EDUARDO
SANGUINETTI
-
Filósofo(Ph.d.Cambridge, England)
El
concepto de democracia como portadora de valores dice representar: igualdad de
oportunidades, derechos humanos, libre expresión, igualdad ante la ley. Pero
por otro, muestran a las claras que no existe una teoría unificada de la
democracia: nombres como Rousseau, Burke, Paine, Hamilton, Tocqueville et alia
son expositores incuestionados y no concordantes entre sí.
Esta
carencia, esta falta de una teoría de la democracia no ha sido hasta ahora,
suficientemente puesta de relieve. Ello permitió, como sucedió con los
gobiernos marxistas o las diferentes dictaduras en Nuestra América, que los
regímenes antidemocráticos se hayan aprovechado de esta falta de una teoría
unificada de la democracia para presentarse como tales. Sea como democracias
populares en el caso del comunismo, sea como democracias fuertes en el caso de
nuestros dictadores de escaparate.
Mucho se
ha escrito acerca de los rasgos diferenciales de los dos concepciones de
democracia: la liberal y la social, y creo no vale la pena abundar en ello. Pero
hay algo en lo que ambas coinciden, más allá del sistema electoral: un hombre
un voto: un voto "obligatorio" (aberración que esclaviza al ciudadano
harto de corruptela a concurrir a las urnas a votarse a sí mismo pues la oferta
de candidatos es espantosa, y una pena caerá sobre él si así no lo hace), y es
que ambas predican la realización, la plasmación de valores tales como
soberanía popular, derechos humanos, igualdad de oportunidades, libre
expresión, etc. Y estos valores, han sido causa de grandes luchas políticas en
busca de su implementación. Pues bien, asistimos a un cambio sustancial del
concepto de democracia, ella dejó paulatinamente de lado ese núcleo vital de
valores a preferir, para reducirse a una maquinaria de gobierno, a una
democracia procedimental. Ya no más predicación de valores, lo que supone
preferir lo sustancial y posponer lo aleatorio. Para esta nueva democracia sólo
vale que el procedimiento sea coincidente con el sistema de normas. La
corrupción que pulula por todas partes se produce cuando el sistema normativo
cae en desuso. Nos hemos transformado en sociedades anónimas. No interesa ya
que 15 millones de argentinos o 200 millones de iberoamericanos o toda el
Africa subsahariana vivan debajo de la línea de pobreza, lo que interesa es que
el "procedimiento democrático" se cumpla. Esto es la democracia
reducida a maquinaria procesal.
La
democracia procedimental que carece de todo contenido ético a la que no
interesa la defensa de ningún valor, salvo la coherencia con las normas del sistema
de poder. Ahora bien, si esas normas, por diferentes causas, conllevan un
contenido injusto, antiético o perverso ello no interesa, porque la democracia
procedimental no hace, como lo hacían sus predecesoras, la liberal y la social,
predicación de contenidos éticos. Esta democracia es a la política lo que la
filosofía analítica es a la filosofía dado que a esta corriente filosófica lo
que le interesa es la consistencia de los enunciados y no su contenido de
verdad o falsedad. No hace predicación de existencia.
La
democracia se limita a un simple procedimiento, es un formalismo que, eso si,
hay que cumplir a raja tabla. Como el dogma es que al poder sólo se accede por
el voto, el cómo se consiga, no interesa. La conservación del poder se realiza
a través de una reelección perpetua con constituciones ad hoc, el cómo se
logre, no se cuestiona.
Asistimos
en nuestros días a la despersonalización de la política. Los políticos son
reemplazados rápidamente por los tecnócratas al estar la política subordinada a
la economía. Y los tecnócratas, esto es, los políticos procedimentales, no
tienen pasado en el campo de lo político. Al menos el político tradicional
tenía que dar a su clientela política alguna explicación de sus actos, el
tecnócrata no da razones, sólo beneficios a quien le paga. Los grandes actos de
corrupción de estos últimos años en Argentina, fueron llevados a cabo por
tecnócratas que asesoraban a los políticos procedimentales. Para el
neoliberalismo procedimental no tiene importancia la inclusión de las mayorías
en el mercado de trabajo ni de consumo. Su lógica es la de la exclusión y así,
descarta mano de obra y mayores de consumidores. No le interesa generar mayores
fuentes de trabajo -que siempre traen problemas y costos- sino, concentrar
dinero en menor numero de consumidores, que compensan con sus abultadas compras
el mayor número de clientes, antes buscados.
En la
democracia procedimental de nuestros días esta lógica de la exclusión funciona
concentrando el poder político y económico en muy pocas manos. Así los
funcionarios cuando renuncian o son renunciados no se retiran, como antaño, a
sus casas, sino que son reubicados en otros puestos. La concentración de poder
y riqueza destruye rápidamente la clase media creando una sociedad de dos velocidades:
los muy ricos y los muy pobres, cumpliéndose así el principio que dice: a mayor
privatización de la riqueza, mayor socialización de la pobreza.
En la
democracia procedimental, el estado, vaciado de todos sus aparatos de poder,
vía privatización de las empresas publicas, vía anulación de sus reparticiones,
dejó de lado los tres principios que lo constituían: la idea de bien común como
principio de finalidad; la idea de solidaridad como principio de integración y
la idea de subsidiariedad como principio supletivo. Quedando así reducido a
simple "regulador de los contratos jurídicos y a represor de los sectores
descontentos" . No llega ni siquiera, como en el antiguo capitalismo
liberal, a estado gendarme que garantizaba la seguridad de las personas y la propiedad
privada. Hoy la seguridad es "cosa privada" y la propiedad privada
esta "socializada en barrios privados", esos castillos modernos
sitiados por barrios paupérrimos.
Jean
Jacques Rousseau, teórico indiscutido de la democracia liberal, escribió dos
suplementos al Contrato Social referidos a la forma de gobierno que deberían
darse Polonia y Córcega, donde hace hincapié sobre la importancia que debe
otorgársele a la historia, las costumbres, la economía y la educación de cada
pueblo antes de establecer cualquier maquinaria de gobierno. Esto no sólo no ha
sido tenido en cuenta por el liberalismo político sino, lo que es mas
pernicioso aún, es absolutamente ignorado por la democracia procedimental.
Este
desarraigo brutal del régimen político por antonomasia de nuestros días provoca
contradicciones tremendas que se manifiestan como injusticias flagrantes y
permanentes ante la cual a los perjudicados, que son las grandes mayorías, sólo
les queda la resignación o la reacción violenta. Existe también una tercera
vía, mucho más árida, lenta y esforzada que es trabajar en la formación de
cuadros políticos munidos de convicciones axiológicas. Una tarea eminentemente
metapolítica. *
Publicado
por MARIANA TURCHIO
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