QUE VUELVEN LOS RUSOS
Y OTRAS LISERGIAS
ANÍBAL MALVAR
A
falta de una semana para lo del referéndum, nuestra prensa seria ha decidido
tomar cartas en el asunto y ponerse en modo Mars Attacks! En El País nos
cuentan que los espías rusos (o sea, Edward Snowden y Julian Assange) están
manipulando a los electores y distribuyendo dosis de circonio radiactivo por
las redes sociales, circonio pagado, por supuesto, con el oro de Moscú. En El
Mundo se opta por un perfil más clásico, de aliento etarra, y se habla de “los
señalados” con impudor: “Me recordó la peor época del País Vasco. Les faltaba
ponernos una diana”, señala el socialista catalán Joan Gómez en portada, quizá
mancillando interesadamente el pacifismo flagrante de los asonados. En ABC
están aterrados porque “el independentismo recluta a los niños”, cual si los
armaran como a los soldados infantiles de Sierra Leona o Somalia. Finalmente,
La Razón centra su editorial en la conjura judeomasónica que lleva a los medios
internacionales a decir que “Madrid arresta a ministros catalanes” y otras
lindezas: “Estamos ante un golpe de Estado con la suavidad de la
posmodernidad”, nos resumen.
O
sea que los españoles estamos amenazados simultáneamente, y en un solo día, por
los rusos, por los etarras, por una legión de niños abducidos y por la prensa
extranjera. Para que luego digan (esos mismos medios) que el procés es una
infección aislada, un arrebato autista que nadie en el mundo comprende, un
salpicar el planeta de embajadas vacías.
Está
muy de moda ahora en periodismo lo de cuestionar o analizar “el relato” de los
hechos más que los hechos, y eso nos lleva a hiperbolizar el relato hasta
extremos tan lisérgicos como los que han sufrido nuestros kioskos esta mañana.
Competir con el TBO se ha convertido en la estrategia casi única de la prensa
escrita para recuperar lectores, ahora que ya nadie quiere colecciones de DVD
inauguradas con Buenas noches y buena suerte y Ciudadano Kane al precio de una
.La
simplificación frentista siempre nos lleva a empuñar finalmente argumentos
infantiles. De uno y otro lado de la trinchera se viene abusando de ellos desde
hace tiempo. Se echa quizá un poco de menos algo más de mesura y análisis, que
yo creo que es para lo que han nacido los periódicos. Hablar a gritos es de
mala educación, escribir a gritos ya roza lo pecaminoso.
El
País, por ejemplo, hace campaña estos días contra cualquier ocurrencia
dialogante que rompa la univocidad. Le tocó hogaño a la iniciativa de Podemos
de juntar alcaldes y diputados autonómicos para hablar. Malo. Caca. Sucio.
“Cualquier intento de crear nuevas asambleas o foros, supuestamente
representativos, no solo es innecesario, sino también ilegítimo”, nos ilustra
el editorial de Antonio Caño. Como adalides de la libertad de expresión, estos
chicos parecen un poco desnortados. El Mundo se asombra de que “una empresa que
no puede contratar de manera directa con las administraciones públicas –por sus
deudas– disponga del material del 1-O”, y hace un llamamiento a los
industriales catalanes a que abandonen el confort tibio de la equidistancia. La
Razón eyecta bilis sobre el derecho a informar: “Es cierto que las protestas
aportan un rico material gráfico y que hay medios de comunicación que prefieren
la complicidad del manifestante a la representación del Estado”. En ABC están
aterrados por “la utilización de menores de edad, empujados a incumplir el
horario escolar para participar en las manifestaciones callejeras”. Ya se dijo:
viva la prensa lisérgica. Yo todavía sigo buscando entre sus páginas una
triste, pobre, huérfana, viuda o solitaria idea.
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