LA PUERTA
Cuento
José
Rivero Vivas
José
Rivero Vivas
EL
EUNUCO – Obra:
C.07 (a.07) - Cuento –
(ISBN: 978-84-9941-057-9) D.L. 2348 – 2009
Ilustración de la cubierta: (Omisión)
Óleo sobre lienzo de Ernst Ludwig Kirchner.
Ediciones IDEA, Islas Canarias, 2009.
Escrita en Madrid, hacia 1980-81, donde en diario proceso era transitada la estación de Atocha, reseña una época de dificultades económicas y asperezas humanas, por inadaptación conducente al fracaso, en abanico de reveses, que comprende paro y escasez, lacra urbana, pérfidos fines y cándidos sueños de gente desheredada de la Tierra. Esta serie de cuentos, desgarrados, da fe del momento aciago de su creación. Consciente de ello, su autor recurre a la introducción de algunos pasajes versificados, con objeto de templar la descarnada desnudez y acritud del tema.
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José Rivero Vivas
LA PUERTA
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Ni una sola se nos
abre cuando la necesitamos. Figúrate, Liborio, si será grave esta situación:
parados y sin subsidio. ¿Dónde recurrir? No hay lugar para nosotros. Somos
leprosos que emponzoñamos el aire. No tenemos derecho a la vida, pese a
cuantas ventajas se reclaman para el ser humano. Compañeros de infortunio
somos, Liborio y Artemio, y apenas nos podemos ver. Tú desconfías de mí por si
te arrebato el puesto que solicitas, y yo rehúyo tu compañía para verme
agraciado con el que no obtengo, aun cuando cada día pegue el aldabonazo en la
puerta de la correspondiente oficina de colocación. ¿Dónde vamos pues?... A coger
caracoles el día que llueva. Y aun eso está por ver, que de seguro tropezamos
con una valla limitando el campo y no habrá forma de entrar si no es por la
cancela, cerrada también a quien nada ofrece y mucho demanda.
Nuestros sueños no
son de poeta ni nuestra ilusión de joven que empieza. Somos pobres hasta en el
pedir, que no es limosna ni es riqueza, ni es derecho ni solicitud. No pedimos
siquiera por no molestar a quien pasa ni herirnos nosotros mismos en el acto de
la petición. Sólo llamamos, aquí y allí. Como nadie responde ni nadie nos abre
su puerta, al paso del tiempo nos hallamos cansados, destrozados, deshechos,
ansiando llegar a cualquier recodo del camino donde la tapia pierda altura y
nos permita otear el horizonte. No nos soluciona problemas, pero respiramos más
ancho y hasta creemos nos sonríe la adversidad.
Y cuánta lucha para
al final vernos sin ocupación en
Madrid y París y Londres y Nueva
York, ¿Qué se ha hecho del trabajo, Liborio? ¿No se consume ya cual se consumía
hace unos años? ¿Están llenos todos los estómagos? ¿No existen necesidades que
satisfacer? ¿Tampoco abundan anhelos que colmar?... No lo comprendo. La
humanidad está anquilosada en su hambre y su precariedad. Las dificultades
menudean, y en el pozo de los tiempos se presagia un fuerte vendaval que ha de
tirar por tierra una serie de señuelos levantados en otras épocas y que se han
transformado en meros símbolos sin vigencia, aptos para museos y bibliotecas.
¿Por qué no se derrumban ya? ¿Qué teme el hombre para negarse a empezar de
nuevo? Pobre humanidad, por siempre atemorizada ante un futuro que torpemente
se figura caótico y desastroso.
Escúchame, Liborio,
si tienes valor y paciencia. La pasión más honda empieza a desarrollarse
después de tantos días inmerso en un mar de atormentadas reflexiones sin
atenuar para nada el olor a incertidumbre que se respira en mi hogar. Estamos
en plena indigencia y nada nos sacará de esta horrible situación si no se
produce lo imprevisto y juega favorablemente para ventaja de los apresados por
la miseria en este país de necesidad y riqueza, abundancia y escasez.
Pronto pasarán diez
meses desde que llegué a este banco por primera vez. Nadie me conoce por llevar
mi cara oculta tras la máscara ingenua de quien nada siente ni padece. Detrás
de ella reside mi propia cara, la de verdad, la que nada esconde porque todo
puede leerse a simple vista en mis rasgos y mis rictus, en mis gestos dolientes
y mis muecas alegres. Todo lo denuncia mi cara y por eso la oculto tras la
cándida careta que una vez me regaló mi madre para andar por el mundo sin
sujetarme a nada ni a nadie que pudiera perjudicar mi entereza y obstaculizar
mi independencia. Hoy, al cabo de los años, casi viejo, pocho, carcomido e
indispuesto, observo que la carátula no supone bastante tapujo para albergar mi
cara sin traicionar los sentimientos que me sacuden de dentro a fuera y que
destruyen mi contento y mi sed y mi ansia y mi angustia y cuántas cosas más
siento por aquí y por allí y por detrás de mi oreja, cerca de mi cama, lejos de
mi pensamiento, al final del pasillo, junto al agua del estanque, en mitad del
mar, río abajo, monte arriba, en el tejado despatarrado y no sé si también a
horcajadas sobre la nariz de un animal gigante cuya fábula me trastorna.
Pero no basta soñar
cuando uno tiene necesidades. Ese trabajo prometido es un triunfo, que está a
desmano y por tanto sigue siendo quimera. No nos ceguemos con la ilusión. Bueno
es mostrarse optimista y perder toda reserva ante la oferta descomunal. Sin
embargo, confiar en la certeza de lo propuesto puede resultar catastrófico, y
un fracaso a estas alturas equivaldría a despeñarse en vertical acantilado.
Tantas
dificultades, Liborio, cansan ya al peregrino. Dejémosle salir adelante sin que
pene por su esfuerzo. De sobra es sabido que nadie debe asombrarse porque a
uno, o dos o tres, se le caigan los anillos el día menos pensado al verse
frente a la situación que padecemos y no responder con dinero a quien quiera
despistar.
Mi situación, como
la tuya, Liborio, es más triste de lo que se pudiera imaginar. Yo,
particularmente, siempre he sido hombre dado a la fantasía, al embeleso, a la
añoranza. Hoy no puedo ni soñar. Me lo prohíbe mi pobreza, más severa cada día
y sin posibilidad de escape a su garra impía, No sé si comprenderás lo que esto
significa. De ser muchacho, me iría a un país donde la miseria no estuviera tan
mal vista. Pero vivo aquí, en un lugar cuajado de miserables, o desheredados,
presumiendo de potentados, y muy duro se me hace resistir. La existencia es
cada día más cruda y ruinosa. Necesito soñar como medio evasor para soportar el
ahogo que me produce la ansiedad de todo momento, y si no es así, muero de
ganas de vivir. Soñar es preferible a todo lo demás. Quien no lo entienda, no
lo ve así. Que calle, por favor, y no jorobe a los otros. El sueño es
imprescindible para la vida de quien detesta la realidad y se embarca de
continuo en su nave mental rumbo a cualquier puerto donde los ruidos le distraigan
musicalmente y las imágenes le diviertan en felicidad. Es su poder, mágico y
peculiar, y con él se traslada allende las fronteras que lo cercan y limitan y
le impiden traspasar el más allá de la diaria rutina. No sueño ya, y me siento
perdido en el fondo de mi deseo insatisfecho, con ganas de llorar y absorto
frente a mí en un terreno desconocido, pese a que lo he trillado durante todos
mis años, y aun más.
En fin, Liborio,
son tantas las cosas que me atribulan... Qué sé yo. Tendría que resolver
tirarme al río para ver si el agua baña mi entendimiento y me procura lucidez
donde solamente hallo oscuridad.
Estoy derrumbado.
La cobardía ha hecho presa en mí y no quiero moverme de uno a otro lado
buscando colocación. Me siento tan abatido que no sería capaz de enganchar aun
cuando me facilitasen trabajo. Mis ánimos se han ido al traste. No soy ni medio
del uno que era. Ruina aparento, y apenas resulto escombro amontonado. Es muy
duro existir cuando el mecanismo social te niega derecho a enfrentarte a los
distintos obstáculos para sortearlos hábilmente con sólo tu capacidad, ingenio
y aguante.
Si esta situación
no mejora, creo que voy a claudicar muy pronto. De nada vale estar sentado en
este banco frente al Ministerio. Me proporcionan un puesto de trabajo y me lo
confirman de una vez, o me mandan a casa y me dejan tranquilo.
Todas las mañanas
venimos a sentarnos en esta plaza, centro neurálgico de la ciudad. ¿De qué nos
sirve? Aquí no se consigue tarea ni se gana jornal.
Nadie nos obliga a permanecer sentados en este
banco las horas de la mañana. Cierto. Nadie nos obliga tampoco a buscar una
plaza donde ganar los garbanzos. Entonces, ¿quién es responsable por los males
del país? Nadie. Y volvemos al cuento de nunca acabar.
Claro es que, venir
aquí por las mañanas no deja de ser tontería. De acuerdo que estamos frente al Ministerio;
pero esto no es la Oficina de Empleo, y el puesto de trabajo se ha de conseguir
allí, no aquí.
*
He hablado toda la
mañana, sin sentido, quizá, pero he hablado, y es lo que importa: hablar,
aunque sea sin decir nada significativo ni nada válido para las circunstancias
que vivimos. Pero quiero frenar esta arenga malquista dirigida a un ejército
carente de vagabundos perdidos en un llano extenso, sembrado de hortalizas que
aún están por cosechar.
No creas, Liborio,
que hablo de esta manera porque me satisface mi oficio actual. En absoluto. Voy
de mal en peor. Antes dominaba el tiempo y podía sentarme a reposar; ahora no
tengo un momento de sosiego para dormir, soñar, mirar quien pasa, contemplar la
luz del día, para hacerme a la idea de que nadie mejor que yo para vivir ocioso
y feliz.
Sabes que no hablo
por perezoso, característica que nunca me ha definido ni he tenido ocasión de
demostrarlo tampoco. Mi vida ha sido puro trajín de la mañana a la noche.
Descanso no he disfrutado jamás, como no fuera en algún rato libre proporcionado
por la escasez de labor. Por eso me enfurece que los bien establecidos insinúen
que si indolente y holgazán. Esas no son propiedades atribuibles a quien sufre
en su carne las calamidades que implica el paro. Son más bien calificativos en
boca de quien justifica un estado ventajosamente injusto por su naturaleza
negativa y nada equilibrada. Nos acusan de que no queremos trabajar, y tú
sabes, Liborio, que eso no es verdad. Elvira, tu mujer, se parte el alma
limpiando escaleras y oficinas para ganar una migaja de jornal con que salir
adelante apretándoos el cinto hasta casi desapareceros la cintura. Otro tanto
le ocurre a Juana, la mía, y de eso vamos tirando. Nosotros, mientras, venga
juntarnos aquí por las mañanas para regresar a mediodía y prepararnos un agua
chirle de guiso con que calentar el estómago y matar el frío.
Pero es tanto mi
anhelo de quehacer que apenas puedo dedicar un rato a mi mayor afición, este
oficio revirado de quien desea labrar el terreno sin arado ni tractor, sino a
golpe de azada, que abre las entrañas de la tierra para en ellas sembrar lo que
más tarde florecerá y dará fruto y se convertirá en codiciado alimento.
Nuestra tarea,
Liborio, no nos permite tal devoción y hemos de mantenernos clavados en este
banco a la espera de que la autoridad competente nos llame un día y nos ofrezca
ese puesto de limpieza en el edificio oficial, lo que nos proporcionará un
menguado jornal, pero que siempre será más de lo que ahora cobramos, y lo sabes
de veras.
Por favor, no te
hagas el nuevo en este problema que cuento. Desde niño tuvimos que marchar de
la región para ganarnos la vida pateando la ciudad. Dejamos caminos por calles,
anchos espacios por recintos cuadriculados, casas terreras por rascacielos.
¿Qué hemos conseguido? Sobrevivir en nuestros mejores años. Hoy, que vamos en
rápido descenso, nos encontramos mano sobre mano, sin colocación posible ni
víspera favorable que nos aliente. Se impone el retorno a las tierras; pero,
¿dónde hallarlas? En cualquier parte existe un propietario, y no siempre
dispuesto a ceder sus terrenos para que otro los trabaje. Encima, están
nuestros años, que no son apropiados para andar cavando hoyos y desbrozando
matojos. No queda alternativa para nosotros, ni para nadie de nuestra generación.
Las pocas ofertas recaen en los jóvenes, fuertes y sanos y sin desgaste
todavía. Nosotros estamos ya para el arrastre. ¿Quién nos quiere? Nadie. Hasta
para limpiar suelos se precisa vigor, cosa que no tenemos por haberlo dejado
detrás en cada gota de sudor vertido en los innúmeros esfuerzos realizados
durante infinitas horas de producción. Ahora, cuando las fuerzas nos
abandonan, nos dejan parados, sin subsidio ni paga. ¿Qué esperan? ¿Que
muramos?...Estamos a media edad; si no valemos saltando vallas, que nos
aprovechen arrimando el hombro en cualquier tajo. Bien pudiera mandarse el
empuje del joven con la experiencia del más viejo, y seguro que el producto no
iba a desmerecer al final de la jornada.
En fin, hablar por
hablar. Siempre he sido un gran hablador. Quizá por eso hemos ligado bien. Tú,
Liborio, apenas dices nada, y tus silencios los lleno yo con mi charla. Si es
bueno o malo, no lo sé. El caso es que podemos echar largas horas juntos sin
roces desagradables en tontas discusiones. Así, en buena armonía, hemos
decidido sentarnos frente al Ministerio, no sé para qué. Y vaya edificio,
Liborio. Claro es que, para generar tanto puesto de trabajo es sin duda
necesaria una sede de esas dimensiones. Y si aun siendo tan grande está el país
estancado, imagínate si solamente fuera un despacho insignificante. La que
urdirán esos señores ahí dentro para ir canalizando energía y producción de
forma y manera que convenga al ciudadano y aproveche a la nación.
Con una plaza ahí
viviríamos estupendamente. Lo malo es que se necesita una formación que no
tenemos. Pero, si de ordenanza no, aunque sólo fuera de limpiador nos vendría
bien una colocación. A fin de cuentas, el sueldo no será excesivo; pero una
entrada es una entrada y remedia la economía de cualquier hogar desfondado.
¿Te figuras,
Liborio, si esa puerta cediera? Para todos, claro. 0 mejor, si nosotros
pudiéramos introducir ese famoso caballo de la antigüedad...Quién sabe si
podríamos arreglar la situación. O ayudarles a buscar remedio, que también
deben de andar necesitados de ayuda, como todo el mundo. A lo mejor entre
todos hallábamos solución.
*
Mira, Liborio,
menudo pez llega. A estas horas, en coche negro y con chófer, ya me dirás.
Ministro cuando menos. Buena ocasión para exponer nuestro problema. Claro es
que, resultaría descabellado, y hasta peligroso. Podrían tomarnos por lo que
no somos y meternos presos, si no nos cosen antes.
Sin embargo, es una
oportunidad, y habría que aprovecharla. Pero, ¿cómo?...
No me sujetes, que
no estoy loco. Una puerta ha de abrirse donde y como sea. Aunque se cierre
después.
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José Rivero
Vivas
LA PUERTA
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José Rivero Vivas
EL EUNUCO – Obra: C.07 (a.07)
- Cuento –
(ISBN: 978-84-9941-057-9) D.L. 2348 – 2009
Ilustración de la cubierta: (Omisión)
Óleo
sobre lienzo de Ernst Ludwig Kirchner.
Ediciones IDEA, Islas Canarias, 2009.
Escrita en Madrid, hacia 1980-81, donde en diario proceso era
transitada la estación de Atocha, reseña una época de dificultades económicas y
asperezas humanas, por inadaptación conducente al fracaso, en abanico de
reveses, que comprende paro y escasez, lacra urbana, pérfidos fines y cándidos
sueños de gente desheredada de la Tierra. Esta serie de cuentos, desgarrados,
da fe del momento aciago de su creación. Consciente de ello, su autor recurre a
la introducción de algunos pasajes versificados, con objeto de templar la
descarnada desnudez y acritud del tema.
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