas florecillas que al crepúsculo
vespertino abrías, perecieron también, marchitas cual tus ramas, y ha
desaparecido la grata imagen que brindabas. Ya estás casi seco.
Pude haber
inspeccionado el patio antes de decidir mi desacierto, pero no lo hice, y ahora
luces tronchado, yacente y sin vida. Tuve la culpa, porque, de haber mirado, te
hubiera visto, y no hubiese lanzado la piedra por encima de mis hombros para
que fuera a caer sobre ti, que nada malo me habías hecho; esto me obliga a
pensar que las cosas no sólo son como son, sino también como las producimos.
Así, las más veces, creamos tragedias en torno por no considerar nuestro
ensoberbecido obrar. Luego, ante el caos, nos justificamos alegando
imperfecciones de natural condición. Flaquezas, decimos, tratando de eludir
cualquier atisbo de responsabilidad, y nos aferramos a nuestros defectos
humanos, no por ello menos réprobos. Solemos influir en nuestro albedrío, sin
prever las consecuencias ni tener en cuenta el daño que nuestra imprudencia
pueda originar; por eso rehusamos reflexionar sobre nuestros actos, llenos de
miedo. Tememos encontrarnos con su esencia, cual si la verdad que encierra nos
fuera perjudicial, más bien por sospecha de que al cometerlos faltamos a un
deber que pretendemos ignorar, acaso por resultarnos más fácil y cómodo que
arrostrar conscientemente su verdad. Nos mostramos de manera que no corresponde
a nuestra auténtica forma de ser, o como en realidad fuimos hechos, bien que
hayamos derivado hacia lo que en definitiva somos. Tal vez se trate de desvarío
por mi parte, o simple disparatar de individuo febril; pero, no puedo acallar
mi sentimiento de culpa y necesito comunicarte lo que corroe mi adentro, por la
necedad de tirar la piedra, sin antes mirar, que se ha resuelto en aplastarte y
borrarte de este mundo. Ya no serás más, y me duele que tu desaparición sea a
mí debida. ¿Me entiendes? Aunque involuntaria, ha sido mi acción quien te ha
exterminado. No le demos más vueltas, que he sido yo, sin ambages. De igual
modo, cuántas atrocidades se cometerán por el mero hecho de no fijarse en el
sitio al que se tiran trastos y objetos, sin saber si se acierta o no en el
blanco. Que todo en sí, aunque parezca broma, supone un arrojar piedras sin
saber dónde van a caer. Es lo mismo si se trata de bombas. Pregunta, si no, en
zonas consideradas catastróficas, como... Mejor es que lo dejes. Y perdona mi
rollo.
*
En tres días, el
jardín ha cambiado de aspecto. No lo riego. No arranco las hierbas malas, así
catalogadas porque las desechamos; la explicación estriba en que a los hombres
nos gusta romper y destrozar para luego ordenar a nuestra manera: insensata
discriminación que nos lleva a atentar contra lo indecible. Por eso no limpio
sendas ni reparo tapias. Los setos se ahogan en sí mismo, y no me importa.
Arbustos y césped claman por agua, y no aplaco su sed. Me desentiendo de todo,
que necesita cuidado y se derrumba poco a poco. Pero no puedo acercarme. No soy
capaz de retirarme de esta ventana y apartar mis ojos de la deplorable visión
que ofreces. Compréndelo, jazmín. No quiero separarme de aquí. No puedo.
Carezco de valor. ¿Cómo prestarte ayuda? Yo mismo estoy débil. Me siento
criminal, bicho destructivo, infame animalejo que a unos ampara y desprotege a
otros. Así que, no puedo, jazmín, no puedo. Tu muerte ha abierto en mi
conciencia una claraboya por donde la luz pasa a raudales, quebrando la
confortable penumbra en que no ha mucho permanecía dormido; he despertado, como
niño chico, y mis nervios en punta deshacen mi vida. Créeme, jazmín, que no te
miento. El choque fue brutal, y ha resquebrajado por completo mi entereza. ¿Y
qué crees, que voy a plantar otro para sustituirte? No, jazmín, no. Imposible.
Qué va. Te vería siempre, incluso no estando, y me supondría más dolor que no
verte en absoluto. Prefiero dejarte ahí, hasta que el sol te achicharre, que en
el fondo es como incinerarte. Cuando no seas ya, sino polvo, haré que tus
restos sean diseminados en la tierra que antes ocupaste; pero jamás volveré a
sembrar ningún otro, que su presencia me recordará tu ausencia, y el perfume de
sus flores se me aparentará aquel de las tuyas, que más de una noche
aromatizaron mi sueño.
*
No me quedan ya
ganas de trabajar el jardín, y no sé si un día intentaré desbrozar sus sendas.
Menos aún trataré de arreglar el desorden natural con que la tierra se prodiga
a sus plantas, que todas son paridas por ella y de ella se alimentan. Los
hombres, pretenciosamente más sabios y presuntuosos, arrancan unas para que
medren otras, embelleciendo nuestro solar. Y tal vez luzca más hermoso con su
marea de yerbazal enmarañado.
Pero vendrá
Sara, de Igueste, uno de estos días, y ¿qué dirá?... Pondrá el grito en el
cielo, porque ella, por ser mujer, es como es, y no perdona equivocaciones.
Aunque bien analizado, lo mío no ha sido un desliz. Pero, como Sara es muy
suya, y no admite explicaciones de ningún tipo, le diré que un fallo cometido
involuntariamente no es un error, sino una negligencia; mas ella se reirá en
mis narices, si no llega a más. Me llamará estúpido, y pasará algo malo entre
nosotros, y a ver quién pierde.
Sara se fue
disgustada conmigo por tonterías de convivencia. Vendrá, uno de estos días, y
volverá a irritarse ante cualquier fútil motivo, y es que últimamente no cesa
de enojarse por minucias de poco ardor. Es su misión en la Tierra, que vive de
enfados como otros de ilusión. En esto hay que reconocerle su originalidad. No
obstante, preferiría que se quedase en Igueste, con su madre, y me dejase solo
en Tincer, que aquí me entiendo bien. Que siga mala la vieja, como
justificación o realmente enferma; me es igual, solamente me interesa que Sara
permanezca allá de momento. Su presencia supone demasiada carga para mí, que no
se muestra en absoluto comprensiva. No transige. No tolera. Es imposicionista e
imperativa. Lo siento. Cometí un disparate al casarme, y ahora aguanto las
consecuencias. Yo mismo me he jorobado, por no avenirme con ella.
Aunque, nada
ocupa ya mi pensamiento, sino tú, jazmín. Lástima que hayas muerto, acabado con
mis propias manos, por mi torpe no mirar alrededor y mi inconsciente tirar la
piedra. He cometido el desafuero y expío la culpa, que no basta para mitigar la
pena que me conmueve. Sin embargo, me cabe todavía la esperanza ―que en su
esencia es desesperación― de saber que en la prolongación de esta condena se
irá agravando mi dolor hasta que sus punzadas minen mi cuerpo. Puede que
respire, entonces, tranquilizado por la cura que me aporta mi suplicio, lo cual
no es más que egoísmo de sentirme redimido en la abominable perpetración del
despachurramiento que te he proporcionado.
No quisiera apartarme
de aquí hasta ver tu total inexistencia, pero no va a poder ser. Lo siento. Me
es imposible continuar en este estado de espera. Mis deberes me reclaman. En
cuanto hombre estoy obligado a vivir, y para ello he de ganar mi sustento. No
me queda más remedio que reincorporarme al trabajo, que la agencia no espera
más días y he de personarme sin falta en calle La Marina. Es mucho tiempo sin
aparecer por la oficina. El jefe me echará los perros. Si, como excusa, le
expongo mi tragedia ―nuestra tragedia, que tú has sido la pobre víctima―, no
creo que vaya a variar su actitud para conmigo. Es un ogro. Siempre lo ha sido.
Ahora más, que voy resultándole inefectivo en el desempeño de mi empleo, y luce
en el horizonte una jubilación anticipada. Es la vida, me dice, y se queda tan
campante.
Además, ir me es
perentorio; de lo contrario, Sara me abofetearía. Ya no repara ni en el qué
dirán. Antes era más paciente, y me pasaba muchos detalles por alto. Ahora, no;
se ha propuesto amargarme la vida, y lo está consiguiendo. Ya ves, mi neurosis
aumenta, que por la nimiedad más simple me excito tontamente.
No creas que le
tengo miedo. Ten en cuenta que exagero. Hasta la fecha no hace más que
sulfurarse, pero de ahí no pasa. Es buena, Sara. Me mima como a un niño, con
igual esmero que cuida a su madre. De aquí mi temor. Haberte destrozado
supondrá grave dolor para ella. Llorará al no verte, y por mi culpa, que te he
deshecho. Me da pena que llore, ¿sabes?, precisamente por lo buena que es. Como
agradecimiento a su desvivirse y la atención derrochada conmigo, no se me
ocurre otra cosa que echar pestes de su persona. Qué memo. Aunque... es mi
forma de expresar gratitudes.
Bueno, jazmín:
¡adiós!
Esta noche
trataré de conciliar el sueño. Mañana... No sé. No te prometo nada. Tal vez me
decida y, cuando regrese del despacho, lo arregle todo. Sí, será mejor. Las
otras plantas acabarían asimismo secas, sin que las hubiese tronchado una
pedrada como a ti. Qué tortura, entonces, para Sara. Si viene y ve el jardín
así, enloquece. Me veré en la necesidad de plantar otro jazmín en tu lugar,
aunque me martirice su presencia, que también a mí me afecta tu ausencia, más
de lo que supones; me callo, sin embargo. Pero, lo plantaré. Debo hacerlo.
Estoy obligado. Sara tardará unas semanas en volver, y para esa fecha estará
casi como tú estabas, y no te echará de menos. No le confesaré tampoco nuestro
suceso, para que siga considerándote en vida. Al tiempo, por influencia suya, y
también por mi humano olvido, gracias a mi poder, yo mismo te creeré
resucitado.
No te enojes,
jazmín, que es mi deber moral. Es mi compromiso de amigo, que eso has sido para
mí. Que tu especie prolifere... al menos en mi jardín.
Adiós, jazmín.
Buenas noches.
_._
La claraboya
La claraboya
Las voces
José Rivero Vivas
__
¿Qué tienes, Baudilio,
que estás ensimismado, triste, mustio y poco hablador?
No tienes nada.
Sólo esas voces, que asaltan tus oídos, profiriendo gritos que te machacan y
ensordecen, que pugnan por quebrar tus tímpanos en salvaje intento de ablandar
tu espíritu y demoler tu integridad.
No las temas,
Baudilio, que no son de ultratumba, como sospechas. Tampoco es mensaje divino
el que traen. Te llamas Baudilio, no Teresa ni Juan. Tú eres tú, y no podrás
erigirte en puesto alguno que no sea el que te corresponde.
¡Callad, voces!,
les dirías, si pudieras manifestar tu inquietud. Con ello no ibas a lograr nada
positivo, porque aullarían más, y te atormentarían atrozmente, conscientes del
mal que te procuran.
Rehazte,
Baudilio. Acomete nueva aventura, por si al engolfarte en su desarrollo,
pierdes tu manía de escuchar aquello que nada bueno te aporta.
Convéncete,
Baudilio. Lucha y destrúyete, si es preciso.
¿Para qué vivir,
sumido en tétrico pensar y espeluznante sentir?
Peligras,
Baudilio, si no te yergues por encima de tu frágil cordura. Sé más fuerte que
tú, pues tu flaqueza te llevará al abismo.
Peligras,
Baudilio, de una vez. No escuches bobadas. No pongas oído a rumores, funestas
persuasiones que tratan de desposeerte de tu entereza, débil ya y miserable.
¡Je! Todo muy
bonito, cuando se está fuera de la desdicha. Dentro, es otra cosa. Se chilla,
porque traspasa el desgarro de la carne. Sí, sí; la tortura, las llagas
abiertas y la sal vertida junto con el vinagre. Punza. Quema. Escuece. Quien
sufre el tormento, se estremece a efectos del dolor que soporta.
No hagas caso,
Baudilio. Las voces te aconsejan bien. Huye de ti. Fúgate del mundo. No te
hagas eco de buenos consejos, que te serán malos después. Afronta la realidad
que te han impuesto y utilízala tú mismo como creas conveniente.
Brega, Baudilio.
Rompe con su nefasta influencia. Afírmate en tu esqueleto. Emprende veloz
carrera y tírate de cabeza al vacío que irresistible te atrae. Verás que no es
hondo el precipicio. Advertirás totalmente lleno tu entorno, y sabrás que nada
es absoluto, pues, todo se complementa. Observarás que es necesario hallar
razón que proporcione aliento a tu existir. Encontrado el quid del
conocimiento, el mundo luce distinto y su color deviene agradable.
¡Ja, ja, ja, ja!
¿Por qué lo crees? ¿Quién sostiene su esquema? ¿Cuál es el soporte de su
argumento? ¡Ja, ja, ja, ja!
Ignora,
Baudilio, ese augurio, que será tu perdición. Arremete, muchacho, y busca
empeño. Fíjate meta y corre en pos de solución.
¿Con qué fin?
Nunca llegarás a alcanzar tu anhelo: siempre estarán las voces presentes donde
vayas. No se apartarán de ti un instante. Las oirás, mal que te pese. Seguirán
fieles a la consigna dictada por tu adverso destino, que te acongoja y
desalienta.
Escucha,
Baudilio: si nada más pudieras olvidarte de que existen esas insistentes voces,
y te levantaras de ese banco de piedra, frente al Prado, tal vez te pusieras en
marcha, con la cabeza erguida, cual si estuvieras recién nacido, pero grande ya
y sin desolación en tu conciencia...
Todo pudiera ser.
Una pizca de voluntad por tu parte, y ya está: la tragedia salvada. Que todos
cometemos locuras, Baudilio. El error que acabas de evitar ―pensando incurrir
en él― supone más desatino que cuantos desastres hayan sido provocados por
otros hombres, locos también por una queja estúpida, vana y sin sentido.
Con razón o sin
ella, las voces permanecerán contigo en cada momento de tu vida. Te exhortarán
y te harán por siempre sentir esclavo de su dicción.
Data ya,
Baudilio, de mucho tiempo. Así pues, de haber seguido consejos de don Carlos,
antiguo párroco de tu pueblo, hoy te encontraras lejos de experimentar el
sortilegio de tu hallazgo, y no sufrirías ese estado de excitación que te agita
y descompone.
Neurosis.
Psicosis. Esquizofrenia. ¡Ja, ja, ja, ja! Demencia insulsa. Alienación total.
Empecinamiento absoluto.
Sí, Baudilio,
sí. Estás obcecado. El mundo entero te agobia y obstina. Ni sacerdotes ni
pitonisas; ni religión ni buen obrar. ¡Paparruchas!
Cálmate,
Baudilio. Tranquilízate. Busca paz, sosiego, reposo. Tu mente es un arroyo
despeñado, un torrente arrollador. Te desbarata, Baudilio, y no eres capaz de
sobreponerte a la incongruencia que te domina.
Deja de pensar y
actúa. La reflexión es inventiva de prudentes sabios. Tú, a sentir, que es a lo
que más puedes aspirar.
No, Baudilio,
no.
Sí, Baudilio,
sí.
Levántate y
anda. Considérate resucitado.
¡Ja, ja, ja, ja!
Andarás, sí; pero sumido en la grima que tu interior corroe.
Quizá no des un
paso, que para ello hace falta voluntad de movimiento. Tú no la tienes. Tus
miembros no te responden. Estás anquilosado. Te cubre tu propio lodo, que sobre
ti has volcado por culpa de una ñoñez.
Se ha hecho
grave con el transcurso del tiempo. Tú, tu pensamiento, tu torpe meditación la
ha empeorado hasta el punto de rebasar tus límites, y no cuentas con fuerzas
apropiadas para encarrilar su empuje y devolverla a su origen.
Así no llegas a
calibrar su esencia. Te falta pulso y concentración.
Tu desidia es
fuerte y contumaz.
Sí, Baudilio. Te
has hundido en ti mismo por una nimiedad que a poco te lleva a embarrarte
eternamente.
Frenaste a
tiempo, mas tu conciencia no te da respiro desde entonces.
¿Qué harás, si
no te enmiendas? ¿No quieres comprender que la vida es algo más que la mera
consideración de tus actos?
Claro. Si no se
sopesan y analizan, se va de adulación a lisonja y viceversa.
Bien. Pero, se
vive satisfecho, lo que es una forma de obtener gozo y contento.
A la manera de
quien se sienta afortunado. Que la preocupación, con la desazón que implica, no
deja de aportar su grano de felicidad.
Venturosos,
unos; malhadados, los más. No precisamente porque les sean negados los medios
de lograr la fortuna. La tienen a su alcance, y, cual tú mismo, Baudilio, la
estropean, la pudren, la ponen hecha una pena, con tanto temer si es azaroso el
bien que disfrutan.
Imbéciles.
Tontos.
Idiotas.
Venga, Baudilio.
Ponte de pie y esfúmate. Esas voces terminarán contigo y con tu poca estima,
que va ya quebrada.
Vamos, Baudilio,
muévete.
Arriba,
Baudilio, que es tarde.
Levántate,
hombre, y camina.
No te alzarás,
Baudilio, aunque lo intentes.
Seguirás sentado
en ese banco, junto a la Fuente de Neptuno, donde pasas la mañana, deshojando
la margarita que tienes en tus manos, mientras gruesas lágrimas surcan tus
mejillas.
Bueno: llorar
solaza.
Lo que quieras,
pero no te apartarás de ahí. Tu sufrimiento es muy agudo. Estás lacerado,
muchacho. Ni que te hubiesen partido el corazón con una garrota, o clavándote
una estaca al uso medieval.
Quién sabe. Hay
golpes que duelen mucho, decía el poeta, y éste que has encajado ha sido fatal.
No conseguirás
rehacerte. Menos aún si perseveras en esa actitud inconsecuente.
Tú sabes,
Baudilio, que las voces nunca te han engañado. Si claman por tu huida, tu fuga,
tu desaparición, secunda sin miedo su insinuación. Sé otro hombre, distinto del
que eres, después de ejecutar la acción que propicie tu cambio.
Arrostra tu
viaje, tu marcha obligatoria, tu absoluto abandono de contemplación y nirvana.
No, Baudilio,
no. Retén tu impulso. No seas tonto. El mundo es algo más que amargura. Existe
belleza y serenidad, altura de miras, excelsitud, que ciertamente puedes hallar
en tu propio seno.
Recuerda la
lección de don Carlos, allá en tu pueblo. No te pares a pensar en la reprensión
de aquel cura al otro, todavía imberbe, del célebre Diario. Ignora su ejemplo.
Une la lección
del joven sacerdote a la de don Carlos. Piensa, Baudilio, en lo sublime.
Siéntelo, cual si paladearas el libro del famoso griego.
No te dejes
apabullar. Mantente firme. Olvida esas voces agoreras y obedece al sano juicio
de tu conciencia.
Así. En pie.
Írguete. Retírate de ese banco. Avanza. No vuelvas la cabeza. Mira al frente.
Cruza el Paseo por este lado izquierdo.
No escuches
nada. Son rumores del aire al mecer las copas de los árboles.
Es el viento,
que no cesa de silbar.
Baudiiliooo...
Continúa,
muchacho; no te detengas. Anda. Adéntrate por la calle Cervantes hasta la del
Duque de Medinacelis.
Ya estamos
cerca. Casi falta poco.
¿Ves la iglesia,
donde el célebre Cristo...?
Entra. Reza,
Baudilio. Como sepas. Da lo mismo. Dirígete al Supremo Hacedor, a quien todo lo
puede. A tu manera. No importa. Él es infinitamente... Bueno, ya sabes lo que
te dijo don Carlos.
Tú, póstrate. No
tengas reparo. Te sientas luego. Te recoges. Reflexionas, meditas, oras,
piensas. Haz lo que quieras.
Pero, olvídate,
Baudilio, por favor; desecha tu insensatez.
¿Qué pretendías?
Oh, es horrible,
Baudilio. ¿Qué intentabas hacer?
Baudiiliooo...
No escuches.
Anda. Deprisa. No te detengas. Entra, y ora. Lo que sea. Enmudece, si no. Te
callas. Ten la boca cerrada. No pienses. No digas. No hables.
No musites, si
no quieres, ni pidas indulgencia para tu alma. No precisas condolencia.
Ahí dentro..., o
fuera, es igual, no necesitas pose ni falsa postura. Así que... No hay quien lo
sepa, Baudilio.
Ve. No
retrocedas. Avanza. Entra. Entra...
¡Vaya! Ahora, si
lo deseas, te acercas al altar mayor.
Si no, quédate
aquí mismo.
Siéntate en un
banco.
Confiesa,
Baudilio.
Contigo, hombre;
no necesitas sacerdote. Pero reconoce que tu propósito era un disparate.
¡El homicidio!
Un crimen
ridículo.
Vamos, Baudilio,
no disimules. Sobre todo, que pretendías llevarlo a cabo por despecho.
Declara el
execrable delito que tramabas. Y ruega, Baudilio, por que el menosprecio de una
niña pizpireta no suponga tan grave motivo que induzca a ningún hombre a
realizar la abyección que proyectabas.
Observarás,
luego, al salir, que las voces, Baudilio, han desaparecido.
Se han esfumado
de verdad.
Advertirás, por
lo menos, que habrá cambiado el tono de su letanía.
Sigue ahí, más
tiempo del que estuviste en aquel banco del Paseo del Prado.
Es mejor amparo.
Se está mucho
más tranquilo y a mejor resguardo.
_._
Las voces
Las voces
José Rivero
Vivas
ÍNDICE
1 – Carta - -
- - -
- - -
- - -
- - 1
2 – Escritor ajeno (circular) - -
- - -
- - -
2
3 – Escritor A – Notas
- - -
- - -
- - - 3
4 – Libros publicados-
- - -
- - -
- - -
5
5 – Lista de Obras-
- - -
- - -
- - -
- 7
6 - Repliegue - -
- - -
- - -
- - -
- 12
7 - Concepción- - -
- - -
- - -
- - - 13
8 – La deuda - - -
- - -
- - -
- - -
17
9 – La sombra del fantasma
- - -
- - -
- 23
10- La claraboya-
- - -
- - -
- - -
- 34
11- Las voces- - -
- - -
- - -
- - -
39
______
IMPULSO
José Rivero Vivas
San Andrés, Tenerife
Noviembre de 2015
________
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