POR: EDUARDO
SANGUINETTI,
FILÓSOFO
Estamos
ante una historia -la argentina- dibujada y construida entre otros, por los
integrantes del tan mentado Círculo Rojo… “rojo” el color de la sangre…
conformado por banqueros, dueños de medios, sus loros mediáticos, gurúes de
cualquier latitud, empresarios monopólicos, dirigentes sindicales, los que
decidieron siempre en Argentina, los enemigos de la soberanía del pueblo
argentino, los que monopolizan la noticia falaz, los que hoy apuntalan el
desastroso gobierno de Macri, vendiendo realidades obtusas y oportunistas.
A
partir de allí, cobra sentido la necesidad epistemológica y hermenéutica de
definir y establecer una nueva lectura: estamos ante una realidad compleja, y
dentro de registros y códigos de saberes que fueron dejados de lado. La
historia argentina es algo menos que la interpretación que hasta hoy declara la
unicidad del conocimiento humano, al devenir de una comunidad como la
argentina, tan proclive a lo epidérmico, frívolo y al aparente goce de lo
inmediato… tendencias instaladas por los arrastrados empleados de los líderes
del Círculo Rojo.
Argentina
hoy es una cultura de lo epidérmico, de lo degradado que se perpetúa y hago
mención puntualmente en la relación político-cultural que divide y desorienta
al pueblo a través de la especulación y la perversión del simulacro de una
comunidad, en ejercicio de sus derechos y garantías, instancias estériles y
simuladas. Manifiesto esto con contundencia, pues hace a nuestra existencia
personal y cultural, la actitud de los poderes que toman pautas y acciones
propias de monarcas de reinos inexistentes, apostando siempre a Golpes de
Estado inmediatos, si el pueblo acciona en favor de su vida en libertad e
igualdad.
Argentina
intenta construirse, cual ilustración en espejo, de una cultura desdibujada, y
ausente ‘en calidad de ser’, además de estar excluida de la denominada ‘Cultura
de Hoy’ en el contexto de las naciones, donde la diferencia hace a cada nación
inclusiva.
Las
nociones de tiempo, de espacio, de intereses y de adoración se hicieron
diferentes. El paradigma de la cultura ha obviado que la historia de este país
ha sido sufragada en base a esclavitud a las tendencias del primer mundo y las
imperiales, al tráfico de modas y modos que hicieron que las nuevas
generaciones pierdan todo referente de una historia que tuvo espacio de
trascendencia en la ‘Imagen del Mundo’.
El
interés se remite solo a clasificar, a hacer accesible la cultura extraña; no
hay historia sino la que el imperio señala como cierta, y en ese espacio
anhelante de Argentina se impone el olvido. Se olvidó la tolerancia, la
diferencia, el diálogo entre iguales. Argentina no es otra cosa sino egoísmo,
avidez, intemperancia, dilación, psicopatías, grandes expectativas de fama y
éxito, devenidas en prostitución y delito, perpetrado por ‘los peores’.
La
riqueza cultural se defenestró por varias vías: una, la del saber universitario
y trascendente, presentido y seducido cada vez más por las corporaciones del
imperio; y por otro lado la conducta del dominado, inconforme con sus haberes. Por
eso desde ese punto de nostalgias se le impondrá lo foráneo, sin resistencias
de un pueblo sometido.
Argentina
desde el presupuesto teórico de tierra arrasada de ideas y de ideales irá
quedando con lo ‘no reconocido’. La civilidad se impone desde adentro en un
esfuerzo de dominar mediante una ‘cultura de lo inmediato’ nuestra naturaleza;
se trabaja con un discurso que nos segrega desde lo más recóndito de nuestras
entrañas, caminando una existencia calculada, de dominación de lo material y
económico.
Las
consecuencias, plasmadas en una comunidad anestesiada, que ya no pide por el
cumplimiento de una ‘justicia para todos’, el atractivo lo da la instancia de
subir la cuesta de una pirámide social inexistente, vehículo de lazos
económicos que exacerban los intereses egoístas que deshacen radicalmente los
lazos comunitarios de la sociedad civil.
En
Argentina, desde Jujuy hasta Tierra del Fuego, fueron erradicados del habla y
de las neuronas los códigos de lo ‘nuestro’, quedando escrito como ‘huella’ un
largo epitafio.
La
historia argentina se erigió en altar de las cosas que jamás acontecieron. Se
unificó el discurso y uno solo tiene espacio: ‘el oficial’. La voluntad y
esfuerzo por retener lo propio pasó a ser sentenciado como terrorismo, como
barbarie.
La
soledad no llenó las heridas; habríamos de dormir sobre el dolor de la
expulsión de lo propio y la imitación de lo ajeno. Somos una mala copia de una
sustancia platónica, sin esqueleto, invertebrada, que había dejado el escándalo
para sufragarse en las lágrimas de siempre, bajo la mirada atenta del Círculo
Rojo.
El
argentino, convertido en ‘homo economicus’, devenido en empresa, en rédito y
materia concreta de intercambio financiero, se manifiesta, cual Pokemones,
segregando su propio ser, que sería actuar como motor de la historia. Síntesis
y subordinación espontánea, y un elemento que es su principio de disociación:
el interés y el egoísmo. Pero hay otro lazo disociativo: la mecánica económica
que impone el desequilibrio, las desigualdades, las diferencias. En ese
conjunto los hombres, como los animales, dan libre curso a su naturaleza sin
advertir sus metas. ‘Llegan a fines que no son capaces de prever.’ ‘La sociedad
es una bendición’. En todas las circunstancias, el gobierno no es, a lo sumo,
más que un mal necesario, intolerable, a la medida y forma que el Círculo Rojo
disponga.
No
son voces de odio ni de venganza, ni de rígidas doctrinas ideológicas las que
vienen de los movimientos indígenas contra la situación de hambre y suma
pobreza en la que están empantanadas sus existencias. Tampoco se proponen como
ejemplo; no disparan balas, simplemente actúan, disparan las mismas viejas
verdades; se asumen como habitantes de un país que se dice demócrata y
simplemente declaran: “Está usted en territorio en rebeldía. Aquí manda el
pueblo y el gobierno obedece”, lo manifiestan con parsimonia y dignidad etnias
diversas como tobas, mocovíes, wichis, mapuches y otras. Mi visión la hice in
situ y confraternicé con algunos de ellos, quienes me manifestaron que se ven
censurados y reprimidos, en poder habitar las tierras de sus ancestros,
expropiadas como sus tradiciones y costumbres ancestrales, por los señores
feudales modelo siglo XXI, instalados por líderes del Círculo Rojo.
Es
la rebeldía y la dignidad contra esta simulación de democracia que hemos
consentido, contra esta falsa ilusión de futuro bienestar popular siempre
prometido, siempre postergado, pero siempre usufructuado sin medida por los que
se han arrogado la facultad de decidir por nosotros. Puede parecer exagerado,
pero no lo es: el movimiento indígena y de las diferentes etnias que se
instalaron en Argentina, significa el regreso del hombre al centro de las
decisiones. No es que ellos lo hayan descubierto, pero lo que en otros ha sido
un ideal, ellos sencillamente lo están implementado… desde su espacio de
privilegio, el Círculo Rojo intentando sembrar miedo y fraguar la realidad.
Lo
he manifestado hace unos años en un Congreso sobre “Ecología y Revolución”, que
el Círculo Rojo me lo ha cobrado con atentado a mi vida y censura automática…
manifesté: “Acá, ahora, la pobreza es un arma que ha sido elegida por nuestros
pueblos para dos cosas: para evidenciar que no es asistencialismo lo que
buscamos, y para demostrar, con el ejemplo propio, que es posible gobernar y
gobernarse sin el parásito que se dice gobernante (“Parte de la autonomía
indígena (de la que habla, por cierto, la llamada Ley) es la capacidad de
autogobernarse, es decir, de conducir el desarrollo armónico de un grupo
social”.
La
incapacidad y desinterés notorio del gobierno de “conducir el desarrollo
armónico” del grupo social; sin hambres ni hambreadores, sin pueblos, hombres,
ni culturas que se dicen “superiores” mientras otros son calificados de
“inferiores”, es la gran crisis interna que sufre actualmente la democracia
supuestamente “representativa” en el mundo; y en las propias superpotencias
occidentales, tan orientalizadas en las cortezas, dejando de lado lo esencial,
el núcleo, no se asimila a la política devastadora del Círculo Rojo.
Ningún
votante en Argentina, que se sepa, se siente después personalmente responsable
de las decisiones políticas y económicas que toman en su nombre el gobierno y
legisladores, y de los crímenes de guerra que los mismos cometen. Su lugar ha
sido ocupado por las fuerzas anónimas, y cada vez más lejanas, de un
economicismo que dicta a los gobiernos el rumbo inexorable del país.
El
ciudadano pasó a la historia, el político también. “Si uno de los motivos de la
caída del comunismo fue un mecanismo planificador que olvidó cualquier
propósito humanista, el neoliberalismo reserva a los políticos el mero papel de
policías y jueces del mercado, sin permitirle salirse de pautas predeterminadas
por los centros de poder económico y financiero”.
Pero
ahora es el propio ser humano el que empieza a ser un estorbo para este
neoliberalismo global, creado por el Círculo Rojo, a plena luz del día.
Muchas
voluntades lúcidas han resuelto continuar siendo dueños de su destino, el
centro de las decisiones políticas, culturales y económicas que se dictan en el
mundo. Vamos por el Cambio de Paradigma, que la humanidad en sentido esencial y
original precisa.
El
Círculo Rojo, buscará confrontar eliminando a quienes desobedecemos políticas
de exclusión, represión y estafa… razón de más, para denunciar día a día el
accionar del denominado stablishment, que todo lo malogra.
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