Querido Juan
GABRIEL
MAZZAROVICH
Ayer,
como a todo el mundo con algo de sensibilidad y de humanidad, me golpeó la
noticia: murió Juan Gelman. Me quedé sin reacción por unos segundos. Pensé en
Macarena, en Mara, su compañera, y sobre todo pensé en él, en Juan. Digo pensé,
porque eso hice, no me dio para hablar, y aún en el pensamiento, ese territorio
de privacidad que tenemos para no mostrar nuestras reacciones, se expresaron
con fuerza arrolladora dos sentimientos: dolor y tristeza.
Hoy
ante el desafío de escribir, y encima publicar, siguen los mismos sentimientos.
Escribir sobre la muerte de alguien tan grande puede hacerse de muchas maneras;
hay formas preestablecidas, que implican un refugio, una manera de ser
políticamente correcto, socialmente correcto. Incluso hay una tendencia a hacer
las notas autorreferenciales, hablar de los momentos compartidos, a veces uno
termina hablando más de uno que de la persona querida. Por eso no quiero
respetar ninguna forma, no quiero ocultar ningún sentimiento; es ese el mejor
homenaje a Juan: ser dolorosa y consecuentemente auténtico. Sin escondites, sin
refugios. Con el corazón en la mano y la humanidad dolorida.
Juan
fue un extraordinario poeta, nadie queda incólume luego de leer su poesía y si
se tuvo el privilegio, por suerte multitudinario, de escucharlo leer su poesía,
menos aún. Asumió el riesgo de escribir rompiendo moldes, llevando la palabra y
su orden hasta los límites, trascendiéndolos y reinventándolos. Sublimó el
dolor en belleza. Alertó contra cualquier intento de encasillar su poesía y
dijo: “Cuando se habla de mi poesía como política pienso que el error está en
pensar que vivo conectado a la realidad las 24 horas del día. No todo lo que
sucede en el mundo me despierta la necesidad de escribir un poema. Como
ciudadano, tengo compromisos y responsabilidades que no tienen que estar
necesariamente en la poesía.
La
ideología de alguien forma parte de su subjetividad, pero no es toda su
subjetividad”. Su mejor manera de honrar el compromiso fue haciendo la mejor
poesía posible e incluso llevando lo posible hasta nuevos límites. Eso, como se
sabe, le valió que sus libros se hayan editado en varios idiomas, que sean
leídos con emoción y deleite y también varios premios: el Nacional de
Argentina, el Juan Rulfo, el Pablo Neruda, el Reina Sofía y nada menos que el
Cervantes, este último en el 2007. Es un ejercicio de humanidad recomendable y
hasta imprescindible leer “Los poemas de Sidney West”, “Carta a mi madre”,
“Gotán”, “Cólera Buey” y su último libro “Hoy”.
Juan
fue un extraordinario periodista, de raza, exigente consigo mismo y con quienes
con él trabajaron. En los 15 años de conocerlo y tratarlo, en particular en la
investigación que terminó encontrando a su nieta Macarena, editó varias de mis
notas y guardo un mail donde dice: “Hay que sacarle a las palabras todo lastre
innecesario, como se hace con la grasa del asado, para que quede la sustancia,
lo que vale la pena decir. No des vueltas, decí”. Desde Orientación, semanario
del Partido Comunista Argentino, Opinión, Crisis, hasta sus columnas en Página
12, LA REPÚBLICA y Brecha, hizo cátedra de información y análisis
internacional, cultural. Demostró todo lo que se puede decir en 4 mil
caracteres. Quizás una de sus obras periodísticas más impactantes sea el libro
que hizo con HIJOS de Argentina: “Ni el flaco perdón de Dios”.
Juan
fue un extraordinario ser humano. Porteño de pura cepa y a la vez universal.
Profundo, sensible, irónico, para usar una de sus palabras mágicas:
“querendón”. Luchó por lo que creía sin renunciamientos. Enfrentó los golpes de
la represión, el secuestro de su hija, su hijo y su nuera embarazada, la
desaparición de estos dos últimos, Marcelo y María Claudia, y de su nieta
nacida en cautiverio, pero también la muerte o desaparición de sus amigos y
compañeros más queridos. Luego de muchos años de búsqueda incansable recuperó
el cuerpo de Marcelo —asesinado de un tiro en la nuca— en un barril con cemento
en un río de Buenos Aires.
Emprendió
una larga batalla por recuperar a su nieta y dilucidar la suerte de su nuera,
traída embarazada al Uruguay. En esa búsqueda lo acompañé, junto a un grupo de
periodistas de LA REPÚBLICA, Marcelo Falca, Fabián Werner y el entonces
director, Federico Fasano; militantes de los DDHH, ex presos y presas. Uruguay
le debe mucho a Juan por esa lucha suya. Se rompió para siempre el cerco de
silencio que sustentaba la impunidad. Se terminó con muchas mentiras. Se le
quitó la máscara a Julio María Sanguinetti, el principal operador político y
defensor de la impunidad. Se demostró con pruebas concretas la coordinación de
la Operación Cóndor.
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