Eduardo
Sanguinetti
filósofo
rioplatense
La comunidad en pleno y al unísono se manifestó indignada, días
pasados, ante el atropello que significó remover a la jueza Mariana Mota de su
cargo en el fuero penal y pasarla a uno civil, por una decisión de la Corte de
Justicia que, ofendiendo la inteligencia de la sociedad toda, intentó
justificar el fallo “clandestino” con estúpidas explicaciones acerca del
dictamen arbitrario y torpe, ejecutado como en épocas pasadas, donde los juicios
sumarios eran moneda corriente.
Mariana Mota es una jueza emblemática en el área de los Derechos
Humanos y la lucha contra la impunidad de los delitos cometidos durante la
dictadura cívico-militar (1973-1985).
Esta magistrada, que tramitaba más de 50 causas en las que se
investiga a militares implicados en crímenes de lesa humanidad, cobró
notoriedad en febrero de 2010, cuando en fallo histórico condenó a 45 años de
cárcel al ex dictador Juan María Bordaberry y a su ministro de Relaciones
Exteriores, Juan Carlos Blanco.
El pueblo todo desconfía, con razón, de todo lo que acontece, y
los interrogantes se multiplican día a día. Hay un valor máximo que es la
libertad y luego, la verdad; el resto son procedimientos para conseguirla y
lanzarla a los cuatro vientos. A nosotros, el pueblo, nos cuesta admitir
cualquier afirmación sostenida con vigor y autoritarismo, porque sí.
Cualquier norma excesivamente definida a favor de los enemigos
del pueblo nos pone en alerta y accionamos de inmediato, como en esta instancia
donde la denominada Justicia puso al margen de la existencia de una comunidad,
que intenta autodeterminarse, una decisión que nos perjudica en todos los
aspectos. Significa un atraso, un delito en nombre de la ley, complicidad con
genocidas y todo lo que deviene de tales circunstancias adversas a la
democracia, en la que creemos existir y contra la memoria de quienes hace años,
aguardan se haga justicia.
Entre otras cosas, es indispensable que la fauna de personajes
autoritarios, todos bastante ridículos y prepotentes, que siguen teniendo su
espacio de poder, como queda explicitado en la resolución de la Corte de
Justicia, pareciera afín al sentir de los asesinos, y si no, ¿cómo se explica
la remoción de la jueza? No hay razón alguna que asista, salvo los intereses de
políticos veteranos y sus cómplices. Las palabras de un militar dejan al
descubierto el siniestro y espantoso teatro bufo, articulado en torno a un tema
demasiado sensible para ser tratado con tanta impunidad y ligereza.
Y a los que no actuaron, a los que no tomaron una posición
sólida ante este fallo, pretendiendo eludir el compromiso, les comento que
eludieron la realidad. Y la vida está llena de compromisos, sobre todo el de
uno con uno mismo. La vida es optar y adquirir vínculos. Quien pretenda
almacenar intacta su capacidad de optar no es libre: es un prisionero de su
indecisión.
La persona está constituida por los valores en los que cree, que
imprimen en su rostro la huella de su nobleza o de su vulgaridad. Sin duda, la
espontaneidad es un valor emergente en la sociedad de nuestros días. Ser
espontáneo y natural es algo que hoy, afortunadamente, se valora mucho. Hay una
gran pasión por todo lo que significa apertura y claridad, un elogio constante
de las conductas que revelan autenticidad.
De todos estos signos de espontaneidad estuvieron marcados los
movimientos del pueblo de Uruguay, manifestándose con una sinceridad y
espontaneidad que revelaban suma sinceridad, en respuesta clara y sin dobleces
a lo acontecido en un espacio, el de la ley, que debiera adoptar y asimilarse
al orden natural y al deber ser, convirtiéndolo en un horizonte demasiado
cercano adonde arribar, ¡ya! … y será justicia.
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