NI CASTRO ES GORBACHOV NI CUBA
ES LA UNIÓN SOVIÉTICA
LUIS MATÍAS LÓPEZ
Cuba, penúltimo reducto de la Guerra Fría, va a cambiar. Ya está
cambiando, y aún lo hará más. La visita de Barack Obama no es sino un reflejo
espectacular de este giro de la historia. La derrota del comunismo tras la
caída del Muro de Berlín, la descorazonadora falta de alternativa al
capitalismo liberal, la implacable globalización, la pérdida de generoso aliado
soviético, los problemas del amigo venezolano, la pavorosa crisis económica y
la desestabilizante vecindad de Estados Unidos terminarán, con gran
probabilidad, transformando y homologando el régimen de forma radical. Eso lo
sabía Fidel Castro, lo sabe su hermano Raúl y lo sabe la nueva generación de
dirigentes que se disponen a tomar el relevo a partir de 2018, un año que
promete ser decisivo.
Habrá quien se regocije por la victoria de la libertad y la
democracia, pero la quiebra del modelo cubano, sobre todo si es rotunda y sin
paliativos, será una mala noticia para tantos y tantos pueblos que perderán el
referente al que podían mirar ante los embates del capitalismo imperialista.
Por eso es tan importante que el cambio sea controlado, que se evite que Cuba
sea otra vez cortijo de las multinacionales de EE UU y que La Habana vuelva a
ser casino, burdel y paraíso de mafiosos.
Para evitarlo, es necesario que los dirigentes de la isla
procedan, no desde el reconocimiento de una derrota, sino desde la férrea
decisión de buscar lo mejor del cambio sin renunciar por completo a las señas
de identidad revolucionarias. Por decirlo con un ejemplo: no hay que actuar
como Gorbachov primero, y Yeltsin después, ante la descomposición y explosión
de la Unión Soviética, una hecatombe de la que ni Rusia ni las otras repúblicas
del imperio se han repuesto todavía.
Aquella fue una rendición incondicional que malvendió el país a
los oligarcas, arruinó a la mayor parte de la población, impuso un capitalismo
salvaje, consagró el malgobierno, eliminó las barreras contra la desigualdad
que permitieron la supervivencia del Estado soviético y redujo hasta la
irrelevancia el papel del país en el mundo. De aquella humillación, que
recuerda a la que sufrió Alemania tras la I Guerra Mundial, procede la Rusia de
Putin, deseosa de vengar la afrenta y que reivindica de nuevo su papel como
superpotencia global.
Sin embargo, ni la Cuba de hoy es la URSS de entonces, ni Raúl
Castro es Gorbachov. En la isla caribeña hay dificultades objetivas que abren
el camino a una transformación profunda, pero no hay rendición. En la relación
con el todopoderoso vecino del Norte, el régimen castrista no ha hecho hasta
ahora concesiones de calado y ha exigido siempre ser tratado con dignidad.
Lo ha conseguido. Aunque la presente apertura sea resultado de
largas y complejas negociaciones, los Castro no han cambiado radicalmente su
postura, sino que ha sido Obama quien, reconociendo que el hostigamiento de más
de medio siglo ha sido inútil y contraproducente, ha decidido los principales
pasos adelante, como la apertura de embajadas y la visita de esta misma semana,
y quien promete trabajar para levantar el bloqueo, que tanto daño hace al
conjunto de los cubanos. El presidente norteamericano está decidido a pasar
página y dejar su huella como el dirigente que emprendió la normalización con
Cuba y con Irán, dos logros con los que quizás confía en tapar otros fracasos
en política exterior, desde Afganistán a Irak, Siria e incluso Rusia.
Si el Congreso dominado por los republicanos o un próximo
presidente del mismo partido tan radical como Donald Trump o Ted Cruz no hacen
descarrilar el proceso, lo lógico es que el camino trazado por Obama abra el
camino a una transformación profunda yb pragmática –pero no traumática- de
Cuba, lo que de rebote supondría un factor de estabilización en el conjunto de
América Latina, tan dejada de la mano en las últimas décadas por los
presidentes norteamericanos.
Obama ha dejado claro tras reunirse con Raúl Castro que “el
cambio llegará a Cuba”, pero también ha sido rotundo al sostener que su país no
dictará a los cubanos cómo gobernarse, porque esa es una cuestión que “deben
decidir los cubanos”.
Estaba obligado, por ser quien es, a referirse a la necesidad de
que se avance en el camino hacia la democracia plena y el respeto total de los
derechos humanos, claves para el “total restablecimiento” de lazos bilaterales
fuertes. Sin embargo, Obama no presentó la cuestión como una línea roja, tal
vez porque es consciente del doble rasero que ello implicaría, ya que su
interlocutor podría haberle sacado los colores por lo que ocurre en Estados
Unidos. Como no quería hacer sangre, Raúl Castro se limitó a negar –pese a
evidencias en contrario- que haya presos políticos en Cuba, y a recordar que en
la isla se respetan derechos humanos fundamentales y tan poco extendidos como
la educación y la salud gratuitas y la igualdad salarial entre hombres y
mujeres.
Para recalcar que reconciliación no es sinónimo de renuncia, el
presidente cubano reivindicó la devolución de la base naval de Guantánamo,
reducto imperialista cuya pervivencia solo se justificaría por un acuerdo entre
gobiernos y que se ha convertido en cárcel alegal para islamistas sospechosos
(o ni siquiera eso) de terrorismo. Y donde, por cierto, la tortura habitual
(con George Bush) y la negativa a los reclusos de un juicio justo (también con
Obama) constituyen excelentes ejemplos de lo que la Casa Blanca entiende cuando
le interesa por respeto de los derechos humanos.
Salvando las distancias, aunque sean David y Goliat, Cuba y
Estados Unidos se tratan hoy de igual a igual, en estruendoso contraste con lo
que ocurrió al otro lado del mundo a finales de los años ochenta del pasado
siglo, cuando se desmoronaba el imperio soviético.
Obama y Castro están cumpliendo su parte, conscientes de que
viven un momento histórico, y el viaje de esta semana le ha dado la
espectacularidad que le convenía. Por supuesto, ahí no acaba el proceso. El
régimen cubano tendrá que poner a prueba toda su capacidad de adaptación y
pragmatismo para hacer posible una apertura sin claudicación que abra paso a
una Cuba más abierta y libre, pero sin caer en los abusos que tanto dolor ,
desigualdad, corrupción y miseria han causado en numerosos países
latinoamericanos formalmente democráticos y pluripartidistas.
Obama seguirá trabajando para levantar oficialmente el bloqueo,
mientras pone en marcha medidas parciales de apertura con efecto inmediato en
la isla. Pero será el próximo presidente el que deba andar el resto del camino.
Como en el caso de Irán, el reto será mayúsculo, y pondrá a prueba que no es lo
mismo prometer en campaña que cumplir desde la Casa Blanca. La reconciliación
con Cuba no es algo que Trump o Cruz puedan cargarse de un plumazo, o
transformar a su antojo. Por eso no hay que dar por sentado que se irá al
traste si uno de ellos conquista la presidencia en noviembre.
¿Ni una autocrítica? ¿De verdad que el castrismo fracasó por razones externas? ¿De verdad que era un régimen "igualitario"? ¿Qué entiende Vd. por "igualitario", caballero?
ResponderEliminarLa Cuba que yo conozco, al margen de los recorridos oficiales de la "solidaridad revolucionaria", es una Cuba de miseria para la mayoría de la población, una Cuba profundamente injusta y desigual, una economía de mercado negro, de trapicheo, donde trabajar sirve de muy poco, de corrupción imposible de denunciar salvo que muy excepcionalmente pueda ser utilizada en la lucha por el poder, de partido único, de medios de comunicación todos controlados por el partido único, de unas élites político-militares con una serie de privilegios que el pueblo ni huele, etc.
¿De qué Cuba me había Vd., señor? ¿De esa presunta "maravilla" de la que han huido más de tres millones de personas? ¡Vaya Vd., señor, a vivir como un cubano de a pie, a ver qué le parece?
Por cierto, ¿sabe Vd. lo que es "La Piñata" referida a Nicaragua? Pues eso es lo que va a haber en Cuba: las élites política-militares se van a repartir 'de iure' lo que ya son propietarios (usufructuadores) 'de facto'.
Por esas actitudes tan ciegas, desconocedoras de la realidad real de a pie, y acríticas es por lo que algunas supuestas "izquierdas" han quedado en nada: porque son incapaces de ver la realidad real de a pie y la confunden con sus ensoñaciones. Como el PP en España, pero por la supuesta "izquierda" en el "socialismo real".
Los extremos se tocan y se ofrecen porque, en el fondo, tal vez sean lo mismo.
Saludos.