EL YOUTUBER COMO TONTO
DE PUEBLO
DAVID TORRES
La
tecnología proporciona una pátina de modernidad a categorías laborales bastante
antiguas. Por ejemplo, los youtubers, los haters y los influencers ya existían
mucho antes de la invención de internet. En concreto, la figura del youtuber
existía desde hace décadas, sólo que antes se lo denominaba “tonto de pueblo” y
también vivía de lo mismo. Es cierto que los tontos de pueblo andaban muy lejos
del dineral que pueden agenciarse algunos youtubers de fama mundial; por lo
general, después de varias horas de actuación, no se llevaban más que unas
monedas, un poco de lástima y dos o tres collejas. Pero también es verdad que
por un youtuber que alcanza la gloria y se dedica a hacer anuncios de refrescos
y a petarlo en las redes sociales, hay centenares que se quedan en la cuneta y
se ganan una hostia en la jeta. En esto, los canales de video se parecen
bastante a los gimnasios de boxeo: por cada campeón mundial hay centenares,
quizá miles, que terminan en el hospital, en el cementerio o en casa de sus
padres, tomando la sopa boba.
En
Almuñécar, un hermoso pueblo de la costa granadina en el que descansaba de mis
vacaciones en Motril, había a comienzos de los ochenta un tonto de pueblo
certificado cuyas principales características eran los andares patizambos, la
mandíbula adelantada un palmo y una marquesina con pelos en el entrecejo. Lo
llamaban el Neanderthal, el Cromagnon y, más frecuentemente, el Hombre Prehistórico:
bastaba darle una voz para que saliera corriendo detrás de la chiquillería que
huía deliciosamente aterrorizada. Hoy, de haber subido los videos de aquellas
persecuciones a youtube, el pobre hombre no sólo sería un fenómeno viral y
estaría haciendo anuncios de refrescos sino que hasta podría haber fundado un
partido político.
En
cuanto a la tarea de provocar y dirigir corrientes de opinión, poco tenían que
envidiarle a cualquier influencer de hoy día el párroco, el sacristán o el cura
de pueblo. De hecho, hay arzobispos al estilo de Cañizares que incluso en la
actualidad disfrutan de su propia pasarela de moda. Truenan contra la
homosexualidad, el ateísmo y los matrimonios gays utilizando el púlpito con
tarifa plana, aunque no tienen tanto éxito como sus homólogos islamistas, que
son capaces de influenciar a sus seguidores a varios continentes de distancia.
El
fenómeno del hater estuvo mucho tiempo circunscrito a la crítica literaria,
musical y artística: abundaban los haters del impresionismo, del conceptismo,
de Mahler y de Wagner. Pero también los había que se dedicaban a la política y
así Cicerón fue hater de Catilina, Quevedo del Conde Duque de Olivares y
Savonarola de todo el mundo. Aunque parece novedosa, la técnica de los
youtubers está establecida desde tiempos remotos: aprovecharse a fondo de la
hilaridad y la simpatía que ocasiona su aparición para vaciar los bolsillos del
público. Un amigo me contó su estupor cuando conoció al tonto del pueblo en la
barra de una discoteca: el tonto entró por la puerta, la gente se echó a reír,
el tonto sobó a todas las tías que pudo, bebió a morro de cinco cubatas,
gorroneó un cigarrillo y salió otra vez entre vítores. Góngora, quizá el
youtuber más indescifrable que haya existido, lo explicó en un estribillo
resplandeciente: “Ande yo caliente y ríase la gente”.
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