¿QUIÉNES, CUÁNDO Y POR QUÉ CONVIRTIERON A JESÚS DE NAZARET EN UN DIOS
CELESTIAL Y SUFRIENTE?
ITZAMNÁ OLLANTAY
Tengo
por vecinos a unas familias empobrecidas, y con niños desnutridos. Los papás,
cada madrugada marchan disciplinados a trabajar a las cañeras y bananeras a
cambio de jornales que no superan el equivalente a 5 dólares día. Ellos no
saben que tienen derechos laborales, sólo saben que en retribución a la Gracia
de Dios deben trabajar y obedecer al patrón misericordioso que les provee “trabajo
y comida”.
En
estos días de Semana Santa, desde el amanecer hasta el anochecer, se extasían
oyendo y coreando alabanzas estridentes y melancólicas prédicas orgásmicas en
el “Santo Nombre de Jesús” obediente, humillado y violentado hasta la muerte
criminal.
Cuanto
más empobrecidos y marginadas son las personas, más creyentes y obedientes a la
“Voluntad Divina” son. Incluso los ricos, en estas fechas, hacen alarde de su
fe cristiana. Vestido de morado, y acongojados, cargan cruces y andas de
estatuas blancas ensangrentadas. Para de esta manera afianzar en el imaginario
del pobrerío creyente la obediencia, el sufrimiento y la humillación como los
máximos valores éticos de la “Voluntad Divina”.
¿Fue
Jesús de Nazaret el Dios blanco/barbudo indiferente con los desposeídos que
actualmente se adora?
Según
la historia extra bíblica, el judío Jesús de Nazaret fue un varón hebreo nómada
pata rajada (por andar casi descalzo), de color trigueño, y rostro curtido por
el sudor rural.
La
básica sociología bíblica indica que, después de Moisés, fue el segundo
activista/defensor de derechos humanos que organizó todo un movimiento
sociopolítico, con su propia espiritualidad, para la liberación del sojuzgado
pueblo judío del dominio del Imperio Romano. En ese intento fue capturado y
cruelmente asesinado por agentes del Imperio.
Fue
tan fuerte y profunda la mística del “amor al prójimo” que sembró este nómada
judío en el corazón de sus seguidores, que incluso siglos después, y muy a
pesar de las sangrientas masacres que padecieron, las y los sobrevivientes
místicos clandestinos continuaban ganando adeptos articulados en casi la
totalidad del territorio del entonces conocido Imperio Romano.
El
Emperador Constantino, al verse rebasado en sus intentos de controlar manu
militari la desintegración política de su Imperio, dictó el Edicto de Milán
(año 315) para legalizar a la clandestina secta de los cristianos que Él mismo
perseguía, y así reconstruir el Imperio colocándole el atractivo ropaje
cristiano. Y sí que le funcionó su sagacidad política. Desde entonces, el
Imperio Romano tuvo una vigencia de cerca de 1200 años más, oxigenado por la
doctrina cristiana.
Ante
la eficiencia del Edicto de Milán, y ante la vigencia subalterna de la memoria
subversiva del Jesús Nazareno revolucionario en sectores de sus
seguidores, Constantino convocó a todos
los jerarcas y teólogos (incluso heréticos) católicos al primer Concilio
Ecuménico de Nicea I, en el año 325. Allí se estableció el Dogma de: Jesucristo
es Hijo del Dios que habita en el lejano cielo. Esto, con la finalidad de
instalar/imponer en el imaginario de las y los cristianos la idea absoluta de
Jesucristo Salvador del alma humano en el más allá.
Así
fue cómo el Jesús histórico fue convertido en un Dios que habita y vigila desde
el lejano cielo a todos cuantos desobedecen las leyes y normas impuestas por
quienes detentan el poder de turno. Así fue cómo un judío campesino, pata
rajada, se convirtió en una de las herramientas (vigilantes) más eficientes
para la dominación de unos pocos sobre las grandes mayorías
empobrecidas/despojados.
Más
de 1200 años después, cuando el Imperio Romano se diluía irremediable en sus
contradicciones internas, y ante la persistencia de la memoria incómoda del
histórico Jesús de Nazaret, los jerarcas católicos convocaron al famoso
Concilio de Trento (1545-1563) para expulsar definitivamente del contenido de
la Biblia los textos sagrados que hacían referencia a las actuaciones
intrépidas del revolucionario sociopolítico Jesús de Nazaret.
En
este Concilio se expulsaron muchos libros sagrados de la Biblia, se
privilegiaron los textos espiritualistas, y se estableció que este Libro
Sagrado sólo contendría 173 libros. Y, quien predicase lo contrario sería
castigado con la pena máxima.
Desde
entonces, la Biblia se convirtió en otra herramienta de adoctrinamiento para la
colonización, humillación y para sostener la hegemonía política y cultural de
los ricos a costa de los despojados.
Cuando
los gachupines (españoles), en el siglo XVI, fueron bien recibidos por nuestros
ancestros, utilizaron eficientemente estas dos herramientas de dominación para
“derrotar” y saquear a nuestros pueblos.
¿Por
qué la iconografía cristiana es blanca y señorial como los patrones?
Las
iconografías o retratos estaban terminantemente prohibidas en las primeras
comunidades cristianas por el peligro de la idolatría. Pero, los emperadores y
jerarcas católicos, contraviniendo dicha prohibición, estimularon las
florecientes y sagradas iconografías de Dios, de los santos y vírgenes.
Con
la mayor desfachatez, mandaron a construir ingentes cantidades de retratos
sagrados a la imagen y semejanza de ellos/as. Blancos, barbudos, ojos azules,
cabellos rizados, esbeltos, vestidos de oro y plata, con actitudes señoriales,
son presentados y venerados/adorados dichas imágenes sagradas.
Lo
hicieron con la finalidad de fijar en la mentalidad y espiritualidad de los
pueblos colonizados la reverencia a la supuesta superioridad de la raza
dominadora. De este modo, cualquier intento de sublevación o de resistencia de
los empobrecidos generaba sentimientos de culpa y de sacrilegio en los
sublevados, porque asumían (y aún asumen) que el patrón blanco es un ser divino
humanizado, y la voluntad de Éste es la Voluntad Divina.
Y,
para asegurar aún más su hegemonía política y cultural, establecieron como
máximas virtudes deseables la obediencia, el sufrimiento, la humillación y la
piedad, materializadas en sagradas iconografías blancas, veneradas
especialmente en Semana Santa.
Por
eso, multitudes de falsos cristianos/as, con rostros acongojados y culposos,
deambulan por las calles de las ciudades cargando en sus hombros andas y
estatuas de europeos blancos, barbudos y ojos azules, creídos que cargan al
mismísimo Dios desconocido y sufriente. Como si hubiese Dios alguno demandante
de tanta condolencia hipócrita y acrítica.