COLOMBIA MASACRADA
DAVID BOLLERO
Los asesinatos a manos de la represión de los Estados tienden a perder peso informativo comparado con las muertes producidas por otras causas. Lo podemos ver hoy mismo en las portadas de las periódicos, donde las 23 muertes por el desplome del metro de Ciudad de México ha eclipsado los al menos 19 muertos y más de 800 heridos que han tenido lugar durante las protestas en Colombia contra la reforma fiscal.
El alumno aventajado de Álvaro Uribe, el actual presidente de Colombia, Iván Duque encendió la mecha de la agitación social con una reforma que masacraba a los colectivos más vulnerables, con una subida despiadada del IVA en servicios públicos y la ampliación de la obligatoriedad de tributar a quienes ganen apenas 700 dólares.
No es casual que
uno de los focos de las protestas más enfervorecidas, en las que se han
producido los enfrentamientos más violentos haya sido Cali y más concretamente,
Puerto Resistencia, unas de las áreas más deprimidas de la ciudad, conocida
como por los caleños como Puerto Rellena.
Las clases menos
favorecidas de Colombia, las más castigadas por la pandemia, han visto cómo las
políticas ultraliberales del ministro de Hacienda, Alberto Carrasquilla, les
echaban la mano al cuello. Posteriormente, Uribe se ha encargado de ejercer la
presión, a través de su títere Duque. No hace ni tres días que el expresidente
colombiano reclamaba al Ejército que utilizara las armas en las protestas.
Dicho y hecho.
Los informes de
brutalidad policial, de asesinatos a manos de los Cuerpos y Fuerzas de
Seguridad estatales se amontonan en los archivos de diversas ONG. La represión
que pedía Uribe se está llevando a cabo inmisericordemente. La indefensión del
pueblo colombiano es absoluta y, para vergüenza global, acallada por buena
parte de los medios internacionales.
El Gobierno de
Duque ha mantenido el silencio durante días, mientras el país se desangraba, a
oscuras tras los apagones ejecutados por el Gobierno, bajo ráfagas de disparos
de una policía militarizada, de un Ejército desbocado. Por todo ello, Duque
tiene que caer. Se ha mostrado indigno de su pueblo, incapaz de sacar adelante
un país por la vía democrática.
Restan días de
violencia y muchos más de opacidad; ya hay organizaciones de derechos humanos que
incrementan las muertes a más de 35, sin que se vislumbren grandes esperanzas
de justicia para las víctimas. Al menos, que el pueblo colombiano sea
indemnizado con la deposición de Duque y la defenestración definitiva de Uribe,
sin duda, uno de los peores males que ha padecido Colombia en toda su historia.
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