LA CAJA B ERA LA CAJA A
DAVID TORRES
El expresidente José María Aznar en una conferencia ofrecida
en junio de 2019. — Eduardo Parra / EUROPA PRESS
En España las cosas esenciales se hacen a su debido tiempo, tras su correspondiente lapso de espera y después de meditarlo mucho, no como en otros países que se lanzan a lo loco y lo mismo te hacen una revolución industrial que una francesa. Aquí, por ejemplo, todavía estamos esperando a que pasen la Ilustración y el Siglo de las Luces, más que nada porque preferimos quedarnos con los borbones, las cadenas, la boina carlista, los toros y el que inventen ellos. Sólo en un reino tan concienzudo puede seguir considerándose arte una brutal fiesta de pueblo que consiste en el meticuloso y sanguinario suplicio de un animal, al tiempo que, bien entrados en tercer milenio, se aprueba un impuesto al sol y un ministro del Interior condecora a una Virgen de madera. Sí, a veces da la impresión de que el país se quedó congelado en el Concilio de Trento.
Es desde estado de
constante precaución desde el que se entiende la lentitud con la que las
instancias judiciales estudian ciertos asuntos de vital importancia, tales como
la financiación ilegal del PP, la adjudicación de contratos públicos a dedo o
el espinoso asunto de la identidad secreta de "M. Rajoy", el misterio
más grande acaecido en la península desde las caras de Bélmez. En estos
escándalos la justicia actúa con una cautela que me recuerda la de aquella
productora interesada vagamente en sacar adelante una película sobre mi novela
El gran silencio. Después de pensarlo mucho, el productor me llamó y me dijo
que en España apenas se hacen películas sobre boxeo, que mejor esperar un poco
a ver si las cosas cambiaban. Un año después se habían estrenado tres o cuatro
películas españolas con temática pugilística y el productor me explicó que ya
era tarde, que ahora había demasiadas películas sobre boxeo. No me hizo ningún
caso cuando le dije que, en realidad, la novela no iba sobre boxeo.
Con mucho cuidado,
porque de otro modo se les quemaría la paella, los magistrados han hallado
evidencias de que al menos nueve contratos públicos con un monto total de 200
millones de euros fueron amañados en los tiempos en que Jose Mari Aznar
presidía el PP: tramos del AVE, un proyecto del SEPES, un parador en Lorca y
una comisaria de policía. Han tardado tantos años en investigarlo precisamente
porque son asuntos importantes, no como los indepes catalanes, que los
enchironaron en un mes, o los escándalos de chichinabo de Unidas Podemos, que
son una mierda de tal calibre que nunca van más allá de las portadas de los
periódicos. En cambio aquí, con el tema de la caja B del PP, hay que andarse
con mucho ojo, no vaya un juez a pisar el callo que no debe y se joda el
milagro económico de Rato, que fue un milagro tan gordo que el tío no para de
entrar y salir de la cárcel. David Copperfield es un trilero a su lado.
De todas estas
cosas, de los papeles de Bárcenas y de muchas otras bazofias más, Jose Mari no
tiene la menor idea, ya que en aquel tiempo él estaba muy ocupado buscando las
armas de destrucción masiva de Saddam Hussein: al final las encontraron en
Génova trasplantadas en un martillo con el que romper discos duros. Por eso
mismo, Pablo Casado, que tiene un máster en Ignorancia Universal y tampoco se
enteraba de nada, va a trasladar la sede del partido bien lejos de ese edificio
maldito de Génova 13 rue del Percebe donde no dejaban de circular sobres de
dinero negro y de ocurrir cosas extrañas: contabilidad en paralelo, libretas de
la cuenta la vieja, finiquitos en diferido y en forma de simulación, facturas
ficticias y una epidemia de amnesia generalizada. A ver si la caja B iba ser la
caja A, no te jode. Cuando las excavadoras entren a tirar los muros de esa sede
maldita, más vale que tengan mucha precaución, no vayan a enterrar la prueba
definitiva de algún comportamiento honrado.
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