Eduardo Sanguinetti
filósofo rioplatense
Cuando nos reunimos en aburridos e irrelevantes
foros intelectuales o políticos, para compartir puntos de vista sobre los
grandes temas del mundo, se deja el rock ‘n’ roll y sus representantes de lado,
como si este curioso fenómeno nacido en la década de los /50, en Estados
Unidos, como réplica y denuncia directa y potente de los jóvenes hacia el
sistema capitalista y sus crímenes, unido al movimiento de la cultura beatnik,
pareciera que fuera producto de otra realidad y de otro planeta.
La vida y obra de personajes como John Lennon,
Bob Dylan, Johnny Cash, Jim Morrrison, Bob Marley, Brian Eno, Mike Oldfield,
Frank Zappa, Allen Ginsberg, Jack Kerouac, Sinead O’Connor y tantos otros,
autores de innumerables himnos de rock, baladas sinceras, poesía de la resistencia,
protestas, y canciones de amor, compartiendo el sentimiento de propósito y la
esperanza contenida en el mismo, testigos de la frustración, la hipocresía y la
desesperación que tan regularmente dominan los titulares de los monopólicos
medios que siempre remitieron al rock ‘n’ roll, a miles de kilómetros de
distancia, de estas tristes realidades.
La ausencia de un sitio en los espacios de
poder para un representante del rock es una vergüenza que actúa como un secreto
a voces. Intentar ignorar y dar la espalda a semejante movimiento -sin par en
las últimas cinco décadas- hacen caer una sombra de discriminación y traición a
todos, y somos cientos de millones en el mundo los que en nuestra juventud, y
aún hoy, hemos creído en todos esos grandes ideales, manifestados en letras de
canciones y melodías inolvidables, aún vigentes, escuchadas y disfrutadas y
sentidas por millones de jóvenes de las nuevas generaciones, en los más
diversos idiomas y regiones, que replican en sus vidas maneras y modos asimilados
a esta cultura, a pesar de las desviaciones, devenidas en infiltrados y
oportunistas, que desvirtuaron el sentimiento que animó al rock, incluso
marcando rumbos equívocos desde los medios de comunicación, siempre
tendenciosos del siempre vigente capitalismo, que irónicamente motivó la
esencia de principios que dio origen al movimiento, en su sonido y letras, cual
alarido de una generación (la de los /50 y /60), indignada y harta de las
guerras, de la segregación racial, del hambre en el mundo, de la educación
caduca, de la depredación de la naturaleza, de las desigualdades siempre
vigentes, de los dogmas de fe y del progreso a cualquier costo.
Instalo este tema, asimilando la vida austera
de Pepe Mujica y su discurso por la paz y en desfavor del consumo, pensando que
“nada es definitivo”, pues consigue asimilarse, quizás sin manifestarlo o
hacerlo suyo, a la cultura y generación del rock, en contraste con los pacatos
y previsibles políticos de todos los tiempos, tan azarosos y reiterados en su
prédica fuera de tiempo y espacio, solo para temerosos y creyentes de deidades
con activos corpóreos.
Esto conduce a un enfoque coherente, una
concepción dinámica de la ideología de la cultura, y de su significado para
aquellos de nosotros que, a nuestra manera, creemos en el rock ‘n’ roll como el
movimiento cultural y popular más importante del siglo XX, y puede ser descrito
en términos de cohesión sólo si se trata de algo más que un mero
entretenimiento de consumo y travestismo. En su origen, fue autónomo el “movimiento”
al que los adherentes eligieron unirse, y eligieron aceptar sus tiempos, ideas
e ideales, con sus muertos y sobrevivientes que han trazado de manera
espontánea y natural el sentido y la forma que hoy tiene, enfrentando a miles
de detractores rentados que el poder político y religioso pusieron en acto,
para defenestrarlo, pero que dio por tierra con todas las previsiones de los
profetas sociológicos y de la crítica moralista de cultura burguesa, a lo largo
de décadas.
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