CON LOS PIES EN LA TIERRA
Agustín Gajate Barahona
Dicen que las comparaciones son odiosas, pero forman parte de nuestra forma de aprender, de distinguir los matices, las formas, los colores, los sonidos, los sabores, las texturas y los olores, pero también nos ayudan a encontrar similitudes y diferencias en determinadas situaciones, entre las emociones y los sentimientos propios y ajenos, los valores sociales y morales individuales y colectivos, contribuyendo a delimitar los comportamientos que consideramos correctos de los que nos parecen lamentables o reprobables. Gracias a las comparaciones podemos saber igualmente cuando dentro de un grupo vamos adelantados o retrasados, si avanzamos, estamos estancados o retrocedemos, respecto al resto del grupo.
De echo, las comparaciones forman parte de la
metodología científica de varias ramas y disciplinas del conocimiento, materias
que se estudian en facultades y universidades de buena parte del planeta, en
ámbitos como la Filología, la Literatura, la Anatomía, el Derecho, la
Educación, la Mitología o las religiones.
Los planes de estudio de Periodismo no tienen
asignaturas de comparación, al menos en su nomenclatura oficial, pero las
comparaciones están implícitas y, por eso, los periodistas tendemos a comparar,
a veces en exceso (de celo), para entender la realidad que tenemos que
transmitir al conjunto de la sociedad.
Un ejemplo de comparaciones odiosas se produjo
de forma casual el pasado sábado 22 de mayo en una de las mesas de trabajo de
la tercera edición del Curso sobre Volcanes y Gestión del Riesgo Volcánico para
Periodistas y Medios de Comunicación, celebrado en la modalidad 'online' y
organizado por el Instituto Volcanológico de Canarias (Involcán), la Asociación
de Periodistas de Santa Cruz de Tenerife (APT) y la Sociedad Volcanológica de
España. En ese foro de debate e intercambio de ideas, los participantes
detectamos varias carencias en el sistema educativo canario relacionadas con el
conocimiento de la tierra habitamos y que nos acoge.
En Canarias, nos guste o no, vivimos sobre
volcanes: unos más tranquilos durante los últimos 500 años (La Gomera, Gran
Canaria y Fuerteventura) y otros más inquietos (El Hierro, La Palma, Tenerife y
Lanzarote). Y esa circunstancia debería motivar un interés generalizado por
parte de la población en su conocimiento, porque sus corazones siguen bombeando
gases y, en ocasiones, también lava. Es decir: continúan palpitando, a un ritmo
lento, en una dimensión geológica del tiempo, no humana. Alguien que hubiera
nacido en 1909 habría vivido cuatro de sus latidos de lava conocidos (no
sabemos lo que ha sucedido en las profundidades del Atlántico): El Chinyero ese
año en Tenerife, el Volcán de San Juan en 1949 en La Palma, el Teneguía en 1971
en la misma isla y el Tagoro entre 2011 y 2012 en los fondos marinos de La
Restinga, en El Hierro.
Pero los volcanes constituyen tan solo la
parte visible de los fenómenos volcánicos. Debajo de la corteza hay un manto
incandescente cuyos flujos de magma presionan los suelos que pisamos y sobre
los que construimos nuestros edificios e infraestructuras, y hasta llegan a
deformar el terreno sin entrar en erupción, empujándolo hacia arriba en unas
ocasiones o dejándolo caer hacia abajo o formando oquedades cuando cesa la
presión.
Resultaría lógico entonces que el sistema
educativo que instruye a los habitantes de estas islas les ilustre en todos sus niveles sobre su conocimiento y cómo gestionar el
riesgo volcanico, como sucede en otros
países con los sismos y tsunamis (que aquí también tenemos y hemos tenido).
Pero parece ser que no es así y que los contenidos curriculares formativos a
este respecto no son los adecuados, sobre todo en Educación Primaria.
También parecería lógico que nuestras
universidades públicas formaran a titulados superiores en Geología, Geofísica o
disciplinas similares para que aplicaran sus conocimientos a la realidad social
y económica de las diferentes islas, además de constituir un centro de
investigación de referencia a nivel mundial, como sucede, por ejemplo, con la
Astrofísica. Por cierto, ¿somos conscientes de que todos los grandes
telescopios que tenemos instalados en las cumbres de islas como Tenerife o La
Palma, que requieren de una calibración más que milimétrica o micrométrica,
pueden quedar inoperativos durante un tiempo indeterminado o inservibles con
una significativa, aunque no necesariamente muy grande, deformación del terreno
o con un deslizamiento del mismo? ¿Sucede lo mismo con otras infraestructuras
tecnológicas estratégicas como el superordenador Teide-HPC? ¿Hemos empezado una
vez más la casa por el tejado?
¿Somos conscientes de que las cámaras
legislativas de este país (Senado en 2005, Parlamento de Canarias en 2006 y
Congreso de los Diputados en 2009) han solicitado de forma unánime a la
Administración General del Estado, Gobierno Autónomo de Canarias y Cabildos
Insulares la creación del Instituto Volcanológico de Canarias y la implicación
con éste de las dos universidades públicas Canarias cuando la realidad es que
después de 10 años de su creación y puesta en marcha la única administración
que se ha comprometido con esta decisión unánime es el Cabildo Insular de
Tenerife?
Por eso de las odiosas comparaciones, se me
ocurrió preguntar primero por los estudios del grado de Geología en alguna de
las universidades canarias, pero resulta que no existe dicha titulación o
similar, con el agravante de que tampoco la tiene la UNED, por lo que un
estudiante canario que quiera cursar esta disciplina en concreto, y no dentro
del grado de Ciencias Ambientales, tendrá que conseguir de una buena beca o
costearse los estudios presenciales y el alojamiento en la Península en
universidades de Cataluña, Madrid, Asturias, Andalucía, País Vasco, Zaragoza o
Alicante.
Carecer de estudios superiores en Geociencias
significa también la ausencia de posgrados de especialización y un menor
volumen de investigación académica dentro de este ámbito del conocimiento.
¿Y en otros archipiélagos del planeta sucede
lo mismo? Y por eso de las comparaciones odiosas, la competición de telescopios
y otras similitudes se me ocurre preguntar: ¿qué hacen en Hawái? Pues allí
resulta que la universidad pública estatal imparte, en el campus de Hilo, un
grado donde se estudia, entre otras asignaturas, la historia de la tierra, los
minerales, las rocas metamórficas, los procesos sedimentarios, las deformaciones
y otras transformaciones; física, química y matemáticas aplicadas, así como
métodos de estudio de campo.
Esa misma Universidad, en su campus de Manoa,
Honolulu, imparte un máster en Ciencias de la Tierra y Planetarias donde se
realizan investigaciones interdisciplinares que incluyen, entre otros, los
campos de la geofísica, la tectónica, la geología marina, la volcanología o la
geoquímica, además de incluir el estudio de las ciencias planetarias y de la
física mineral en colaboración con el Instituto de Geofísica y Planetología de
Hawái.
Además, dicha Universidad tiene un centro de
referencia mundial en geología y volcanismo: el Centro para Estudios de
Volcanes Activos, que colabora en diferentes proyectos con el Observatorio
Volcanológico Hawaiano del Servicio Geológico de los EE UU.
Lo malo de las comparaciones es que llevan a
plantearte que el riesgo potencial podría aumentar exponencialmente desde el
momento en el que los responsables de las instituciones docentes y altos cargos
públicos electos parece que no tienen los pies en el suelo cuando deben adoptar
las mejores decisiones para el conjunto de la población en materia de
formación, prevención y apoyo a la investigación sobre los suelos y subsuelos
sobre los se asienta nuestro presente y nuestro futuro.
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