VIAJAR PARA ENCONTRARSE.
(A propósito del
libro Entre el agua
y el suelo de Cristi Cruz)
CECILIA DOMÍNGUEZ LUIS
«La mejor forma de conocer un país es
perderse en él»
Esta cita del escritor y viajero neerlandés Cees
Nooteboom da entrada al libro de relatos Entre el agua y el suelo de la
escritora Cristi Cruz Reyes, publicado recientemente por Ediciones Aguere-Idea.
Relatos de viajes que la escritora emprende con
un acertado empleo de la palabra, y no menos acertadas descripciones, que nos
lleva a seguir junto a ella y adentrarnos por esos territorios desconocidos, o
conocidos de forma diferente, ya que es la mirada particular de la narradora la
que nos los descubre o redescubre.
El libro se divide en cinco partes de tres relatos cada una, aunque que describe se pueden leer sin llevar un orden, ya que cada relato nos conduce, como un hilo de Ariadna particular, a desentrañar los entresijos de este laberinto atrayente que es el mundo, con todas sus oscuridades y amaneceres.
Porque este libro de viajes, como todos los
buenos libros de este género, es también un libro de aprendizaje y de
transformación, no sólo de quienes lo protagonizan, sino también, en cierta
manera de quienes lo leen y se dejan arrastrar por la curiosidad y el deseo
aprender y aprenderse.
Ya desde el primer relato de la primera parte- Cimientos-
titulado Presagios, vemos como la protagonista va entrelazando la
historia de los protagonista -en este caso una mujer que narra en primera
persona- con los acontecimientos históricos que han ocurrido y condicionado sus
viajes. El 20 de julio de 1982, el IRA provisional, el Ejército Republicano
Irlandés, hizo estallar dos bombas en Londres y yo estaba allí. Escribe la
autora en su inicio.
Así, y en la mayoría de los relatos que siguen,
la autora va a intercalar sucesos, costumbres, gentes, con las impresiones y
sensaciones que éstos, unidos a los diferentes paisajes, van a dejar una
impronta en la protagonista (o protagonistas) de estos viajes.
La viajera, como el agua, fluye a través de los
diferentes espacios, porque lo que realmente importa es el viaje en sí mismo y
las experiencias transformadoras que implica.
Aunque en algunos relatos la voz narradora es
masculina, como en el caso de ¡Mujeres al agua!, o un narrador en tercera
persona como el terrible y conmovedor relato Lluvia negra, la mayoría es
una voz que narra en primera persona. Una primera persona que protagoniza la
búsqueda de otros territorios que es, además la de sí misma. Porque todo viaje
parte de una carencia o de unas obsesiones a las que pretende enfrentarse quien
se aventura en lo desconocido.
Pienso que una de las más claras definiciones de
los objetivos de este libro la expone certeramente la propia autora en su
relato Alive, alive, oh, cuando en uno de sus párrafos dice: Cada
paso dado, cada kilómetro recorrido se asoció a tres palabras: literatura,
historia y agua.
Y eso lo comprobamos, a medida que vamos leyendo
unos relatos, veces desgarradores como, el antes mencionado, Lluvia negra,
o El último soldado triste de Smoljanac, o en esa hermosa carta que, a
hurtadillas, recoge y lee una mujer que ha paseado incansable entre las
cruces blancas haciendo fotografías. Una carta de despedida de la hija de
uno de los soldados de ese Mar de cruces blancas, en el que le cuenta
todo lo ocurrido en el mundo, desde su muerte.
Literatura que aparece, a manera de homenaje a
la palabra y a los escritores en relatos como Embarcaderos, donde aparte
de homenajear a escritores como Hemingway, Joyce o Cortázar, un personaje del relato, vagabundo y sin techo,
la conmina a escribir diciéndole: Si la necesidad es fuerte, encontrarás el
sitio y el momento.
El agua es un elemento recurrente en todos los
relatos, ya sea por su ausencia, ya sea por una presencia rotunda como una
tormenta, o pacífica como un río en la distancia, o como la excursión por las
aguas tranquilas de un lago.
Hay también, en estos relatos de Cristi Cruz, un
deseo de “salirse de la fila”, de lo cotidiano de lo preestablecido y de hacer
frente a sus obsesiones, como la lluvia el viento o la tormenta, unas
inquietudes que ya vimos en su novela En el centro del viento (Colección
G21 de Edicones Aguere-Idea 2015), así como un rechazo frontal a la violencia,
como ocurre en Houston, tenemos unos cuantos problemas, ese territorio
como muchos a los que hay que ir, aunque sea para desear marcharse.
A veces, los lugares que visita le son ya
conocidos, o bien porque ha leído sobre ellos, o bien porque los ha visitado
anteriormente, como ocurre con Praga o la Nueva Orleans de Capeando el
temporal, una ciudad que admira la narradora porque Nueva Orleans estaba
amenazada por mil peligros posibles, pero siempre volvería a ponerse en pie
porque NOLA (de todos sus nombres este es mi favorito) es la resistencia.
Algo que dice mucho de la protagonista de estos viajes.
Tampoco faltan, en este libro, relatos en el que
se introduce un elemento muy propio de los relatos de viajes del Romanticismo,
el misterio, como es el caso de Sentimientos encontrados, donde una niña
de ojos negros grandes y profundos y una carita redonda, “aparece” en Peach
Springs, luego en Monument Valley y, finalmente en una tienda, camino a las
Vegas, en un expositor de marcalibros, está su foto, y la protagonista se lleva
porque Todo lo que ocurra a partir de ahí será un asunto entre la niña
nativa y ella.
El libro termina con una especie de epílogo en
el que la autora o protagonista (como quieran llamarla) promete volver a zarpar
en busca de más aguas, o lo que es lo mismo, en busca de vida. Y nosotros, al
cerrar el libro también le hacemos la promesa de acompañarla en tan hermosos y
sugerentes viajes.
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