PARÍS. ME SIENTO UN FRACASADO
JUAN TORTOSA
Yo
quería dejarle otro mundo a mis hijas. Tengo el privilegio de haber crecido y
empezado a envejecer en una zona de confort. Nací ocho años después de que
finalizara la segunda guerra mundial y conocí la escasez de la posguerra civil
española, pero nunca pasé hambre. Miedo sí que pasé, pero a la policía y a la
guardia civil franquistas porque trataban a los ciudadanos como súbditos
sospechosos.
Nunca
estuve conforme, desde que adquirí conciencia del mundo en que vivía, de cómo
funcionaban las cosas. La educación era mala, la sanidad era mala, la
conciencia social escasa y la inseguridad con respecto al futuro, mucha.
Siempre
me propuse trabajar, y luchar, para dejarle a mis descendientes un mundo mejor
que en el que yo crecí, pero he fracasado. No solo no he sabido mejorarlo sino
que he participado en convocatorias electorales cuyos ganadores, que me
representaban aunque yo no los hubiera votado, se han dedicado a liarla parda y
nos han dejado esto hecho unos zorros. Todo va cada vez peor desde la foto de
las Azores.
Irak
no estaba tan lejos por mucho que aquí, instalados en un presunto bienestar
ficticio y efímero, hubiéramos visto tan distantes, durante décadas, los
conflictos armados de otros continentes y la hambruna que ha matado a tantos
millones de seres humanos en las últimas décadas. Era como un recreo
prolongado, un limbo, un espejismo con fecha de caducidad. Lo sospechábamos
pero vivíamos de espaldas. Nos hemos equivocado, hemos fracasado.
Queríamos
lo mejor para nuestros hijos pero ahora nos damos cuenta que quizás habíamos
dejado de lado un pequeño detalle: un futuro mejor no se puede concebir solo
para unos cuantos, no se puede construir un mundo mejor sin acabar antes con la
desigualdad y la injusticia en todas partes. No se arregla nada derramando
lágrimas de cocodrilo cuando nos informan de las escandalosas cifras de la
miseria en el mundo ni con minutos de silencio selectivos cuando ocurre una
catástrofe como la de este viernes en París y el mundo se petrifica.
minuto
de silencioMinutos de silencio selectivos, sí, porque a menos que yo no me haya
enterado, nadie los ha convocado por los 49 muertos y 239 heridos víctimas del
atentado que sacudió esa misma mañana un feudo del grupo chií Hizbulá en el sur
de Beirut. Ni tampoco para honrar a las 224 pasajeros del avión ruso de
Kogalymavia que hace solo dos semanas reventó cuando sobrevolaba la península
del Sinaí.
Yo
quería lo mejor para mis hijas. Creía haber trabajado en el camino correcto
para conseguirlo, pero he fracasado. He fracasado porque ellas viven más
preocupadas por su futuro de lo que yo nunca estuve por el mío y porque pienso
que algo no les he debido saber contar suficientemente bien. Anoche hablé con
las dos, una reside en Liverpool y otra en Berlín, y me limité a compartir con
ellas la pena, el desconcierto y la estupefacción por las dimensiones de una
catástrofe tras la que, hasta el mismísimo papa Francisco, entiende que lo que
estamos viviendo es una tercera guerra mundial en cuotas.
No sé qué decirles. No
sé cómo contestar a las preguntas que, cuando volvamos a hablar hoy, seguro
tienen pendiente hacerme. Solo sé que creí estar haciendo todo lo posible para
que fueran libres y vivieran sin miedo. Mucho me temo que he fracasado
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