sábado, 15 de mayo de 2021

LA LIBERTAD SIN VERGÜENZA DE DÍAZ AYUSO

 

LA LIBERTAD SIN VERGÜENZA DE DÍAZ AYUSO

Ejercicio crítico desde un humanismo republicano

JOSÉ ANTONIO PÉREZ TAPIAS

No; Díaz Ayuso, aun con su apabullante victoria electoral, no es “la libertad guiando al pueblo”, si nos permitimos hacer referencia al cuadro de Eugéne Delacroix celebrando la revolución de 1830 en las calles de París. Quien va a ser de nuevo presidenta de la Comunidad de Madrid puede conseguirlo gracias, ciertamente, a un enorme caudal de votos que en la Asamblea madrileña le sitúa muy por encima de sus oponentes, sumidos en un desconcierto que, por lo demás, era muy previsible. Con muchos análisis ya sobre la mesa no hace falta insistir en cuan desastrosa ha sido la campaña electoral del PSOE –no tanto del PSOE de Madrid cuanto del “PSOE de Moncloa”, ya que desde la sede del gobierno de España se condujo hasta el precipicio-; tampoco es hora de seguir subrayando el escaso éxito de Unidas Podemos, a pesar de salvar los trastos entrando en la cámara parlamentaria gracias a las heroicidades electorales de quien era su líder y ya es secretario general dimitido por alabada decisión propia; no está mal, con todo, demorarse en considerar los porqués del “sorpasso” de Más Madrid respecto a un socialismo desnortado, en lo cual mucho tiene que ver el papel de su candidata en lo que ha sido dura oposición a las nefastas políticas llevadas a cabo por quien ahora, a pesar de ello, ha sido reelegida para continuar al frente del gobierno madrileño. Pero, tras estos balances, ¿qué decir de la ganadora y protagonista por excelencia de estas elecciones, la señora Díaz Ayuso, y de los mensajes con los que ha conseguido aglutinar una arrolladora mayoría de votos para el Partido Popular?

Se ha convertido en un lugar común llamar la atención sobre lo que ha estado a la vista de todos: Díaz Ayuso ha sido una eficaz practicante del “trumpismo”, paradójicamente después de que Trump fuera derrotado  en las urnas a las que acudió el electorado estadounidense para con su voto, además de hacer posible la elección de la alternativa que representaba Biden, someter a juicio la antipolítica neofascista, xenófoba y antifeminista que, subido al carro de la posverdad, representaba quien por fortuna ya es ex-presidente de los EE.UU. Como variante castiza del “trumpismo”, adobado de un acusado perfil identitario en clave de “madrileñismo” y con patente proximidad al fascismo autóctono de Vox, la candidata popular ha logrado hacer valer elevadas dosis de populismo hasta alzarse con la victoria –dejando ver, de camino, que, puestos a ser populistas, la derecha siempre gana, lo cual está todavía por ver que sea conclusión clara extraída por las izquierdas cuando la derrota obliga a una autocrítica sin excusas–.

 

Como variante castiza del “trumpismo”, la candidata popular ha logrado hacer valer elevadas dosis de populismo hasta alzarse con la victoria

 

Dicho todo lo anterior, habrá que dejar constancia del respeto sin sombra de duda que merece el ejercicio del voto, como derecho democrático de la ciudadanía, en condiciones de plena libertad, por parte de todos los ciudadanos y ciudadanas, incluyendo, por supuesto, a quienes mediante él han explicitado su preferencia por Díaz Ayuso y la opción que ella representa. Ese respeto al voto en libertad no lo mengua para nada la crítica al devaluado concepto de libertad que la candidata Ayuso ha esgrimido a lo largo de la campaña electoral, bajo el lema dicotómico “socialismo o libertad” –dirigido contra el PSOE, especialmente en su versión gubernamental sanchista–, luego transmutado en “comunismo o libertad” –apuntando de forma más expresa contra el gobierno de coalición de PSOE y Unidas Podemos, a pesar de tratarse de elecciones autonómicas, una vez que Iglesias entró en campaña como candidato tras abandonar la vicepresidencia de dicho gobierno–.  Habrá que enfatizar que tal consideración del concepto de libertad de la señora Ayuso no pierde su condición de concepto devaluado de la misma por el hecho de que la formación que lo hizo suyo como emblema en la campaña haya resultado ganadora con creces.

 

La validez de un concepto y la teorización que en torno a él pueda desplegarse, contemplando caritativamente que así pueda ser más allá de su uso propagandístico, no es cuestión de mayoría. La mayoría, absolutamente respetable en su voto libre, no es garantía de acierto, como cabe subrayar además haciendo hincapié en que, si hablamos en términos de verdad, y en este caso de “verdad moral” en la manera de entender la libertad, ésta nunca se puede sostener solamente sobre una mera mayoría, pues a la vista queda en múltiples casos históricamente documentados que la mayoría puede estar equivocada. Pero todavía cabría pensar, sin embargo, que el concepto de libertad lanzado por Díaz Ayuso a la palestra electoral podría ser de tal consistencia que generara en torno a él un fuerte consenso, lo cual daría que pensar aunque se sepa que incluso el consenso, como la mayoría, no es por sí mismo criterio suficiente de verdad. Es una posición bien establecida la que sostiene que el consenso es “lugar de la verdad”, pues sin pretender lograr acuerdo y conseguirlo, al menos paulatina y parcialmente,  en torno a lo que se considere verdadero fallan las credenciales para defender algo como verdad susceptible de ser compartida. Pero de ahí no se sigue que el acuerdo comporte por sí mismo garantía de verdad dado que el consenso puede asentarse en errores o estar planteado de forma fraudulenta o bajo presiones espurias.

 

Decir que tal concepto de libertad es falso no implica ejercicio alguno de supuesta superioridad moral

 

Pues bien, eso último es lo que ocurre precisamente con el “concepto ayusiano” de libertad, concepto no sólo devaluado, sino falso, en torno al cual es imposible un consenso racional serio. Presentado como la posibilidad de elegir entre ir de cervezas o no, o como la decisión sobre pasear o no (sin encontrarte con tu expareja), esa libertad, reducida a alternativas tan grotescas que ni como ejemplo valen, es indefendible si se quiere entender como ejercicio de “libre albedrío”, pues ello escandalizaría a los mismísimos escolásticos que lo teorizaron. No hay manera alguna de apuntar a un consenso sobre ello apoyado en buenas razones. Y decir que tal concepto de libertad es falso no implica –hay que observarlo de camino–  ejercicio alguno de supuesta superioridad moral, sino resultado de un razonamiento crítico accesible a cualquiera que no se haga trampas en su discurso, el cual, por otra parte, no puede dejar fuera de su consideración el dominio de clase al que tal concepto de libertad, con su aparente simplicidad, se entrega.

 

Mitificación de una falsa libertad individualista como coartada ideológica neoliberal

 

Vayamos por partes. Que Díaz Ayuso, con su concepto de libertad, se dirija no sólo a quienes pueden optar por consumir unas cañas de cerveza cuando y como quieran, sino a quienes tienen que servirlas desde el amplio sector empresarial y laboral de la hostelería –muy descuidado de hecho por el gobierno de Madrid, siendo eso algo que queda oculto por la retórica con que este se maneja–, no quita un ápice de hedonismo grosero a quien manipula ese sector para acogerse a una variante actualizada del antiguo dicho “comamos y bebamos, que mañana moriremos” –dicho que no excluye pensar que vale mientras sean otros los que mueran y que ya, por eso entre otras cosas, cayó bajo la denuncia profética sobre ello recogida en el libro de Isaías del Antiguo Testamento–. Bajo manto de una defensa fraudulenta de la libertad para supuestamente compaginar cuidado por las vidas y protección de la economía en tiempo de pandemia, lo que se hace es defender una política neoliberal dura que usa la libertad de los individuos como encubrimiento ideológico de una irrestricta libertad empresarial, la cual a su vez se aprovecha de las pequeñas y medianas empresas para dar cobertura a las tajadas de grandes grupos empresariales a través de la privatización de servicios públicos. El simplismo retórico se dedica a difundir las coartadas ideológicas, rematadas en mitificación de una libertad tan insolidaria como individualista, que tapan complejas maniobras de largo alcance político respecto a estructuras económicas y los consiguientes reajustes sociales. Y el pueblo libremente lo apoya, lo cual no es óbice para que otros, también del pueblo, señalemos la trampa que encierra. El pueblo, numéricamente considerado además como mayoría de votantes, no siempre lleva razón, aunque en sus decisiones, estrategias y discursos acumulen errores quienes políticamente se sitúan en el lado opuesto de esa amalgama ultraderechista que encarna hoy el PP de la Comunidad de Madrid.

 

 

Lo sorprendente, con todo, es que desde el lado opuesto a la mixtura de conservadurismo, neoliberalismo y concesiones al neofascismo que Díaz Ayuso encarna no se haya puesto más empeño, siquiera con pinceladas esquemáticas, pero precisas, en desmontar un discurso que ha gravitado sobre ese concepto del más ramplón libertarianismo de derechas que con tanto éxito se ha utilizado como munición electoral hacia la izquierda y como señuelo publicitario hacia el potencial electorado de la derecha. El concepto de libertad ahora acreedor de crítica ni siquiera es un concepto liberal defendible como tal. Si el pensamiento liberal, al tomar una nueva noción de libertad como bandera de los modernos frente a los antiguos, según Benjamin Constant lo hizo ver hace mucho tiempo, subrayó la libertad como libertad de los individuos entendida cual la “libertad negativa” que tanto ensalzó Isaiah Berlin, en el sentido de libertad como “no interferencia” en derechos que el individuo ha de ver protegidos por el Estado como derechos civiles, no es para decirle de manera frívola a los ciudadanos que nadie les va impedir que se vayan de juerga. Cuando se ha hecho así es tal ejercicio de irresponsabilidad que ningún liberal decente puede darlo por aprobado –y en España los hay, aunque es de lamentar que no eleven su voz con suficiente fuerza para hacerse oír–.

 

Lo chocante aquí es que esgrima un lema libertario quien se ha saltado leyes y acuerdos políticos con apoyo jurídico, e incluso despreciado criterios éticos elementales

 

Desde una concepción republicana de libertad como la expuesta por Philip Pettit se hace notar, respecto al mismo concepto liberal de “no interferencia”, que dicho concepto implica que se trata del rechazo de toda interferencia arbitraria, como es la que se pone en juego en todo abuso de poder por actuación ilegítima de poderes públicos cuando, entre otras cosas, se saltan las mismas leyes a las que están obligados. Lo chocante aquí es que esgrima un lema libertario quien se ha saltado leyes y acuerdos políticos con apoyo jurídico, e incluso despreciado criterios éticos elementales ante las situaciones de las residencias de mayores,  en momentos cruciales para la misma salud pública, como ha hecho quien viene de ser presidenta de la Comunidad de Madrid y va a volver a serlo en el futuro inmediato. La verdad es que es tan chocante como patético ver a enfervorizados militantes del PP gritar “libertad” cuando ni siquiera se atreven a criticar abiertamente la dictadura franquista. Mediante constatación histórica de largo recorrido cabe expresar el asombro que produce esa interesada reivindicación de libertad por los que son herederos de quienes abatieron nuestra primera constitución liberal al grito de “¡vivan las caenas!”.

 

Libertad republicana desde una visión humanista radical

 

El ya mencionado Pettit, cuando abunda en lo que una concepción neorrepublicana subraya en cuanto a libertad, recogiendo el sentido de esta como autonomía que ha de ejercerse no sólo en el ámbito privado, sino también en el ámbito público mediante el ejercicio de los derechos a través de los cuales se vehicula la participación política, pone el acento en cómo a la “no interferencia” liberal se añade la libertad como “no dominación”.  No basta con que las vidas de los individuos no se vean interferidas por poderes que obstaculicen o impidan el despliegue de sus potencialidades e iniciativas, sino que para eso mismo es necesario que la libertad implique de derecho y de hecho un orden de no dominación, lo cual sólo puede verse garantizado por un gobierno democrático que surja y se ejerza contando con la participación política de la ciudadanía. Es la estela de Rousseau que complementa radicalmente la herencia de Locke y que permite que los ciudadanos seamos considerados como mucho más que sólo individuos propietarios, aunque meramente sean propietarios de su ocioque viene a ser sutil trampa ideológica tendida por el “ayusismo”.

 

Una concepción de la libertad que se vincula a la “no dominación” conlleva inexorablemente exigencias de igualdad. De ahí que se insista, y no han faltado voces en hacerlo, en que la libertad también tiene que ver con condiciones de vida relativas a trabajo, vivienda, atención sanitaria, recursos educativos…, todo lo cual redunda en igualdad de oportunidades, extensible a igualdad de acceso y con objetivos de efectiva igualdad social y de género. Pero hay más: la libertad de cada cual no puede plantearse al margen de la libertad que podemos y debemos desplegar en la convivencia de unos con otros, que no deja de ser en realidad las vidas de unos para otros, dimensión que subrayó Marx desde un concepto de libertad anclado en la relacionalidad constituyente de la condición humana.

 

 Una libertad incapaz de avergonzarse de la injusticia que ampara es una libertad falsa

 

Es en este punto donde se impone dar un paso más y mostrar por qué el concepto de libertad de Díaz Ayuso, que el PP hace suyo, es de vergüenza por tratarse de una libertad que se presenta tan cínicamente que conlleva la negativa a avergonzarse de sí misma al identificarse, cuando no con el capricho, con el privilegio. Asimilada al capricho individualista es coartada para justificar el privilegio anti-igualitario. Y una libertad incapaz de avergonzarse de la injusticia que ampara es una libertad falsa, como de forma certera señala el filósofo Emmanuel Lévinas. Para éste, yendo más allá de la idea de libertad del liberalismo, la libertad propia lo es en verdad si madura y se ejerce desde la responsabilidad ante el otro que interpela exigiendo justicia. Es la libertad de quien no se desentiende del otro hasta responsabilizarse de que también pueda efectivamente ser libre. Tal es la libertad que implica la vida digna postulada para todos y todas sin exclusión alguna.

 

El “humanismo del otro ser humano” propugnado por Lévinas confiere así densidad ética a la idea de libertad con la que la tradición republicana eleva el listón político de la herencia liberal. No hacerlo es dejar expedita la vía para que un concepto falso de libertad dé paso a lo que hoy llaman democracias iliberales, las cuales no son otra cosa que democracias atrapadas en los bucles autoritarios del neofascismo actual. Advertirlo es algo difícil de hacer desde un eslogan de campaña electoral, pero no por eso deja de ser necesario. La democracia, como sistema político, es resistente, pero frágil,  y hoy debemos ser consciente de ello en este momento de tentaciones regresivas en las que, teniendo en cuenta a Hegel, podemos constatar, a la inversa de lo que él consideraba progreso, que no hemos avanzado colectivamente en “la conciencia de libertad”, sino todo lo contrario. Fromm diría que, bajo la apariencia de libertad está operando el miedo a la verdadera libertad cuando el aferrarse al fetichismo que ponen en circulación engañosas soluciones mágicas a nuestras crisis no hace sino adentrarnos por los  peligrosos caminos autoritarios de la antipolítica. Son los de un neoliberalismo filofascista que se camufla como defensor sin par de la España eterna. Es jugada perversamente maestra que reclama a la izquierda la respuesta que ahora no ha sabido dar.


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