BANDERAS ENSANGRENTADAS
RUTH TOLEDANO
Juan
José Padilla torturando a un toro. Foto: EFE
En
este tiempo en el que, si te descuidas, te cae una bandera en un ojo, la
actualidad banderil nos dio el sábado un regalo. Mientras decenas de miles de
personas enarbolaban la enseña de la
abolición en la abarrotada Puerta del Sol de Madrid, un torero de
razonable parecido con el general franquista Millán Astray ("héroe de
Filipinas y Marruecos", según el PP), un lento matador de nombre Juan José
Padilla sacaba a hombros el trapo
fascista en Villacarrillo, Jaén, una plaza de cuarta medio vacía. Dice Padilla
que " con la emoción" (de haber torturado hasta la muerte) no se dio
cuenta de que la bandera rojigualda en la que envolvió su cuerpo, maltrecho de
errores y de horrores, era la del escudo de Franco. No obstante el despiste
emocional, Padilla ha añadido claves para entender el estado de la tauromaquia
y comprender España, mucho España.
Asegura
Padilla que la bandera no era suya, que se la lanzaron desde el público, lo que
no cambia mucho el panorama: viene a demostrar por dónde andan las banderas del
franquismo. Reconoce Padilla que, aunque de manera presuntamente inconsciente,
no se sintió incómodo "para nada", portando la bandera del fascismo
español. Veamos a qué se refiere. Si cuando se la plantó sobre la chaquetilla
(ensangrentada de vida herbívora inocente) no se había dado cuenta de que era
la bandera fascista, es imposible que se sintiera de ninguna manera al
respecto, ni cómodo ni incómodo. Es decir, que la suya ha sido una comodidad a
posteriori, cuando ya sabía con qué clase de símbolo había hecho el paseíllo.
Nos vamos aclarando.
"El
problema que tenemos los españoles no es si la bandera tiene el águila o
no", aspira a reflexionar el torero, mirando apenas de reojo la historia
reciente de lo que llama "patria". Hombre, sí, maestro. El problema
que tenemos los españoles tiene mucho que ver con esa bandera y los crímenes
asociados que no se han juzgado; con esa bandera y los asesinados de las
cunetas que no se han honrado; con esa bandera y la memoria histórica de sangre
que representa y que sigue siendo ninguneada por el mismo Gobierno que protege
y fomenta la que derraman usted y los suyos en las plazas. No es casualidad.
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Da
mucha risa pensar en lo contenta que debe de estar con el regalito de Padilla
la Fundación del Toro de Lidia, que vino al mundo a tratar inútilmente de lavar
la sucia cara de una tauromaquia contra la que sus afines hacen el mejor
trabajo. Da mucha risa imaginar a los de la Fundación cagándose en plena siesta
en Dios (ellos, que tanto se le encomiendan) al ver al tal Padilla echando por
tierra el arduo trabajo, inútil también, de hacer elegante al Juli poniéndole
traje y corbata para pasearlo por los colegios sembrando entre los otros
inocentes la semilla del mal. Da mucha risa porque esa Fundación lanzó hace más
de un año una amenazante campaña anunciando medidas judiciales contra las
hordas delictivas antitaurinas. Y no han encontrado a una sola persona que
sentar en el banquillo.
Lo
que sí debería ser un delito, y sentar en el banquillo a quienes lo cometen, es
la apología del franquismo y la exaltación de sus símbolos, como la bandera de
Padilla. Y no es casualidad que no lo sea. Porque sus herederos están en el
Partido Popular del Gobierno, en la Fiscalía y en ese Tribunal Constitucional
que ha suspendido con urgencia la ley del referéndum aprobada por el Parlament
catalán: el mismo Tribunal que revocó la prohibición de las corridas de toros
en Cataluña, aprobada democráticamente por ese mismo órgano.
No
es casualidad porque es el mismo PP, el mismo Gobierno, los mismos fiscales y
los mismos jueces que ahora mandan a la Guardia Civil a perseguir alcaldes de
otra bandera, cierran páginas web, confiscan papeletas, dan órdenes represivas
a funcionarios de Correos y a medios de comunicación, intervienen periódicos e
imprentas, llevan a la policía a suspender conferencias de diputadas, prohíben
la celebración de actos ciudadanos autorizados por una señora alcaldesa como
Manuela Carmena. Es decir, vulneran no solo el derecho a decidir sino derechos
constitucionales fundamentales como el de expresión y el de reunión. Si están
actuando como se hace en las dictaduras; si en 2013 el PP rechazó en el
Congreso que sea delito la apología del franquismo; si el juez que ha prohibido
a los madrileños un acto de expresión y reunión es hijo de un almirante de la
Armada franquista y autor de un artículo contra la Ley de Memoria Histórica, no
es casualidad que no se sientan incómodos, como el matador Padilla, con la
bandera de Franco.
Mientras
el ínclito Rajoy ha llevado mucho a España y mucho a Cataluña y mucho a los
catalanes y mucho a los españoles a este mucho preocupante punto en el que nos
hallamos hoy; mientras se felicita por nimiedades tales como haber requisado
100.000 carteles de "propaganda" (esa palabra tan franquista:
precisamente Millán Astray, de tan razonable parecido con Padilla, fue Jefe de
Prensa y Propaganda del Régimen); mientras amaga, como matoncillo de patio de
Nuestra Señora del Recuerdo, con llegar "a lo que no queremos
llegar", hay cargos electos demócratas, como la senadora de En Marea por
Pontevedra Vanessa Angustia, que ha presentado al Gobierno una pregunta escrita
sobre la apología del fascismo en una plaza de toros.
En
cierto modo, es una redundancia, pues los toros viven cada día bajo el régimen
de un fascismo taurino (que el videoperiodista
Jaime Alekos ha registrado, en toda la extensión de su horror, en el
documental Tauromaquia, estrenado recientemente y que puede verse online). Pero
la senadora roja se refiere al regalito banderil de Padilla: "¿Qué opinión
le merece al Gobierno la exhibición de una bandera franquista en esta plaza de
toros? ¿Ha actuado el Gobierno para sancionar a los responsables de esta
exhibición? ¿Cuántas sanciones se han interpuesto por portar banderas gallegas,
catalanas o vascas en recintos deportivos en el periodo 2014-2016? ¿Y cuántas
por portar banderas de corte fascista", ha preguntado.
Suponemos
que Rajoy no responderá. Porque estará, como los catalanes, haciendo cosas. En
su caso, perseguir banderas esteladas. Se siente mucho menos cómodo con ellas
que con la bandera del águila franquista que llevó, ensangrentada, a hombros el
torero Padilla. Así es esta democracia.
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