REENCONTRARTE CON TU EX PRESIDENTA
DAVID TORRES
Ayuso y Nacho Cano, este domingo.
Mi querido Javier Reverte, a quien tanto echo de menos, me dijo una vez que quien inventó la tontería esa de "De Madrid al cielo" podía ser cualquier cosa, excepto madrileño. En efecto, los madrileños de pura cepa sabemos muy bien que no existe nada ni remotamente parecido a la pura cepa y que lo único verdaderamente memorable de Madrid -aparte del Museo del Prado y de los cielos escultóricos de Velázquez- es la certeza de que ser madrileño es ser de ningún sitio. De ahí nuestra tradicional hospitalidad con los extranjeros: vengan del lugar que vengan, enseguida reconocemos a un pariente extraviado, un primo perdido con cierto aire de familia.
Cela la llamó
"poblachón manchego" y Anthony Burgess amplió la metáfora una de las
pocas veces que vino a la capital a presentar un libro: el periodista le
preguntó qué le parecía Madrid y él, asomado a la ventana de un hotel de la
Castellana, dijo que le recordaba a Kansas City. No lo decía por insulto o
desprecio, tampoco por desconocimiento, sino por esa exactitud forense con la
que clavaba cada frase en un alfiler como a un escarabajo. Porque Madrid tiene
mucho de escarabajo, de escarabajo pelotero, se entiende. A nadie con ojos en
la cara, menos aún a un madrileño, se le ocurriría comparar Madrid con París,
Roma, Lisboa o Londres, ni siquiera con Dublín, Budapest, Varsovia o Berlín;
somos demasiado conscientes de que la arquitectura de nuestra ciudad está hecha
a pegotes, a lo escarabajo pelotero, de que detrás de una hermosa fachada
mozárabe se oculta una horrenda estructura bancaria y provinciana, de que la
Torre de Valencia jode cualquier perspectiva, incluido el horizonte de árboles
del Retiro. Sí, el tipo aquel que llevaba "De Madrid al cielo" en la
trasera del coche con toda seguridad se refería a Barajas.
Por eso resulta tan
cándida, tan insensata y tan poco autóctona la campaña electoral de Ayuso,
basada en una actualización de esa matrícula castiza y charcutera en la que
Madrid ha encontrado su identidad a base de tomar cañas, ir al cine, salir por
la noche y disfrutar de los atascos en la Gran Vía. Exactamente la clase de
cosas que uno puede hacer en Cuenca, en Sevilla, en Bilbao o en Barcelona, y
que obligan a los madrileños, en cuanto tienen un fin de semana libre y la
menor oportunidad, a salir echando leches de la capital para no olvidarse de
seguir siendo ellos mismos. Es una pena que, cuando habla de museos, Ayuso se
refiera exclusivamente al Museo del Jamón y que cuando habla de teatros se
refiera básicamente a Génova. Para bordar el ridículo, sólo le ha faltado
reivindicar el Manzanares.
No deja de ser
paradójico que la adalid de un partido que se ha opuesto por costumbre y con
todas sus fuerzas a la ley de divorcio, la ley del aborto, la ley del
matrimonio homosexual y la ley de eutanasia, tome ahora la libertad como lema
de campaña capitalino. "Libertad no conozco sino la libertad de estar
preso en alguien / Cuyo nombre no puedo oír sin escalofrío" escribió Cernuda,
y con Ayuso de fondo uno de los versos amorosos más bellos del idioma entra
directamente al terreno de la psicopatía. También es verdad que Ayuso no se iba
a poner a reivindicar la Gürtel, la Púnica, el destrozo de la sanidad pública,
los menús escolares de Telepizza o la contratación de curas y toreros como
éxitos de la gestión del PP.
Según esta buena
mujer, otra de las ventajas exclusivas de Madrid es que aquí puedes separarte
de tu pareja y nunca te la vuelves a encontrar por la calle, una pesadilla que
los madrileños llevamos años reviviendo al dejar a Esperanza Aguirre en la
puerta de los juzgados y toparnos de boca con Cristina Cifuentes, al dejar a
Cifuentes en la puerta de los juzgados y encontrarnos a Ayuso con esos ojos de
mariposa virgen que le ha arrancado a la cabra de la Legión. Es igual que esas
películas de terror en las que matan a la niñera demente y aparece su
reencarnación llamando al timbre. Necesitamos una orden de alejamiento o mejor
un exorcismo. De otro modo, al final, por cercanía con Génova, más que en el
Museo del Jamón vamos a acabar todos en el Museo de Cera.
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