ENTRE PIRATAS
de
MIGUEL ÁNGEL
DÍAZ PALAREA
En el fundamento
originario de todas las obras y actos de los hombres
nos sentimos iguales
y en unidad con todos, por grandes o por pequeños que
sean, pero en la particular dirección que
nosotros tomamos
Friedich Hölderlin
En un día cercano al veinticinco de enero, me llegó la noticia de la muerte de este valioso narrador. En su puesto del mercado de la Matanza de Acentejo, Ángel Morales estaba consternado con la noticia de la madrugada anterior. Al día siguiente sería el sepelio de Miguel Ángel Díaz Palarea. Morales me extendió una de sus obras, insistiendo en que me la llevara. Esa noche la leí de cabo a rabo, era Entre piratas, una novela que me resultó interesantísima y de la que no pude abandonar su lectura hasta las luces del alba.
Hacía mucho tiempo que había adquirido la
colección La piratería en Canarias, maldiciendo en aquella hora a quienes
proclamaban el escaso futuro de nuestra novelística valiéndose del peregrino
adagio: ¡En Canarias no hay temas! En aquellos tomos recuerdo buscar con ahínco
al pirata Schidley o Schisla, de cuyo apellido había oído comentar que derivaba
Sicilia según algunos, y que llevan muchos isleños de la isla de La Palma.
Evidentemente la batalla de Nelson ocupa allí
un lugar preeminente y por ello tenía yo ese paisaje histórico muy novelado en
mi retina. Las baterías, los enclaves de La cuesta de los melones y un largo
etcétera.
Cuando éramos niños, los nivarios, como los
denomina Palarea en su novela, teníamos la costumbre de subirnos al cañón Tigre.
Allí nos fotografiábamos con nuestros amigos o familiares. Aquello era más que
un símbolo. Cuando fui artillero destinado a la dirección de tiro de una
batería de costa, se me presentaba el ritual de los vigías civiles que allí acudían
a catalogar las llegadas de buques, como un tema literario, un tema recurrente y
no sólo durante el servicio militar sino en diversas ocasiones y oportunidades.
Miguel Ángel Díaz Palarea presenta a sus
personajes de una forma muy cabal y dando un orden a los acontecimientos como
requiere una novela que rebasa lo histórico para colocarse por su naturalidad y
coloquialismo de frente al lector contemporáneo. Primero Gutiérrez que viene de
una sonada derrota naval en Argel y que sufre ya en el puerto de Santa Cruz de
La Laguna el robo de dos embarcaciones cargadas de riquezas, mientras los
vigías se hallaban cogiendo grillos. Luego Nelson, deambulando por las tabernas
de Londres, ansioso de un destino en primera línea junto a sus marineros, en
lugar de un puesto de honor en la administración. En cada uno de los casos, dos
mujeres, Cathaysa y Emma Lyon.
Rata Negra, Culo Cosido, El Sama y Candelarita
Perejil, Juan Luna entre otros, tendrán su entrada en la trama para aportar
cercanía y credibilidad, carne y hueso a esta narración. Es entonces cuando la
historia oficial baja a la calle, pisa los adoquines de una realidad irredenta
y se aposta en las mugrientas cantinas junto al muelle para mostrar la
iniquidad, la injusta malavida impuesta a un subproletariado que a la postre
defenderá su pedazo de terruño hasta dejar su esqueleto frente a un envilecido
invasor.
Sé que el mejor homenaje a un escritor que ya
no está entre nosotros, es precisamente leer sus obras. En estas circunstancias
me causa un gran dolor. Sus compañeros de varios sindicatos y otros amigos han
significado su figura desde el ámbito de su defensa de los derechos laborales
donde sin duda demostró, su gran valía en múltiples y dificultosos casos. Y
también desde su gran humanismo crítico.
Nadie podrá obviar cómo trató de reabrir el del
asesinato del estudiante Javier Fernández Quesada, y señalar a personajes
deleznables de la historia insular, tratados como grandes homines incluso por algunos
de nuestros gobernantes. Es difícil saber a ciencia cierta si se valoran
adecuadamente las pérdidas sufridas en estos últimos tiempos, porque si en el campo
neto de la abogacía y el derecho tanto Miguel Ángel Díaz Palarea ahora, como
Antonio León Cubillo Ferreira hace ya unas fechas, dejan un vacío irremplazable,
no lo es menos en el contexto de la narrativa o la investigación lingüística
respectivamente. Mucho nos tememos que el mal llamado poder, seguirá obviándolos,
pero no sólo quienes mueven los hilos de la política o la cultura, sino quizá por
ignorancia, algunos coetáneos. O es que esta novela ¿no debiera ser recomendada
en base a su calidad por tantos y tantos profesores a quienes defendió con
esfuerzo? No por mercadeo político, sino por justicia literaria, por la calidad
que en sus páginas habita, por la necesidad pedagógica de contar con obras como
esta, que coadyuven a salir del analfabetismo funcional; y no con autores y
obras que inciden en la aculturación, de editoriales fantasma que hacen su
agosto en los centros educativos canarios que sorprendentemente esquivan con celo
inusitado a los autores insulares.
Los capítulos intermedios de Entre piratas,
concitan el suspense, que se verá atravesado por la entreverada historia del
perseguido Juan Luna, preso por los timbales cortesanos del marqués Don Gonzalo
del Castillo y Lugo, de la “nobleza” lagunera, quien pretendiera ejercer el
derecho de pernada sobre su hija Juanita.
En otro de ellos se narra el funesto intento de los ingleses de coronar
las lomas de La Jurada y Valle Seco, para desde allí asediar la plaza. La
astucia de las huestes nivarias hará infructuosa dicha maniobra, y en ello
adquieren importancia crucial, los proscritos liberados para trepar aquellos
paredones y las mujeres, aguadoras y gangocheras, que cargan trabajosamente
comida y tinajas de agua sobre las cabezas para asistir al ejército de
valerosos nivarios.
Como se observará en el prólogo de las
asociaciones Beechan e Irónica, Entre piratas “no es sólo una obra más acerca
de la Gesta, sino que va más allá y con un espíritu combativo y después de un
esmerado estudio de los acontecimientos que llevan al autor a una
interiorización casi total de la historia...en ese episodio glorioso de la
historia de Tenerife”, lo que según los historiadores probablemente impidió la
conquista inglesa de las Islas Canarias, habida cuenta de que Nelson llegó
desde Cádiz con una división de escuadra, compuesta por casi una decena de buques, dos mil
hombres de desembarco y unos doscientos cañones.
Fragmentos emocionantes son sin duda los
relativos a la batalla calle a calle en la ciudad, el encierro de los ingleses
en el convento de La Consolación y su ulterior capitulación. Con dos últimos
textos magníficos: desfile de las tropas inglesas y celebraciones de la
victoria. De enorme emotividad, donde el autor aprovecha para poner a cada cual
en su sitio e investir del protagonismo debido al pueblo canario.
Recientemente el diario tinerfeño El Día,
publicaba un extenso artículo bajo el rótulo: Un recorrido por la historia de
la Gesta del veinticinco de julio, trabajo firmado por José D. Méndez con
fotografías de Manuel Expósito, cuyo antetítulo reza: Quince hitos recordarán a
las generaciones futuras las zonas del litoral de Santa Cruz donde estaban
ubicadas las defensas que rechazaron el ataque de la flota inglesa de Nelson en
1797. Se incluye un mapa de la fachada marítima actual de la ciudad con la
ubicación de las baterías y los fuertes. Y se rememora cómo una agreste
campesina de San Andrés alertó a la guarnición de Paso Alto de la presencia de
las lanchas del desembarco inglés.
De esto hace unos doscientos dieciséis años, lo
que ha propiciado que este patrimonio se encuentre prácticamente en ruinas, lo
cual tiene su evidente lectura, pero que no obsta para que se coloque una placa
en cada uno de los lugares de antaño e incluso se levanten varios monumentos,
uno de ellos por cierto a las mencionadas “aguadoras de Santa Cruz” que abastecieron a los soldados que
repelieron los ataques desde el cerro de la altura en La Jurada. Se nos dice
que ya hay tres monolitos y sendas esculturas de homenaje, que incluyen a la
campesina de San Andrés, lo que muy bien podría combinarse con la reedición de
esta novela. Un ron doble en la colección Tagora de la editorial Benchomo y
Canarias marroquí de la editorial Idea, junto con Clonación editada por el
Centro de la Cultura Popular Canaria, son algunas de las obras más
significativas de este autor, a las que se suman otras como Las Cucas, La
patera verde o Javier Fernández Quesada. No olvidamos.
Los diálogos son el contrapunto clave,
volviendo a Entre Piratas, que va encauzando todo el argumentario. Son voces
limítrofes que actualizan y denotan la temperatura de los hechos y configuran
la psicología de los personajes. Algunos de los cuales se manejan en castellano
antiguo, otros con jerga y argot de ahora mismo. En todas sus enunciaciones se
vislumbra con claridad la filosofía de la vida de truhanes y héroes. La fusión
de picaresca e incólumes valores. El Rey, el ejército y la casta clerical no
salen muy bien parados naturalmente. Hay que decirlo. Tampoco la nobleza que en
absoluto pensaba arriesgar el pellejo, al igual que algunos militares de medio
pelo dados a la huída.
Cada vez que transites el callejón del Combate,
recuerda que la riña cunde en nuestros ojos, en civiles concretos de tu savia,
alguno de los cuales allí dejó su alma.
@ Roberto Cabrera
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