¿FASCISMO EN EEUU?
POR VICENÇ NAVARRO
Este artículo analiza la
situación en EEUU, dando una versión muy distinta a la que aparece en los
mayores medios de información sobre la situación política en aquel país. El
artículo se centra en el análisis de la campaña del candidato Trump, una figura
imbuida de la ideología fascista, que se presenta con una peculiaridad
típicamente estadounidense. El artículo compara también la ultraderecha
chovinista y anti-inmigración en Europa con la campaña de este candidato.
Durante
más de veinte años viví bajo un Estado fascista liderado por el General Franco
en España. Como consecuencia conozco bien qué es el fascismo, y puedo reconocer
a un fascista cuando lo veo. Y el candidato republicano Trump en EEUU es uno de
ellos. Pero para definir a alguien como fascista se tienen que definir antes
las características de la ideología fascista.
El
fascismo se caracteriza por un nacionalismo exacerbado, de tipo imperialista,
con bases racistas, profundamente antidemocrático, con un canto a la fuerza
militar que debe aplicarse para defender la “pureza de la patria” frente a
grupos étnicos, culturales, políticos o religiosos que la contaminan y que
deben ser destruidos, proceso de destrucción que debe realizarse como condición
para alcanzar una nueva sociedad que recupere la grandeza que en su día tuvo el
país, mediante el surgimiento de un movimiento dirigido por un personaje que se
presenta dotado provisto de unas dotes sobrehumanas, al cual se le debe
obediencia y lealtad absoluta, líder que llevará a las personas a este futuro
prometido.
¿Están
estas características en el discurso de Trump?
Cada
una de estas características aparecen en la ideología en la que se basan los
discursos del Sr. Trump y los de sus colaboradores cercanos. Ni que decir tiene
que la expresión de tal ideología fascista es distinta según el contexto y el
país en el que vive el personaje portador de dicha ideología. En este aspecto,
el Sr. Trump es la versión estadounidense de tal fascismo. Es, en otras
palabras, la versión norteamericana del partido francés fundado por Le Pen.
Veamos, pues, los datos que confirman la adscripción de tal personaje a la
categoría del fascismo.
Tal
individuo profesa un nacionalismo extremo, considerando EEUU como un país
excepcional en la historia de la humanidad, superior a todos los demás, lo que
justifica su liderazgo mundial, imponiendo su voluntad por la fuerza militar,
la cual debe utilizarse sin ningún freno. Constantemente hace referencia al
bombardeo y destrucción de sus enemigos, categoría que abarca un enorme abanico
de países y movimientos. En este canto a la fuerza militar expresa una
“hombría” profundamente machista, antimujer y antifeminista, valorando a la
mujer como un apéndice del hombre. Trump considera el país amenazado por inmigrantes,
grupos étnicos, religiones y razas que, de no pararlos, pueden llegar a
destruirlo. Quiere, por ejemplo, prohibir la entrada de musulmanes a EEUU,
exigiendo una identificación (carnet especial que la persona lleve consigo para
identificarse) a cada musulmán que esté ya en el país, sea o no nacido en EEUU.
Así, la comunidad musulmana debe estar vigilada y controlada. El Sr. Trump es
profundamente racista, hasta tal punto que no se ha distanciado de los grupos
blancos súper-racistas, como el Ku Klux Klan, conocido históricamente por su
persecución y linchamiento a afroamericanos en el sur de EEUU. Considera
también a los inmigrantes (sobre todo a los latinos) como responsables del
deterioro moral del país (responsabilizándolos de los mayores dramas de la
sociedad estadunidense, desde la distribución de las drogas al crimen callejero
en las ciudades).
El
caudillismo en Trump
Trump
es profundamente antidemocrático, de carácter claramente autoritario, exigiendo
a sus seguidores lealtad a su persona, presentándose como el “salvador de la
patria” que resolverá todos los problemas que afectan a las masas, desde el
desempleo a la falta de felicidad. Su supuesta habilidad para resolver los
mayores problemas del país se basa en su propia habilidad para resolver los
problemas que han tenido sus empresas, refiriéndose a su presunto éxito
empresarial como muestra de ello. Su negocio empresarial, por cierto, ha sido
predominantemente el inmobiliario (uno de los sectores más corruptos de la
economía de EEUU, basado en la especulación). Se presenta como profundamente
antiestablishment, centrándose en el establishment político-mediático del país,
sin atacar o criticar al establishment financiero y económico de EEUU al cual
pertenece (y al cual aquel establishment político-mediático ha estado
sirviendo). En realidad, las medidas que propone –una gran reducción de los
impuestos sobre la propiedad y sobre el capital- favorecen los intereses de
dicho establishment financiero y económico. Aunque es crítico con los tratados
llamados de libre comercio (ver mi artículo “¿Qué se intenta con los tratados
mal llamados de libre comercio?”, Público, 23.07.15) por destruir puestos de
trabajo en EEUU, atribuye la movilidad de las industrias a otros países a lo
que él define como elevada carga fiscal a las empresas estadounidenses y a las
rigideces del mercado de trabajo, supuestamente impuestas por los sindicatos.
Sus
políticas económicas son de un ultraneoliberalismo extremo, atribuyendo todos
los males al Estado federal y al establishment político-mediático basado en
Washington y en el este de EEUU. En este aspecto, el fascismo de Trump es
distinto al fascismo de Le Pen, que sí que tiene componentes del
nacionalsocialismo típico del fascismo italiano o del nazismo alemán, que da mayor
reconocimiento al Estado de lo que lo hace la visión fascista estadounidense
del Sr. Trump. Este último no es tanto nacional socialista, sino
nacionalneoliberal. En realidad, a fin de recuperar a las empresas
estadounidenses que se han desplazado a otros países, propone eximirlas del
pago de impuestos para que reintegren a los EEUU capital procedente del
exterior (equivalente a 2,1 billones de dólares), que significaría, como bien
ha dicho la Senadora Elizabeth Warren, un repago de 400 mil millones de dólares
a tales empresas (“How Trump Dog-Whistles the Business Establishment”, The
Nation, 18.03.16).
¿Por
qué está teniendo un gran éxito en las primarias del Partido Republicano?
Para
aquellos que conocen bien EEUU, es muy fácil de entender su éxito. Las causas
de tal crecimiento son prácticamente las mismas que explican el crecimiento de
la ultraderecha chauvinista anti-inmigración en Europa. Y tales causas son, ni
más ni menos, que el gran deterioro del estándar de vida de las clases
populares (y muy en especial de la clase trabajadora no cualificada), como
consecuencia de la aplicación de las políticas neoliberales que se han ido
imponiendo a la población y que han alcanzado su máxima expresión durante la
Gran Recesión. Estas políticas han empobrecido a la clase trabajadora de una
manera muy significativa, resultado de la enorme mala distribución del
crecimiento de la riqueza y de las rentas, que se han concentrado en las rentas
superiores a costa de las rentas de la mayoría de las clases populares.
Desde
los años ochenta, cuando se inició la “revolución neoliberal” del Presidente
Reagan, los salarios no han crecido paralelamente al crecimiento de la
productividad. En esta mala distribución, las rentas del capital han sido las
más beneficiadas por las políticas fiscales a costa de las rentas del trabajo.
Componentes importantes de estas políticas han sido toda una serie de
intervenciones exitosas para debilitar al mundo del trabajo, desde el ataque a
los sindicatos y a los convenios colectivos hasta la externalización de los
puestos de trabajo mediante tratados de libre comercio que (aun cuando tenían
poco que ver con libre comercio) facilitaban (mediante subsidios públicos y
exenciones fiscales) la exportación de puestos de trabajo, con el traslado de
industrias a países de bajos salarios.
Las
clase trabajadora ha sido víctima de estas políticas públicas del gobierno
federal, instrumentalizado este último por los grandes poderes económicos y
financieros (que se conocen en EEUU como la clase corporativa, the Corporate
Class) que financian las campañas electorales de los miembros del Congreso
(tanto de la Cámara Alta -el Senado- como de la Cámara Baja -la Casa de los
Representantes, The House of the Representatives-), en un proceso electoral de
financiación predominantemente privada. Este maridaje y complicidad del poder
político y mediático con el poder financiero y económico es la base de una
pérdida de confianza y legitimidad de las instituciones llamadas democráticas
que ha sido el campo de cultivo de este enfado generalizado hacia el
establishment político mediático del país, y que Trump está explotando
exitosamente.
El
Estado Federal como el problema y la administración del afroamericano Obama
como el enemigo
Sin
lugar a dudas, Trump ha sido muy exitoso con su gran habilidad para canalizar
el enorme enfado popular hacia el Estado federal, siguiendo el ideario que
siempre ha dominado al Partido Republicano (hoy claramente controlado por la
ultraderecha, incluyendo el Tea Party), financiado por los grupos económicos de
mayor peso en el país, como los hermanos Koch.
La
gran diferencia, sin embargo, entre el aparato del Partido Republicano y el Sr.
Trump es su gran habilidad para movilizar a la clase trabajadora blanca en
contra del establishment político-mediático, incluyendo el propio aparato del
Partido Republicano y sus medios, como la cadena Fox, a los cuales ha definido
como parte de tal establishment político-mediático. Es, en este aspecto, su
mensaje antiestablishment, presentado con gran colorido teatral (que atrae a
los medios), lo que explica su gran éxito. Es, con mucho, el candidato que
tiene mayor cobertura mediática. Los grandes medios de información –a los
cuales Trump critica extensamente- han cubierto su candidatura en sus
informativos en cantidades muy superiores (el doble) a las de la Sra. Hillary
Clinton y seis veces más que a la de Bernie Sanders, el candidato socialista
(“Measuring Trump Big Advantage in Free Media”, The New York Times, 17.03.16).
La política como espectáculo está contribuyendo al gran éxito de Trump.
Las
consecuencias del Estado federal asistencial
Un
punto de gran importancia para entender el debilitamiento de la clase
trabajadora en EEUU es la función que tiene el racismo en su división. Es
debido a ello que las derechas en EEUU siempre acusan al gobierno federal de
defender a los negros a costa de los demás (que insinúan son los blancos). Esta
acusación se basa en el hecho de que la gran mayoría de programas sociales no
son de cobertura universal, es decir, no cubren a todos los ciudadanos sino
solo a los pobres (Medicaid, el programa federal de atención médica a los
pobres, que es financiado y gestionado también por los Estados, cubre solo a los
pobres), siendo los ciudadanos negros los más beneficiados, pues, como
resultado del racismo, estos se encuentran entre los grupos más vulnerables y
con menos medios. De ahí que se promueva por parte de Trump y las derechas, la
imagen de que tales programas están orientados a la población negra (lo cual no
es cierto, pues la gran mayoría de pobres en EEUU son blancos). De ahí que
Trump haga referencia a que los impuestos (que consideran excesivamente altos)
pagados por los blancos están ayudando a los negros, creando una “cultura de
dependencia y beneficencia” que debe denunciarse.
El
redescubrimiento de la clase trabajadora
El
candidato republicano Trump es, junto con el candidato socialista Bernie
Sanders, el único candidato que explícitamente se refiere a la “clase
trabajadora”, categoría que nunca aparece en la narrativa convencional del
discurso político y mediático del país, que constantemente utiliza el término
“clase media” en lugar de clase trabajadora. Este silencio mediático se ha
roto. Y hoy comienza a hablarse de la clase trabajadora blanca, la gran
olvidada en el discurso dominante. Esta clase trabajadora, como he indicado
antes, está en una situación de gran deterioro, y su mortalidad (entre los
blancos) ha crecido en los años de la Gran Recesión (sobre todo como
consecuencia del aumento de suicidios). Trump constantemente hace mención a que
“su gente es la gente de poca educación y bajos ingresos, que están olvidados
en EEUU” (que insinúa es blanca).
Está
claro que el establishment político-mediático del país no entiende lo que está
ocurriendo en EEUU. Los reportajes sobre Trump se centran en las declaraciones
explosivas y polémicas de este candidato, llenas de una teatralidad que, en
contra de lo que interpretan los medios, contribuye a su fama entre las clases
populares, que sienten un gran rechazo hacia tal establishment. Una práctica
general de Trump es ridiculizar a los medios en la cobertura de su campaña.
Así, frecuentemente en sus discursos ridiculiza a los medios de información -uno
de los momentos de mayor goce de su audiencia-, criticando la versión que los
gurús mediáticos hacen de su campaña electoral. Estos medios, en su enorme
complacencia, no han descubierto todavía el enorme hartazgo y rechazo que
existe a nivel de calle hacia el establishment del país, incluyendo el
mediático. Trump probablemente ganará las primarias y podría ganar las
elecciones, como consecuencia del rechazo hacia el establishment.
El
hecho de que Trump sea un “fascista a la americana” no quiere decir, sin
embargo, que la mayoría de sus seguidores sean fascistas. En realidad, son
profundamente antiestablishment. La mayoría de las encuestas muestra que el
candidato socialista Bernie Sanders –que está pidiendo una revolución política
en EEUU, con un mensaje claramente antiestablishment (que se centra en su
denuncia del maridaje y complicidad entre el establishment financiero y
económico y el político-mediático)- es el candidato demócrata que ganaría más
contundentemente a Trump. Sanders está movilizando a la clase trabajadora
blanca y negra y a los jóvenes (personas por debajo de 35 años), compitiendo
por el voto de la clase trabajadora, que es la mayoría de la población
estadounidense, y que se ha abstenido en las elecciones anteriores. A la
candidata Clinton, aunque se ha movido a la izquierda debido a la campaña
exitosa de Sanders, se la percibe como una figura del establishment, con escasa
capacidad de movilización. De ahí que su estrategia en las primarias haya sido
la de enfatizar la necesidad de romper con la discriminación contra las mujeres
y contra las minorías (estas últimas representan un porcentaje elevado de
votantes en las primarias del Partido Demócrata), antidiscriminación necesaria,
según Hillary Clinton, para que ocurra la integración de las poblaciones
vulnerables y marginales dentro del sistema. Sanders, sin embargo, analiza la
necesidad de establecer alianzas y complicidades entre los distintos sectores y
componentes de las clases populares, acentuando la importancia de recuperar la
conciencia de clase frente a un adversario común, el establishment financiero y
económico que controla los medios y las instituciones políticas representativas
(ver mi artículo “Race, Gender and Class Polítics in the US Primaries”,
CounterPunch, 23.02.16). Esta es la situación en EEUU, que no se presenta de
forma adecuada en los medios españoles.
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