Eduardo
Sanguinetti,
Filosófo y Poeta Rioplatense
La
democracia como portadora de valores decía representar: igualdad de
oportunidades, derechos humanos, libre expresión, igualdad ante la ley, se
remite hoy, para los pueblos, en mantener el derecho a elegir a su verdugo.
En
Argentina, un hombre, un voto: un voto “obligatorio”, una aberración que
esclaviza al ciudadano harto de corruptela a concurrir a las urnas a votarse a
sí mismo pues la oferta de candidatos es espantosa, y una pena caerá sobre él
si así no lo hace… y plasmación de los valores que predicaba la democracia,
solo son “sueños de libertad”, guardados en la memoria de la historias, que
jamás se han cristalizado en acto.
Y
estos valores han sido causa de grandes luchas políticas en busca de su
implementación. Pues bien, asistimos a un cambio sustancial del concepto de
democracia, ella dejó paulatinamente de lado ese núcleo vital de valores a
preferir, para reducirse a una maquinaria de gobierno, a una democracia
procedimental.
Ya
no más predicación de valores, lo que supone preferir lo sustancial y posponer
lo aleatorio. Para esta nueva democracia solo vale que el procedimiento sea
coincidente con el sistema de normas. La corrupción que pulula por todas partes
se produce cuando el sistema normativo cae en desuso. Nos hemos transformado en
sociedades anónimas.
No
interesa ya que 15 millones de argentinos o 200 millones de iberoamericanos o
toda el África subsahariana vivan debajo de la línea de pobreza, lo que
interesa es que el “procedimiento democrático” se cumpla. Esto es la democracia
reducida a maquinaria procesal.
Esto
desarticula toda posibilidad de relacionamiento, empeorando y haciendo
imposible la participación en la política que define las normas democráticas,
hoy inexistentes en el sentido original y noble, del gobierno del pueblo a
través de representantes legítimos.
En
esta democracia procedimental, podemos experimentar el espantoso espectáculo de
intentar existir en ciudades vigilando a sus habitantes devenidos en
delincuentes potenciales para el “nuevo orden imperial”, en paseos, parques,
plazas, avenidas y edificios, en fin, convertidos todos en “ciudadanos bajo
sospecha”.
En
nombre de la sacrosanta seguridad, hipotecamos nuestra libertad de vivir en
intimidad y todo lo que de sagrado asimila este término, hoy ausente en los
modos y prácticas de una comunidad sin fines, salvo el lucro y la humillación
del consumo de cualquier basura que las corporaciones económicas que dominan el
mundo ordenan.
Walter
Benjamin lanzó al mundo, hace más de 70 años, la idea de pensar al “Capitalismo
como una religión”. Hace un par de años, el pensador Giorgio Agamben hace
mención acerca de lo meditado y escrito por Benjamin, en una entrevista
otorgada al medio Raqusa News, titulada “Dios no murió. Se transformó en
dinero”.
Por
cierto coincido plenamente con Benjamin, y con el agregado de Agamben pues
¿quién puede negar que “el Capitalismo hoy es una práctica religiosa atroz, implacable
e impiadosa, la más bestial que jamás ha existido, desconociendo un estadio de
redención para todos/as sus fieles”, tal como lo manifiesta este filósofo
italiano.
En
fin, no esperemos nada salvo de nosotros mismos. Ninguno de nosotros está
intacto, pues nos han disparado a quemarropa, somos blancos móviles de un mundo
saturado de referentes desconocidos, que dictan y rigen sobre nuestras vidas y
la de nuestros pobres y torpes políticos, asimilados a las prácticas de gestión
de gobierno, perimidas.
Solo
tenemos una vida para vivir; debemos honrarla en verdad y libertad. Pero por
ahora, ante el estado de las cosas, no es más que un anhelo y frecuentemente
una desesperación…
No hay comentarios:
Publicar un comentario