HISTORIAS DEL PUTIFERIO
Articulos recordatorios de
Miguel Angel Diaz Palarea
El morboso recuerdo de “Casa la Húngara” me
prendió entre las nebulosas y azuladas nubecillas del sexo pago. Era una noche
Lagunera lluviosa y londinense; leía indignado la propuesta pesoísta sobre
pensiones y me entró una glutinosa modorra; me sumergí en un sueño de fantasías
y alucinaciones dentro de aquella egregia casa de putas santacrucera; sus
tufos, emboques, visiones y deseos regresaron a mi mente; conquistaron mi
atención no por el placer del sexo, el desahogo de limpiar la escopeta, sino
precisamente por la congoja y desazón que amarga mi boca, atormenta mi mente
tras el disparo. Tormento que te hace agachar el morro al abandonar hastiado y
deslumbrado por la luminosidad verdosa de calles sucias aquella casa del
putiferio chicharrero.
En mi sueño en aquel conocido tugurio del
pecado sabrosón, entre sudadas pesadillas, participaba de una noche de
desenfreno, licencia y libertinaje. Me había quedado tieso después de releer
una nota del gobierno zurdo, que no de izquierdas, sobre la reforma laboral; reforma
acometida sobre las nalgas de la clase trabajadora, a la que siempre estos
pesoistas terminan por putear. Jamás a banqueros y empresarios ladrones a los
que perdonan la vida, comparten sus mesas y condonan sangrantes deudas y
gangochos inconfesables.
No me impidió quedar aletargado y adormecido
por el cansancio la indignación por sus embustes y perogrulladas para endilgar
de nuevo a la sudada clase trabajadora –como ellos la consideran- una reforma
cabrona; después, caí seducido entre los faldones de Morfeo. Me dormí pensando
que vuelven las milongas de las pensiones privadas para que los Bancos sigan
robando a los más desfavorecidos; que regresan los bandidillos y embaucadores
de los Felipitos González, Solchagases, Boyeres y resto de la tribu con sus
reformas de 1995, llegan los filibusteros de los Gal, aquellos amigotes de
Rubalcaba y Barrio Nuevo que hicieron eslogan de su proceder “que más da gato
blanco, que gato negro, cuando lo importante es que cace ratones”. Veía
clarito, reflejado en un cristalino manantial como se roba a los pobres
trabajadores sus cartera, se desvalijaron sus ahorros para salvar a las grandes
fortunas de los banqueros; a los embostados ni tocarlos que son sus compañeros
de cama; no se les reforma siquiera sus ridículos impuestos y menos aún los
subterfugios para que contribuyan lo menos posible a la caja común. Ahora nos
amenazan con el lobo de que está en peligro. Mentira, mentira y continúan las
mentiras.
Dormido sobre el sofá de raso azul participé en
aquella noche de sexo pago y traje a la memoria viejos chismes de semen y
desenfreno en “Casa la Húngara”. Deambulaba como un fantasma que traspasa
paredes, portalones, puertas, cancelas, tocadores, retretes, inodoros, tazas,
letrinas y me plantaba ante chumideles, y digo “chumideles” por aquello del
lugar donde se enjuaga el chumino en enjabonadas palanganas. En un descuido me
topé de sopetón con el palanganero mayor. Al primer vistazo lo imagine el jefe
del lupanar pero, como les contaré después, sólo era un palanganero de cubeta
lava verijas. Algo de lástima me entró al pensar que estaría hastiado de
contemplar y tener entre sus enjabonadas manos tantas verijas, vergas, y culos
para asear y perfumar. Me salvó de la pena el Ángel Guardián de los pobres y
descamisados. Atrajo mis llorosos ojos hacia la realidad y me rescató de la
sensiblera lástima que pretende despertar. Me abofeteó con un grito
terrorífico: “no seas ingenuo que el palanganero mayor es sólo eso: un
palanganero más; empleadillo de la Madanme del putiferio, de La Húngara”. Y en
aquel estrambótico sueño comprendí que los pesoistas con la reforma laboral
representaban el papel del esmirriado y mariposón palanganero en el putiferio
donde ni siquiera manda, aunque le dejan pasar por el protagonista del negocio.
Son ni menos ni más que unos desclasados mandados.
Con sus palanganas pretenden echar agua de
olor, colonia mis cuates, para que los culos, verijas, vergas, pingas, pingones
parezcan otra cosa y no apesten a lo que en realidad deben apestar: a puritita
mierda.
Lo observaba todo como si fuera trasparente y
encharcó mi alma la congoja en aquella noche de desenfreno y placer; me anegó
la nariz unas tortuosas ganas de llorar por las pobres prostitutas. Putas que
encima de folladas, por delante y por detrás, tienen que pagar la cama e,
incluso, han de contribuir con unas perrillas al palanganero; a aquel zalamero
que portaba la palangana floreada con rosetones rojos y gualdas. Contemplé como
aquel palanganero, con pose digna e izquierdota, para más INRI se negaba a lavar
las verijas de las prostitutas; pero si enjuagaba servil las vergas lechosas de
los clientes de perras.
Prendí a llorar como un niño indefenso en una
oscuridad amenazante donde pululan monstruos de fauces insaciables. Donde
existía luz, de repente, cundió una aterradora oscuridad. Aquella, tan digna
institución del desahogo y regocijo del bajo vientres pago, estaba en manos de
unos desalmados y cabrones chulos y secuaces del auténtico propietario del
burdel.
Concluiré el sueño que viví en aquella egregia
casa del putiferio santacrucero y termino con mi relato:
“Pude observar a unas siglas con una Z y no,
que no, que no de Zorro Justiciero, pues su espada zas, zas y zas… sólo la
utiliza para penalizar las libertades individuales, convirtiendo en delincuentes
a ciudadanos por beber o correr; el de la Z y la P de prohibir, prohibir y
Zarandear libertades ideológicas. Practicaba, entre remeneos serviles, las
veces de palanganero. Aquel protagonista de mi estrafalario sueño parecía ser
un mariposón alocado de portaba con infamia la palangana para los clientes
ricos; que entre sus manos cargaba el recipiente floreado con que refrescar las
verijas a las profesionales del mete saca y asear las hediondas y apestosas
vergas a la clientela de perras. Creí ver en aquellas desgraciadas, que no les
quedan otros ovarios que abrirse de patas para que otros disfruten de sus
agujeros, a la pobre clase trabajadora; creí distinguir, también en mi sueño,
disfrutando en “Casa la Húngara” a los ricachones que desahogan sus huevos por
delante y por detrás de las prostitutas; creí, juraría que en mi sueño
contemplé en aquel putiferio a los empresarios de la Gran Patronal, Banqueros
de calvas indecentes, cardenales, curas y monjas del régimen anterior y,
también creí soñar que como Madame, la Húngara, con un faldón floreado, con
mantilla española roja y gualda de prominentes pechos a lo Amarcord. Ahora que
lo miraba con detenimiento comprendí que la Húngara era un tal Raja que te Raja
que vocifera engallado: “pronto llegaré al gobernar con la reforma en las
costillas de los trabajadores que, este palanganero, me hará el trabajo sucio,
como en 1995 hiciera Felipito González con Aznarin el pelotilla de Bus”;
también creí ver a un tal Cándido y otro tal más canijo, con un tocho de pasquines
en la mano; ambos en sus horas libres figuraba de sindicalista; de noche de
conseguidotes de conejos y vaiga usted a saber si de otras desvergüenzas”.
Y me rompió el alma ver que todos, menos las
putas, comían de las mismas bandejas, servidas por aquellas; degustaban
glotones, toditos aquellos clientes del putiferio, en una mesa repleta de
viandas y exquisiteces. Hay que joderse mis cuates.
Me desperté sudando y cargado de rencor. Abajo
el Putiferio.
PUBLICADO el martes, 2 de febrero de 2010
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