(Presentación Del libro “Sin hilos de Ariadna”
de Lourdes
Hernández)
Cecilia Domínguez Luis
El poeta Arturo Maccanti, en su poema Con la luz que sea suya, afirma: «Una mano que escribe/ construye
un laberinto/ para los otros siempre./ Dédalo es el poema…»Y es cierto, como
también lo es que todos, escribamos o no, somos Ariadnas y Teseos, en esa
dualidad tan nuestra que nos lleva de la seducción al abandono, de la
ingenuidad a la astucia, del deseo de poder y como consecuencia, de ser fuente de castigo, al sentimiento de culpa. Ariadnas
y Teseos constructores de laberintos donde ocultar al minotauro de nuestros
temores, de nuestras frustraciones, de nuestras pasiones y deseos inconfesables.
Y está bien que así ocurra, porque es inevitable que existan dédalos a los que unas veces nos empuja el
otro, la vida o el llamado azar, y otras en las que, por nuestra cuenta y
riesgo, a manera del mítico héroe, nos atrevemos a iniciar ese viaje a través
de sus entresijos que nos llevan al encuentro de nuestro propio minotauro.
Esto lo sabe muy bien Lourdes Hernández y de ello nos habla en
el prólogo de Sin hilos de Ariadna,
libro que hoy presentamos. Y lo sabe porque ella ha fabricado sus propios
laberintos literarios y también, como no podía ser de otra manera, ha entrado
en sus múltiples corredores vitales, bien a golpes del destino, bien, consciente
de la necesidad de una empresa tan ardua
como apasionante: la del conocimiento del propio yo y sus posibles trampas.
Por eso, Sin hilos de
Ariadna es un recorrido no sólo literario sino también existencial, sin que
lo uno predomine sobre lo otro. Tal es el difícil equilibrio que Lourdes ha resuelto
con unos poemas rotundos, en los que se manifiesta una madurez adquirida a base
de trabajo y reflexión sobre el hecho poético.
Y es que Lourdes se enfrenta a sus laberintos con el corazón,
pero también con la cabeza, de tal manera que consigue templar sus emociones
para seguir adelante y llenar de contenido unos poemas que cuida casi hasta el
momento de la entrega a sus lectores.
Se podría decir que Sin
hilos de Ariadna es un solo poema, necesariamente fragmentado pues, como todo
dédalo, tiene pasadizos, recovecos, lugares que parecen no tener salida. Y
estos fragmentos se estructuran en tres partes que se corresponden con los
distintos estados de ánimo y las diferentes circunstancias de la poeta, que van
desde la desolación por un mundo que la aprisiona, hasta la liberación final.
Ya, desde el primer verso- inicio de esa entrada a los inquietantes
corredores- vemos la clara intención de la autora de internarse en ellos,
convertida en un Teseo en busca de un minotauro al que vencer; monstruo que no
es otro que sus propios miedos, sus deseos no cumplidos, sus desesperanzas. El
encuentro, en fin, con ese otro yo que, en ocasiones, le resulta esquivo.
Por eso, inicia su andadura con una petición y escribe:«Dame la
lucha/ y que mis ríos/ rompan sus cauces…» y, más adelante, al final del poema,
repite: «Dame la lucha/ mientras me convierto en Teseo/ degollando al
minotauro.»
¿A quién pide ayuda? Acaso sea a la palabra o, tal vez, a algún
dios particular que conozca las hondas raíces de lo humano, o a la existencia
misma. Cada cual haga su lectura de este poema con el que Lourdes emprende su viaje poético y
vital.
Es un comienzo no exento de dolor, que se extiende, como dice la
propia poeta, “en una herida inconfesable”, donde el recinto en el que aguarda
su minotauro se hace múltiple, se llena de espejos, para hacer más intrincada
la ruta, ese camino del propio crecimiento, del que Lourdes entiende no hay posibilidad de
regreso, y, precisamente, es ese desafío lo que lo convierte en un reto al que
es imposible sustraerse.
La poeta siente que tiene
que seguir adelante a pesar de todas los abandonos e incluso, llega un momento
en que, “la mano que escribe”, suelta el hilo, símbolo de unión entre pasado y
presente, entre lo permanente y lo efímero. Y, de este modo, se desprende de
esa seguridad que el hilo representa,
como si lo que le importara, la verdadera razón de su entrada en el laberinto, fuera perderse en él,
aventurarse, incluso ser vencida y engullida por sus monstruos.
¿Sería éste un dédalo literario, donde se encuentra “esa sed de la sed que no se acaba” como diría el poeta Luis Feria? Sí, realmente lo es, pero también es el lugar de los afectos y las emociones del que, mal que nos pese, no deseamos salir. Porque a veces sentimos la necesidad de ser devorados por el minotauro, de desangrarnos para que de esa entrega surja un ser más fortalecido que continúe con la incansable búsqueda de si mismo.
Los caminos se cruzan. Teseo ha iniciado el suyo y descubre que
el laberinto es muy largo cuando se hace sin hilos liberadores, mientras Ariadna
sabe que sin su ovillo no podrá resolverse el enigma de la propia existencia y
le invade una certeza: «Se tambalea mi cuerpo/ pero no inclinaré mi cabeza/ante
las manos del verdugo./ En el tiempo de la espera/ elijo líneas de azar:/
cierro la puerta/ al reposo del guerrero./No es mío el viaje.»
Es una certeza que le ayudará a romper el mito, a afirmarse en
la idea de que ella puede ser la vencedora del minotauro. Por eso continúa a la
espera, pero en una espera activa donde busca el origen de su voz, por o a
pesar de Teseo.
Y en su búsqueda es inevitable que acudan las evocaciones, como
armas o escudos, a favor o en contra; da igual porque, como dice la autora en
uno de sus poemas, “esas crisálidas del recuerdo/ quieren convertirse en
mariposas”. Un guiño a la libertad que persigue y que no pasa desapercibido a
los lectores.
Porque además, Lourdes Hernández, como muchos poetas, escribe
desde la memoria, ese territorio en el que la distancia nos hace mirar atrás
con las emociones atemperadas, de tal forma que el poema surja limpio, sin que
por ello deje de emocionarnos.
Ya, inmersa en sus laberintos, la poeta se convierte en testigo
y parte de su aventura, de lo que sucede, de sus victorias y sus derrotas, y se
dispone a enfrentarse al minotauro, destino que se acerca con pasos furtivos. Y
esta decisión, tomada desde el dolor y la pérdida, la fortalecen de tal manera
que sus versos se hacen más cortos, más rotundos si cabe, liberados ya del desamparo, del vértigo que
producen las ausencias. No importa que
sea el otro, los otros o ella misma quienes construyan dédalos con minotauros a
los que doblegar, ni que haya Teseos que huyan hacia desiertos que no conducen
a oasis alguno. Suya es la voluntad de vencer, de hacer que su realidad sea,
ante todo, el aquí y el ahora.
Transformada en Ariadna, consciente de que el amor no siempre
responderá a sus expectativas, nuestra autora espera en su propio laberinto,
donde es capaz de destruir sus mitos; esas quimeras que la encadenan y de las
que logra liberarse gracias a la palabra, a esos versos a los que vuelve una y
otra vez para pulir cualquier resquicio que menoscabe su hacer poético. Y así
dice: “Encontré el hilo/ y un gesto nuevo/ en Ariadna”.
¿Cuál es ese gesto?
¿Tendrá algo que ver con nuevos laberintos en los que internarse para derrotar
minotauros y redes? Esperemos que sea así, porque Lourdes sabe bien que
dédalos, minotauros, ariadnas y teseos forman parte de este misterioso,
terrible y, a su vez, apasionante laberinto que es la vida
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