UNA IMPUTACIÓN
INCÓMODA
GERARDO
PÉREZ SÁNCHEZ
Parece que, nueve meses después, estamos en el mismo punto. A
principios de abril de 2013 se produjo la inusual noticia de que un juez de
instrucción había procedido a imputar a la Infanta Cristina de Borbón. Por
aquel entonces el juez Castro, en un auto de menos de veinte folios, apreciaba
indicios de cooperación o complicidad de la hija del Rey en la causa que, por
el denominado caso Nóos, se instruía por apropiación indebida de fondos
públicos por parte de su esposo, Iñaki Urdangarin, y el ex socio de éste, Diego
Torres. Posteriormente, la audiencia provincial de Balears, mediante una
resolución judicial adoptada por mayoría de dos Magistrados a favor y uno
discrepante, anuló la decisión inicial del citado juez Castro. La sala alegó
que no existían "indicios vehementes" de que su alteza
"conociera, se concertase, ni participase activa u omisivamente en el
presunto plan criminal urdido por su marido y por su socio Diego Torres".
Asimismo, insistían en que la conducta de doña Cristina como vocal del Instituto
Nóos no merecía "reproche penal", al no vislumbrar su colaboración en
una trama "tendente a cometer un fraude a la Administración".
Igualmente, el tribunal recalcó que, con relación al presunto delito de tráfico
de influencias, debería "haber ejercido presiones, directa o
indirectamente, a través de la Casa Real, para influir decididamente en el
órgano de contratación o en el funcionario que determinó la decisión de
aquél", sin que se acreditara tal hecho.
Ahora, a principios de enero de 2014, el mismo juez, en esta
ocasión en un auto de más de doscientos veinte folios, vuelve a imputar a la
heredera en la línea de sucesión a la Corona, aunque en este caso por dos
delitos, uno de blanqueo de capitales y otro fiscal. Y, aunque aparentemente
parezca que nos hallamos en el mismo punto, en realidad no lo estamos. Existen
numerosos elementos diferenciales. En primer lugar no hay que olvidar que la
propia audiencia provincial, cuando anuló la primera imputación, dejó la puerta
abierta a una imputación ulterior por un "posible delito contra la
Hacienda pública y/o blanqueo de capitales". Además, esta nueva resolución
está argumentada y fundamentada sobremanera. Su Señoría, habida cuenta que en
su primer intento fue tachado de falta de motivación, dedica ahora cientos de
folios a desmenuzar sus razones. De hecho, hasta llega a afirmar en un párrafo
(recalcando lo obvio) que, con su decisión, "no cree hacer tambalear los
pilares del Estado de Derecho, más bien todo lo contrario". Que un juez se
vea obligado a realizar este tipo de manifestación para justificar la citación
de una persona debería sonrojar a todos aquellos que están parapetando a la
infanta Cristina detrás de unas tradiciones y unos privilegios para evitar que
pase por una situación que cientos de ciudadanos soportan a diario. Pero, sobre
todo, la variación más destacada es el contundente avance en los requisitos de
transparencia e igualdad que la sociedad española ha ido exigiendo durante
estos nueve meses. No procede, ni jurídica, ni ética, ni constitucionalmente,
un nuevo retroceso en la reivindicación de ejemplaridad y respeto escrupuloso
de las normas y de los principios básicos a los cargos públicos y los
ciudadanos que gozan de una posición preeminente y que detentan una imagen
institucional.
En cualquier procedimiento penal, la imputación surge porque
existen indicios de que una persona ha cometido un hecho delictivo. Sólo se
habla de "indicios", porque, si tras la pertinente labor de
investigación, dichos indicios se convirtieran para el instructor en certezas,
la persona pasaría de estar imputada a estar procesada. Tampoco se está
hablando de pruebas fehacientes valoradas por el órgano sentenciador, ya que en
ese caso la persona pasaría a estar condenada. Se trata exclusivamente de una
fase inicial en la que al presunto responsable se le toma declaración con todas
las garantías, a fin de aclarar cuestiones y seguir adelante con la
investigación. Pero parece que al juez Castro se le quiere exigir que motive y
justifique sus actuaciones como si, tras poner punto final a la citada
investigación, fuese directamente a procesar o a condenar. Pues bien, no tiene
por qué hacerlo. Si se les exigiese a todos los jueces de instrucción de este
país el mismo grado de certeza, de motivación y de pruebas que al juez Castro
en el caso Nóos, los juzgados se colapsarían. No obstante, si la tendencia va a
ser ésta a partir de ahora, que lo sea, pero para todos los miles de imputados
que hay en España a día de hoy. Cualquier otra opción sería obscena y contraria
a nuestro modelo constitucional.
En el documental ganador de dos Oscar Una verdad incómoda se
dice que "es difícil hacer que un hombre entienda algo si su salario
depende de no entenderlo". No sé si son muchas las personas cuyo salario
depende de que un miembro de la Familia Real no resulte imputado pero,
escuchando a quienes se oponen a tal posibilidad, parece que así es y que nunca
la entenderán por mucho que se les justifique. Sin duda estamos ante una
imputación incómoda, pero necesaria para seguir siendo considerados un Estado
de Derecho sin tener que agachar la cabeza.
No hay comentarios:
Publicar un comentario