CUANDO LA COLETA SE FUE, EL CAOS
TODAVÍA ESTABA ALLÍ
La
derecha, que hasta hace escasos días atacaba continuamente a Pablo Iglesias
como núcleo irradiador de todos los males, se ha repuesto de la resaca de la
fiesta Caribe Mix 2001 en Génova y ha vuelto a su estado natural
MARINA LOBO
El caos es, por definición, un estado de desorden absoluto de las cosas. Es, por ejemplo, una habitación rebosante de ropa que has usado esa semana pero que, por algún motivo, has ido acumulando encima de una silla al lado de la cama y que, conforme pasan los días, se ve desbordada, llegando la ropa a los rincones más insospechados, incluso a agujeros negros que hacen que, un buen día, te encuentres el calcetín de leopardo que perdiste en 2015.
INT. CONGRESO - DÍA
España también es un caos, o eso repiten a coro la derecha y la extrema derecha sin cesar. En el Congreso de los Diputados, Pablo Casado comienza llamando “pato cojo” a Sánchez, Sánchez le dice a Casado que se le está quedando cara de Albert Rivera –como si esto viniera de ahora y no lleváramos años comentando que el exlíder de Ciudadanos y el líder (aún no ex) del PP fueron separados al nacer–; Casado le vuelve a responder a Sánchez (así es la testosterona, hay que devolverla siempre) que a él se le está poniendo cara de Zapatero y añade que parece un “avestruz” escondiendo la cabeza debajo del suelo. Por su parte, Cuca Gamarra (portavoz del PP) le pide al Gobierno que miren su plan B que, según ellos, aseguraría una “limitación de actividad” con efectos muy parecidos al toque de queda y Carmen Calvo le responde que en B no quiere nada, solo en A. El atrezzo ya se lo saben: abucheos, aplausos, gritos de “¡mentira!”, carcajadas burlonas, ruido.
El bipartidismo no
ha vuelto (al menos de momento) pero sí sus peleas. Hay algo de melódico en sus
tradicionales discusiones, como si te quedaras hipnotizada viendo un partido de
tenis, la pelota a un lado y al otro a velocidad similar, el sonido idéntico
del golpe de la raqueta, la bola amarilla que parece que no va a parar nunca,
aunque en algún momento lo hará porque alguien tiene que ganar. Fuentes del
gobierno de Sánchez afirman que les parece “inaceptable” la actitud del Partido
Popular que no deja de verter críticas respecto a la nueva legislación tras la
caída del estado de alarma, en la que el Tribunal Supremo es el que tiene la
última palabra sobre cada región. Del otro lado, fuentes cercanas a Pablo
Casado acusan a Sánchez de “ineficacia y soberbia” y se quejan de que este no
llame por teléfono al líder de la oposición con la que se está liando. También
es verdad que no se me ocurre una forma correcta de iniciar esa conversación
telefónica. Si yo fuera Pedro Sánchez, le mandaría por Whatsapp el sticker de
“se Marlaska la tragedia” a Casado para romper el hielo. Eso siempre funciona.
EXT. DÍA – UN PATIO
CUALQUIERA
En Madrid hace un
tiempo agradable, de ese que la capital nos brinda aproximadamente unas tres
semanas al año y por eso, cuando ocurre, hay que contarlo. El cielo está
despejado, hace sol pero no calor, la mascarilla todavía no hace que te sude el
bigote –pero casi– y se está estupendamente en camisa holgada de manga larga y
en vaqueros. Pablo Iglesias, el que fuera en teoría el artífice de la
crispación en este país, la mecha que prendía incluso sin mechero, el supuesto
responsable de que Casado virara cada vez más hacia la derecha y de que la
gente votara a la extrema derecha, lee un libro mientras muestra su nuevo look.
No habla, no tuitea, solo está ahí sentado, mirando a un lado para que se vea
mejor el corte, subrayador amarillo encima de la mesa (subrayad los libros con
lápiz, haced el favor). En cuestión de minutos, los debates se llenan de
expertos analistas políticos, psicólogos, estilistas, que se preguntan qué
mensaje subliminal estará escondido tras la cabellera del que fuera hasta hace
poco vicepresidente del Gobierno y, hasta hace menos aún, candidato a la
Comunidad de Madrid por Unidas Podemos. Si le queda bien, si le queda regular,
si ya no es pueblo, si ahora es casta, si el 15-M era esto. Nadie se ha
planteado que Iglesias fuera a la peluquería para que le cortaran las puntas y
al peluquero/a se le fuera la mano, que es algo que a tod@s nos ha pasado
alguna vez aunque cuando la peluquera nos pregunta por el resultado siempre
decimos que todo bien.
Las dos situaciones
(la del Congreso y la del patio) coinciden en el espacio-tiempo y hacen más
tangible aún la distorsión de la realidad a la que estamos sometidos. La
derecha, que hasta hace escasos días atacaba continuamente a Pablo Iglesias
como núcleo irradiador de todos los males (sesión tras sesión en el Congreso un
inagotable Teodoro García Egea preguntaba una y otra vez cuándo pensaba dimitir
el entonces vicepresidente de Asuntos Sociales) se ha repuesto de la resaca de
la fiesta que sonaba a Caribe Mix 2001 en Génova y ha vuelto a su estado
natural que es, precisamente, el caos. Porque sin caos la derecha y la extrema
derecha no pueden sobrevivir; es su hábitat, su modo de vida, su habitación
desordenada en la que ellos y sólo ellos se orientan.
Puede que, por eso,
asistamos ahora atónitos a la amalgama de teorías y opiniones vertidas desde la
derecha y la ultraderecha sobre el corte de pelo de un señor que está sentado
leyendo un libro. La coleta de Pablo Iglesias se ha ido, pero la crispación,
los insultos y los gritos no, porque precisamente igual la crispación eran
ellos. Son ellos. Y el caos, también.
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